sábado, 21 de enero de 2012

Zorba el griego




I

La música se dejó oír.
El mambo encendió los ánimos
luego vino el reventón.
Saliste airosa a demostrar
quien era la reina absoluta
en esos dominios donde
la música sacudía la modorra
y a todos contagiaba de alegría.
Un ligero aleteo de caderas
los hombros bien cimbrados,
todos haciéndote coro.
Aplaudiéndote y celebrándote.
Vos sabías que Pérez Prado
era el Rey del mambo y vos la Reina,
la única, la indisputada.
¡Mambo!
Dos pasitos pa adelante
un pasito para atrás.

II

Yo el infortunado
aplaudía en la distancia.
Tímido por no saber
menear los hombros
ni tirarme al suelo
como lo hacías vos.
Nadie osaba retarte.
Después vino un Chachachá
más frenética, dueña de tu territorio,
girabas la cintura en un dos por tres.
Te disparabas en movimientos rápidos,
veloces, contagiosos, meneando las piernas,
quebrando la cintura y chocando las manos.
Alcanzaste a verme y me regalaste
una sonrisa que mostró dos hoyuelos.
Esos camanances que se dibujaban
en tu cara cada vez que reías.
El baile era tu vicio, el ritmo tu virtud.

III

Reina entre las reinas
ahora viene hacia mí.
Me estira la mano,
me pide la acompañe.
Me niego a secundarla.
Cuando se calma el bullicio
y cesan los aplausos,
vuelve de nuevo a la carga.
Me reprocha sonriente
de lo que me estoy perdiendo.
Dirijo la plática en dirección opuesta.
Me presta oídos, la invito al cine.
Hay motivos para hacerlo.
Mañana exhiben Zorba el griego.
La entusiasmo.
Es Anthony Queen e Irene Papas
a quien veremos danzar y actuar.

IV

El baile de Zorba la seduce.
Los dos ojazos negros y redondos
iluminan su cara. Ya estamos sentados
en nuestras respectivas butacas,
con cierto desgano le digo:
hoy es mi cumpleaños y quería
celebrarlo a tu lado. Rueda la película.
Zorba –el pocho- baila descalzo.
Primero truena los dedos
poco a poco con una alegría
contagiosa se desliza hacia la izquierda
luego gira hacia la derecha.
Empieza a subir el ritmo,
a mostrar sus trances.
Lo mira extasiada.
Con atención sigue sus pasos.
Le hace coro igual que se lo hacen a ella.
Aplaude. Con sus manos dibuja
cada movimiento del impresionante Zorba.



V
Al salir del cine me ofrece un regalo.
Te invito a celebrar tu cumpleaños. Me dejo llevar.
Entramos al sitio sagrado. Pide música.
La danza de Zorba. Empieza el despelote.
Me siento en el borde delantero de la cama.
Ella refuerza el compás.
Taran, taran, tarariraran…
Luego se quita la blusa,
después la falda roja
conforme se enciende la música
va despojándose de todos sus trapos
que todavía cubren su silueta
con una lentitud sensual
que me parte en dos el corazón.
Estoy paralizado. Muerto de contento.
Esto jamás lo esperaba.
Todavía no reacciono.
Me toma la mano
me mete a la cama.
Fue una noche sin par.
¡El mejor regalo que la garza
podía ofrecer a su polluelo!

VI

Pasado el tiempo la danza de Zorba
resuena en mis oídos
con una musicalidad enajenante.
Todavía la veo danzando frenética,
sólo para mí, lejos del bullicio.
La reina de las danzarinas,
estira los brazos, sacude los hombros,
luego alza el pie derecho,
después lo hace con el otro. No para de bailar.
Eso fue hace muchos años,
pero cuando deseo sacudirme
la melancolía y la congoja
la evoco bailando sólo para mí
la danza de Zorba
con la que me sedujo.
Y pensar que yo no reaccionaba
al verla levantarse y bailar jubilosa,
reina entre las reinas cualquier música que fuese.

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