I
La música se dejó oír.
El mambo encendió los
ánimos
luego vino el
reventón.
Saliste airosa a
demostrar
quien era la reina
absoluta
en esos dominios donde
la música sacudía la
modorra
y a todos contagiaba
de alegría.
Un ligero aleteo de
caderas
los hombros bien
cimbrados,
todos haciéndote coro.
Aplaudiéndote y
celebrándote.
Vos sabías que Pérez
Prado
era el Rey del mambo y
vos la Reina,
la única, la indisputada.
¡Mambo!
Dos pasitos pa
adelante
un pasito para atrás.
II
Yo el infortunado
aplaudía en la
distancia.
Tímido por no saber
menear los hombros
ni tirarme al suelo
como lo hacías vos.
Nadie osaba retarte.
Después vino un
Chachachá
más frenética, dueña
de tu territorio,
girabas la cintura en
un dos por tres.
Te disparabas en
movimientos rápidos,
veloces, contagiosos,
meneando las piernas,
quebrando la cintura y
chocando las manos.
Alcanzaste a verme y
me regalaste
una sonrisa que mostró
dos hoyuelos.
Esos camanances que se
dibujaban
en tu cara cada vez
que reías.
El baile era tu vicio,
el ritmo tu virtud.
III
Reina entre las reinas
ahora viene hacia mí.
Me estira la mano,
me pide la acompañe.
Me niego a secundarla.
Cuando se calma el bullicio
y cesan los aplausos,
vuelve de nuevo a la
carga.
Me reprocha sonriente
de lo que me estoy
perdiendo.
Dirijo la plática en
dirección opuesta.
Me presta oídos, la
invito al cine.
Hay motivos para
hacerlo.
Mañana exhiben Zorba el griego.
La entusiasmo.
Es Anthony Queen e
Irene Papas
a quien veremos danzar
y actuar.
IV
El baile de Zorba la seduce.
Los dos ojazos negros
y redondos
iluminan su cara. Ya
estamos sentados
en nuestras
respectivas butacas,
con cierto desgano le
digo:
hoy es mi cumpleaños y
quería
celebrarlo a tu lado.
Rueda la película.
Zorba –el pocho- baila descalzo.
Primero truena los
dedos
poco a poco con una
alegría
contagiosa se desliza
hacia la izquierda
luego gira hacia la
derecha.
Empieza a subir el
ritmo,
a mostrar sus trances.
Lo mira extasiada.
Con atención sigue sus
pasos.
Le hace coro igual que
se lo hacen a ella.
Aplaude. Con sus manos
dibuja
cada movimiento del
impresionante Zorba.
V
Al salir del cine me
ofrece un regalo.
Te invito a celebrar
tu cumpleaños. Me dejo llevar.
Entramos al sitio
sagrado. Pide música.
La danza de Zorba. Empieza el despelote.
Me siento en el borde
delantero de la cama.
Ella refuerza el
compás.
Taran, taran, tarariraran…
Luego se quita la
blusa,
después la falda roja
conforme se enciende la
música
va despojándose de
todos sus trapos
que todavía cubren su
silueta
con una lentitud
sensual
que me parte en dos el
corazón.
Estoy paralizado.
Muerto de contento.
Esto jamás lo
esperaba.
Todavía no reacciono.
Me toma la mano
me mete a la cama.
Fue una noche sin par.
¡El mejor regalo que
la garza
podía ofrecer a su
polluelo!
VI
Pasado el tiempo la
danza de Zorba
resuena en mis oídos
con una musicalidad
enajenante.
Todavía la veo
danzando frenética,
sólo para mí, lejos
del bullicio.
La reina de las
danzarinas,
estira los brazos,
sacude los hombros,
luego alza el pie
derecho,
después lo hace con el
otro. No para de bailar.
Eso fue hace muchos
años,
pero cuando deseo
sacudirme
la melancolía y la
congoja
la evoco bailando sólo
para mí
la danza de Zorba
con la que me sedujo.
Y pensar que yo no
reaccionaba
al verla levantarse y
bailar jubilosa,
reina entre las reinas
cualquier música que fuese.
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