¿Tito
Monterroso será nuestro último gran fabulista? ¿El escritor de lo que se
consideró el cuento más corto del mundo, hasta la aparición de El emigrante (2005) del mexicano Luis
Felipe Lomelí, será el último representante de habla hispana? ¿El continuador
de Esopo y Lafontaine tendrá seguidores? Cuando más se necesita gente de su ingenio
¿no habrá relevo generacional? Evoqué su nombre después de leer la novela más
reciente del peruano Santiago Roncagliolo, Tan
cerca de la vida (Alfaguara, 2011), una obra menor comparada con Abril Rojo (Premio Alfaguara de Novela
2006) o Memorias de una dama (Alfaguara, 2009). Los motivos para recordar a Tito
(1921-2003) obedecen a que en La oveja
negra y otras fábulas (1969), cuenta con habitual ironía, como capea la
Zorrita los elogios por escribir una obra que mereció reconocimiento unánime.
Todos inquirían inquietos cuándo escribiría nuevamente. La Zorrita, musitó:
Están esperando que escriba para acabarme, pero como era la Zorrita nunca la
escribió.
Nada
difícil establecer la filiación de la ficción de Tito con la reciente novela de
Roncagliolo. Por viajar a velocidad inmoderada, el peruano no logra prendarnos,
aun cuando consigue poner en escena las nuevas formas que adquiere la
enajenación contemporánea. El acierto del tema –un universo colmado de máquinas
con vida- no se compagina con la pobreza de su narración erótica, falta de
clima y ambientación de Tokio, al situar las peripecias de Max en la capital japonesa.
Citado en un hotel para asistir al evento que definiría el curso de la
Corporación Géminis, se encuentra por primera vez con los avispados artífices del
nuevo mundo que se avizora. Sus titubeos recurrentes y semi-inconsciencia, carecen
de dramaticidad, la intriga y suspense no desconciertan ni embrujan. No logran
la intensidad necesaria para embaucarnos. Los únicos personajes seductores son
Mai y Ryukichi. Incluso Kreutz, cuya centralidad discursiva destaca, nunca
alcanza el dramatismo que pretende imprimirle.
Tan cerca de la vida bosqueja uno de los
dilemas más agudos que enfrenta un novelista laureado, cuya fama empezó a
trascender después de la aparición de Pudor
(Alfaguara, 2004). Cuando se logra la estatura alcanzada por el peruano, todo escritor
tiene que medir sus pasos y caminar con cautela. A no ser que postrado ante el
mercado, emprenda un nuevo derrotero. Muchos escritores han sucumbido a esta
tentación. Se malogran obnubilados por el dinero. Empiezan a escribir
extasiados por la fama, sabedores que la atención dispensada a sus libros,
constituye una antesala provechosa. Lejos de proponerse superar con creces las
obras que lo colocaron en la cima, deciden transitar por las avenidas
pavimentadas de los best-sellers. Un riesgo que Roncagliolo debe asumir
seriamente si no desea enajenar su escritura y servilizarse con la lectura
rápida y facilona que ofrecen los thriller, pensados precisamente para leerse
de un tirón, igual que se engulle la comida chatarra en los food-court.
¿Creerá
que los lectores exigentes están de baja? Aún con la aversión que sienten
algunos escritores por ganarse buenas sumas de dinero, hasta los más curtidos y
famosos han caído de bruces ante los imperativos del mercado. Unos son tan
buenos, que no obstante de haberse zambullido en esas aguas perfumadas, salen ilesos.
Caso emblemático, William Faulkner. El maestro de maestros, después que sus
primeras novelas no tuvieron mayor acogida, forzado por su situación económica,
resolvió ganar dinero escribiendo una obra sensacionalista. Faulkner adjuró de
su quinta novela, adujo que había traicionado sus principios. A pesar de todo Santuario (1931) continúa leyéndose como
uno de los grandes partos de la literatura. ¿Qué camino queda a Roncagliolo sino
acrecentar las exigencias que impone haber conquistado aplausos a una edad temprana
–los 31 años- para no dilapidar su prestigio?
Los
cambios de paradigma impuestos por el ascenso meteórico del micro-relato, no
deben interpretarse como si la muerte de la buena literatura está a la vuelta
de la esquina. Mientras los seres humanos sigamos prendados porque nos cuenten
historias, la literatura seguirá existiendo. Desde los albores de la humanidad,
sentados frente a la hoguera, empezamos a escuchar extasiados estas historias. Nunca
hemos podido liberarnos de la embriaguez que supone oír a esos
prestidigitadores. Con el encanto de su voz y gesticulaciones, nos hacen
reflexionar, reír, llorar, darnos cuenta que la imaginación portentosa, es capaz
de crear mundos paralelos, llenos de encanto y sortilegio. Nuestra vida
cotidiana acrecienta el deseo por conocer nuevas historias. La literatura estaba
en ciernes. No importaba si los relatos eran escalofriantes, salpicados de
sangre o de mujeres bellas rendidas ante la galantería de los hombres. El viejo
Homero viene a ser el referente más antiguo, más antiguo que las historias
narradas en la Biblia.
Mudan
los temas y en eso Santiago Roncagliolo se muestra sensible, perspicaz, hijo de
su tiempo. Ante la deshumanización provocada por el desarrollo vertiginoso de
las nuevas tecnologías y el crecimiento desmesurado de la robótica, Tan cerca de la vida es un canto de
advertencia. Lúcido confronta la época que nos ha correspondido vivir. Cuenta
que el ser humano continúa atentando contra su propia existencia. Nos recuerda que no ha desistido de su proyecto
alucinante de producir vida, insertando inteligencia artificial sobre el
esqueleto humano, creando seres que respondan a los desafíos que plantea el
desarrollo posmoderno. Los estudiantes de medicina practican sobre los cuerpos
de los muertos abandonados en la morgue, los brujos de la inteligencia
artificial ocupan estos cuerpos para insuflarles vida y satisfacer las
exigencias del presente. El viejo tema hobsiano. El hombre lobo del hombre. De
estas atrocidades no podemos culpar a las mujeres. Los robots, mitad personas
mitad artefactos, cogen, lloran y cantan como lo hacemos nosotros.
Para
saber si actuamos bien o mal, eterno dilema axiológico, Roncagliolo tiene el
acierto de introducir la conciencia a través del japonés Ryukichi. Ese alter
ego interpela a Max, haciéndole saber que se presta a una monstruosidad, el
destino de la humanidad está en juego. Tan
cerca de la vida debió recordarle que estando en la cumbre, el relato
demandaba mayor fuerza persuasiva, una atmósfera distinta para hacernos sentir su
pretensión de estar en Japón y que su novela no podía transcurrir en otro
ámbito, igual que don Quijote fuera de Castilla la Mancha, Pedro Páramo lejos
de Comala y los Buendía más allá de Macondo. En muchos relatos no importa tanto
qué se cuenta, sino cómo se cuenta. ¡Los imperativos de la fama son
ineludibles!
No hay comentarios:
Publicar un comentario