lunes, 17 de marzo de 2014

Sarna con gusto no pica





A Medardo Sierra Ocón,
esta crónica que le debía



¡Aligerate! ¡Camina más rápido! ¡Así nunca vamos a llegar! Apenas estamos arrancando. Tenemos que patear duro y hagámoslo lo más veloz que podamos. No es tan largo. No te preocupés. En menos de lo que imaginás vamos a llegar. Ve cuanto hemos avanzado. ¿Esos dos potreros de la derecha? Uno es de Juan Jiménez y el otro de Alejandro Ugarte. ¿Detrás del tamarindo? No son las Hernández. Tenés razón. No. No te discuto. Me equivoqué. Es cierto ahí viven ellas. La finca que queda a la izquierda es de Vital Cruz. A ciencia cierta no sé. Pero es de los Cruz. De eso estoy seguro. A partir de aquí en adelante procurá caminar por el zacate, para que no te llenés de lodo. ¡Cuidado! ¡Lo primero que te advertí!  ¡Ya la cagaste! Te fuiste hasta la mierda. Vamos a buen ritmo hemos avanzado bastante. Adiós. Te fijás los campesinos son bien educados. Siempre te saludan. No importa si no te conocen. Aunque pienso que él que nos saludó sabe quién soy. Su cara se me hace conocida. No te estoy chafeando. Vos crees que quiero darme la gran verga con vos. Si no fuese cierto no te lo diría. A veces miento. No a cada rato como vos. Ya vez te viniste escondido. ¡Esta es una forma de mentira aunque vos pensés lo contrario! No te estés justificando. A estas horas en tu casa todavía no se han dado cuenta que andamos por estos lados. Solo que manden a buscarte a mi casa y les digan que nos vinimos para la finca. ¿Vos crees que no? ¿O sí?  Es que sos vago. Yo casi no salgo. Aunque te rías. Si no me hubieses dicho que querías conocer San José a mí no se me hubiera ocurrido venir a pie. Menos en estos tiempos. Los cachimbazos de agua han sido brutales. Con esta eran ya como ocho veces que me pedías que viniéramos. Ahora quieres hacerte el pendejo. ¡Huy! Por venir platicando no me fijé. Ya la cagué. Mirá como chorrea el agua de mis zapatos. Es difícil que no nos embarremos de lodo. Hay charcos por todos lados. Hagámonos un poco a la orilla. Son como sesenta paridas. Todas dan leche. Esa que vos ves llegar a mi casa todos los días. Eres increíble. No han terminado de bajar las pichingas cuando ya estás encajado en el caballo. Doña María del Carmen te manda a espiar con la Marcelina. El otro día la vi sacando la cara en la esquina de don Erasmito. Piensa que Felito es pendejo. Por eso envía a la Marcelina. ¿Te manda acusar? Ni me lo imaginaba. A mi mamá ya le mandó a decir que cada vez que llegaras a la casa te corriera. ¿Lo de los caballos? También. Que no te preste ni uno. Mi papa se puso a reír vos sabes cómo es él. Todo lo hace guasa. Comentó que le podía ir mal con la Misis Deif. Eso sí le preocupa. Yo también pienso igual que vos. Doña María del Carmen es capaz de decirle a la Deifilia que hablé con él y le diga que no vuelvan a prestarte los caballos. Si hombre, eso es posible. Sirve las mejores bocas. La mayoría de los que llegan beben al fiado. El la visita por lo menos dos veces por semana. Se le jodería la fiesta. A mí también me dio risa. No vayas a creer pobrecita la Marcelina. El grito de Gauchi la paralizó. ¿Qué pasa con el muchacho? Te capeaste. Eso día casi te agarran. No me digas. Vos pensaste igual. Jajaja, te hubieran cachimbeado. Te creo. Pero qué gana Guillermo Tablada mandándole avisar. Entonces ahora sé cómo es que se dan cuenta en tu casa. No sabía. Puta aligerémonos. Aunque ya estamos por llegar. A la vueltecita como dicen los campesinos. Los pantalones no creo que se sequen. Están bien mojados. Vamos a pasarla bien. Imposible beber leche a esta hora. Si nos quedamos esperando el chiquereo hasta las tres te ofrezco hasta con pinol. No es mío. No es mío. La mujer del lechero siempre tiene. Le voy a pedir un poquito. Vas a ver no me lo niega. Crees vos que llovió más fuerte aquí que en Juigalpa. Puede ser. En esa vuelta queda la finca. Corramos. Corramos. ¿Nunca habías caminado tanto? La otra vez yo caminé el doble. Abrí la puerta. Vamos a ver si logramos agarrar ese caballo. Es manso. Tenemos suerte. Ponete adelante. ¡Por ahí! ¡Por ahí! Dejame que me acerque. No te movás. No te movás. Se puede arisquear. ¿Sin mecate y en pelo? Los he montado varias veces. Dejame que me acerque más. ¡Ya es nuestro! Voy a montarme primero. Ponete ahí a la orilla del barranco. No tengas miedo. Bueno ahora es cuando. Siempre hay una primera vez. En la casa hay albarda. Trotea rico. No se siente el paso. En cuanto lleguemos se la ponemos. Allá a la derecha también es de nosotros. Es que la finca es más grande hacia dentro. El lodo en los zapatos te lo quitás en la quebrada. Nos jodimos. La puerta donde está la albarda está con llave. Ni modo. En ese potrero de arriba vamos a ir agarrar al Visco. Es el caballo que más me gusta. Vos te quedás con este y yo monto el otro. ¿Cómo te sentís? ¿De a verga? Espérate, espérate. Ahora si vamos a echarnos una corrida. Dale. Dale. Te dije que te voy a llevar a la quebrada. Está detrás de nosotros movamos para allá. Corramos. El que llegue primero. ¡Te gané! Este caballo es suave. El que estás montado es manso y obediente. Con la jáquima basta. Por eso le puse el freno al Visco. ¿Medio fachento? Cabecea mucho. ¿Te gusta cómo levanta las patas? Viste es bien rápido. Como pasa el tiempo. Creo que ya tenemos más de dos horas de andar montados. Esa empalizada de la izquierda también es de nosotros. El pantalón no podemos lavarlo. ¡No! No podemos. Son como las once y media o las doce del día. En un rato nos vamos. Sabroso como chapotean  agua. Este es un caballo elegante. No podemos evitar que nos pringuen. No se puede lavar. Menos la parte del culo y las piernas. Mojado es peor. No ves que nos vamos ir de regreso montados hasta la salida. Si lo lavamos te vas a ensuciar más. Justo en la finca de Vital Cruz lo soltamos. El solo vuelve a la finca. Así ganamos tiempo. No se pierde. No se pierde. No tengas miedo. Bajate. ¿Estás safornado? ¡Cómo te cuesta caminar! ¿Te arde el trasero? Debes tenerlo llagado. Eso pasa la primera vez. Ya verás cuando te acostumbrés. No te vas a volver a sollamar ni te va arder nunca más el culo. Sarna con gusto no pica. Po eso no te quejás. Caminemos más rápido. Sos arrecho. Te vale mierda que te vergueen. Doña María Elba me va a echar el muerto a mí. Pero como vos decís, ella sabe bien lo rigioso que sos.     


martes, 18 de febrero de 2014

Los enloquecen


A medida que transcurren los años, las escenas desgarradoras en vez de disolverse permanecen fieles en mi memoria. Creo que cursaba primero o segundo de primaria, los alaridos se filtraban por la calle, provenían de la sección que en días recientes había servido de albergue para impartir clases en la escuela que quedaba en la calle Palo Solo, entre doña Juanita Montiel y la casa de mis padres. Los lamentos eran estremecedores, nunca supe cómo llegó a ese lugar ni quien lo había traído. La monotonía de la calle quedó rota. Como si se tratara de un acto circense desfilaban frente al local y los más curiosos se acercaban para ver si podían divisarle. Mantenían atadas sus manos y pies bajo la convicción que si lo soltaban sería una catástrofe. Todavía vivían en la cuadra los Hernández-Mena. Esquina opuesta a mi tía Rosibel, quien ya se había pasado a vivir a su casa, quedaba la casa de Lolita Benavente, una mujer dulce, agradable y querendona.

Por más esfuerzos que hago para recordar si alguna vez llegó un médico a brindarle terapia, no encuentro una respuesta asertiva. Tampoco recuerdo que llegara algún sacerdote a exorcizarle. Alguien dijo que estaba loco porque se le había metido el diablo dentro de la cabeza. A veces sus gritos se convertían en llantos lastimeros. En las noches seguía quejándose no sé si de dolor o furia. Sus familiares, gente humilde campesina, entraban y salían del lugar. Eran los únicos que permanecían dentro por largo rato, buscando cómo averiguar sobre su estado calamitoso, nos acercábamos para indagar cómo estaba y las respuestas en vez de sosegarnos nos ponían peor. Insistían que estaba loco y cuando alguien preguntaba por qué se había trastornado, sus argumentos devenían en discusiones interminables sobre la existencia o no del diablo. Daban por descontado que el diablo se le había metido y estaban persuadidos que la única forma de sanarlo era que el cura se lo sacara. Los muy sabios descartaban cualquier tratamiento médico.

Durante una semana fue la comidilla en todo Juigalpa, no se hablaba de otra cosa que del loco maniatado en la escuela pública de Palo Solo. Su locura para nosotros era una desgracia asociada con el demonio. ¿Algo malo hizo? ¿Qué pudo haber sido? El diablo escoge a la persona sujeta a sus designios, murmuraban algunas santulonas. No es cuestión de médicos, en estos casos su intervención no sirve de nada, opinaba la mayoría. En muchos hogares de Juigalpa mantenían abundantes raciones de agua y palma bendita en la puerta de entrada, donde daban por descontado se colaría el demonio. ¿Por qué no pensar que podía descolgarse por el techo? El diablo tiene suficientes poderes, son unos tontos los que piensan que solo puede hacerlo por los lugares más fáciles. Discusiones cargadas por visiones calenturientas que incluso se atrevían a dibujar cómo era el demonio. Sus perfiles los percibíamos nítidos. Tiene cachos, orejas agudas, porta un tridente y una larga cola.

Era la mismísima figura que aparecía en los cuentos que nos compraban nuestros padres para que leyéramos en casa. Lo extraño era qué cuando preguntábamos si alguien había visto al diablo, nunca obteníamos respuesta. Entre los juigalpinos la presencia de maleficios era cuestión de todos los días. La cegua salía por la hondonada del pozo Calicanto y luego subía a casa de doña Anita Zambrana, prueba de su existencia era que había embobado a su hijita. Yo miraba con temor y un poco de compasión a esta familia que había tenido el valor de no mudarse de sitio, más bien recurría a Monseñor Francisco Romero, pidiéndole consejos y suficiente agua bendita para conjurar sus arrebatos. El otro lugar poseído por seres malignos era el Altillo,  exactamente detrás de Casa Cural y la familia Suazo. Los Duendes importunaban el vecindario. La aparición del loco solo vino a ratificar la certeza de que el diablo existía y escarmentaba en las personas que no se comportaban derecho ni aceptaban la existencia de Dios.

Mis miedos crecían escuchando a Pancho Madrigal en Radio Mundial y peor aun cuando cruzábamos la calle para comprar donde Lolita las figuritas del álbum donde aparecían la Cegua, la Carreta Nagua, el Cadejo, figuras siniestras que poblaban nuestro imaginario. Todavía la televisión no había explosionado. Nuestra visión se nutría de las imágenes que aparecían en los cuentos de Fabio Gadea. Cercada por montes, en las noches se escuchaban en Juigalpa los graznidos de los búhos, provocándonos recelos. Con la llegada subrepticia del loco no quedaban dudas, el mal existe y está pendiente de nuestros pasos. Teníamos que portarnos bien. Estaba al acecho de los desobedientes y malcriados. Sobre todo de quienes no hacían caso a sus padres. El cura desde el púlpito hablaba del infierno y la necesidad de aceptar a Dios. Ir a misa se convirtió en un ritual obligatorio para muchas familias. ¿Más por temor qué convicción? Era la forma perfecta de estar en comunión con el Señor.

Decenas de campesinos bajaban al pueblo a bautizar a sus hijos y entregar sus diezmos. La cofradía de San Sebastián en Acoyapa, encabezada por el cura, era dueña de más de cien novillos. Decenas de niñas, niños y adolescentes, asistían los sábados por la tarde a la Iglesia Parroquial de Juigalpa a prepararse para dar la Santa Comunión. La alteración de la vida rutinaria en la ciudad solo corroboraba la necesidad de atender los llamados que hacía el cura de lo contrario nuestro destino sería el infierno. Ejemplo elocuente de verdaderas convicciones religiosas, provenían de mi tía Leopoldina y la niña Elaísita. Las dos educadoras en los recesos de sus clases rezaban y al medio día se entregaban por completo a la oración. Dos personas entrañables, dignas del mayor respeto, eran consecuentes con las premisas que alimentaban sus creencias. Cada vez que era castigado en primero de secundaria, la niña Elaísita me proponía rezar o hacer cincuenta sentadillas. Siempre opté por las sentadillas. Mientras ella oraba llevaba las cuentas a mi manera y pronto me dejaba ir. ¡Estoy seguro que nunca la engañé!


Un día el loco no amaneció, el vecindario acostumbrado a sus gritos sintió que algo anómalo había ocurrido. Aclararon que lo habían llevado a Managua al Kilómetro 5 para darle tratamiento. Jamás nos enteramos de la causa de su malestar. Algunos años después una mañana antes de venirnos a Juigalpa, Gustavo Tablada Zelaya, médico psiquiatra, nos pidió a Jorge Eliécer y a mí que lo acompañáramos un momento al Hospital Siquiátrico, tenía que ver a unos pacientes. Al entrar en contacto con ese mundo alucinante el dolor de cabeza se me pegó de inmediato. Poblado por mujeres y hombres, con miradas perdidas, viendo hacia la nada, otras deambulando por el patio y una pareja metida en camisas de fuerza, terminaron estrujando mi conciencia. Lo más amargo esa mañana fue ver a una familia que llegó a dejar a su abuelita al hospital, cuerda como estaba, declarándola loca para quedarse con su herencia. La respuesta que me dio la enfermera fue atroz. Esto sucede más a menudo de lo que usted piensa. Entonces tomé conciencia al joven que llevaron a Juigalpa, en vez de curarle lo que hicieron fue enloquecerle. ¡Sin ninguna duda que así fue! 

lunes, 17 de febrero de 2014

¿Monólogos o polifonía?



Uno tiende fácilmente a identificarse con ciertas obras de ficción, porque además de encontrar afirmaciones que antes habíamos vertido, el autor hace propias ciertas premisas con las que comulgamos. Eso me pasó con la lectura de Hablar solos (Alfaguara, 2012) la novela más reciente de Andrés Neuman. Esa identificación hace que surjan complicidades. El primer sobresalto me vino cuando escuché preguntar a Elena "¿Se soñará distinto en una cama de hospital? Porque leer, de eso no hay duda, se lee distinto" (P. 96). Tiempo atrás mucho antes que Neuman hubiese desgajado esta aseveración, me atreví a expresar: "Toda la noche del 12 y la madrugada del 13 de agosto de 1975, mientras Ida daba luz a Carlos Ernesto, nuestro primer hijo, en el Hospital Bautista, yo me entregaba a la lectura. ¿Qué me hizo refugiarme en Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda? No dudo que fue la tensión que sentía". Corroboro. Luego me identifico.                                   


Más adelante Neuman me hizo otro guiño sorprendente. "Cuando un libro me dice lo que yo quería decir siento el derecho de apropiarme de sus palabras, como si alguna vez hubieron sido mías y estuviera recuperándolas". (P. 133). Debo reconocer que me sentí halagado. Siempre he pensado que Pablo Neruda escribió para mí los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. A mis trece años atraído por los camanances de Vicky, el poeta chileno puso miel a mi primer desvarío. Por eso no sentí celos al enterarme veinticinco años después que Palinuro había encargado a Neruda escribir toda su poesía como un  tributo a Estefanía. Muchísimo antes que Fernando del Paso hiciera públicas estas confesiones yo leía a Patricia los poemas que había escrito bajo encargo para cantar nuestro amor. Ella se encargó de leer sus obras para saber si Neruda había completado el pedido. ¿Me lo crees? ¿Bastaban estos dos lances para certificar que se trata de un texto apetecible? Nunca. Esto solo constituye el preámbulo.

Existen otras razones valederas para identificarse con esta obra. Al poner hablar a Mario (Padre), Lito (Hijo) y Elena (Madre), crea un coro de voces a partir de las reflexiones que estos formulan a lo largo de la novela.  Aunque cada uno hable y sostenga su discurso de manera individual, sus voces se entreveran y concatenan. Los hablantes articulan su melodía teniendo en cuenta al otro. Los monólogos prefiguran al otro. El padre a la madre y al hijo, la madre al hijo y al padre, el hijo a ambos. La orquestación se traduce en una polifonía. Mario prefiere grabar sus reflexiones, todas dirigidas al hijo. Lito lo hace hacia sus adentros y Elena, punto de enlace y convergencia, alterna su discurso, para finalmente verterlo por escrito. Un recurso al que recurre convencida que si la muerte deja "las conversaciones interrumpidas, nada más natural que escribir cartas póstumas". Una forma de conjurar su angustia y expresarle al muerto lo que calló en vida. Los ajustes requeridos después de su desaparición.

La perdurabilidad de su memoria el padre la logra mediante un viaje donde Mario alcahuetea a Lito. Un viaje decisivo. Si no hubiera ocurrido Mario hubiese desaparecido del recuerdo de Lito. El festejo definitivo lo convierte en un ser presente, imperecedero. El ocultamiento de su muerte verdadera, postrado en un hospital, sintiendo desfallecer ante el ataque inclemente de una enfermedad terminal, la madre la traduce en un accidente. No quiere que el hijo sepa las causas reales de su fallecimiento. Ella busca como volver más digerible la muerte del padre ante su hijo. Dividido en el recuerdo del hijo, "el padre fantasmal que ahora tutela sus andanzas y, por brutas que sean las festeja... cuanto menos te conoce más te admira". Exclama conmovida. Esto supone que Mario alcanza su objetivo. La realización del viaje tenía ese propósito. Albergaba esa intención. Urde el plan para que el hijo lo recuerde siempre. Para que jamás lo olvide. El viaje funda el nudo dramático.

La manera que Neuman diseña y construye la infidelidad de Elena y la forma como la hace hablar, son para mí el logro más estupendo de la novela. Ante la inminencia de la muerte de Mario, consulta a su médico, para terminar encamada con él. El doctor la hace renacer. El placer le devuelve el gusto por la vida. Los arrebatos de Ezequiel la convierten otra. No se reconoce. Sabe que hace mal pero justifica su actuación. No desea parecerse al resto de mujeres que sabiendo que sus maridos les ponen cuernos dejan impunes el hecho. Su voz surge poderosa. Una voz femenina llena de encantos. Uno podría crear su propio tablero de dirección como hizo Cortázar con Rayuela. Los requiebres de su voz, la manera como expresa sus delirios, la forma que ama, la falta de remordimientos, su entrega sexual sin reparos, los engaños persistentes, la verbalización y sus diferentes giros ratifican que nos encontramos frente a un fabulador que sabe y domina el lenguaje femenino. Se extasía revelando los vientos huracanados que sacuden a las mujeres cuando ocurren estas tempestades.  

Son pocas las veces que he leído en estos días un novelista que maneje con tanta destreza, sin asomos de falsificación, la voz de una mujer. La hace decir lo que siente sin recatos ni mojigaterías. Las páginas mejor acabadas son en las que Elena vierte sus sentimientos. Sin remilgos, plena de goce, llena de lujuria, confiesa que Ezequiel ha conseguido exploraciones que comprometen sus cinco sentidos. Mirar, tocar, morder, oler, resulta un sibarita muy parecido a don Rigoberto. También gusta oír las palpitaciones de sus carnes. Lo hacía en cualquier parte de su cuerpo. "Pega la mejilla a la piel, pone la oreja así, como un ginecólogo atendiendo a las contracciones, y entrecierra los ojos. Y sonríe. No sé qué escuchará". Elena transfigurada. Conoce y saborea las delicias del cuerpo. Ezequiel la enloquece. Deja de ser una mujer escindida. Ni puta ni virgen. Sino ambas a la vez. Se acoge al mandato de Freud. Se da, se exprime, se exige. Sin egoísmos deja que el gozo la inunde.

Ezequiel la lleva a conocer las infinitas maneras de hacer el amor. Elena, intelectual, maestra universitaria, lectora voraz, todas sus intervenciones vienen aderezadas por su inmersión en los libros. Un ir y venir de un texto a otro. Mario cuenta a Lito que su madre un día comentó que Audrey Hepburn era “perversa como la inteligencia”. Así era ella de aguda. Ezequiel la desquicia, toca su piel, la embiste, la hace resollar. La mujer pudorosa que llega al consultorio del doctor Escalante, se siente alzada en vilo, transformada. Exclama que sin las mujeres tontas, jamás se habría escrito un solo poema de amor. Cree que la forma que la estruja no encaja en las categorías previstas en la industria del porno. Describe puntillosa como la posee. No conoce límites. La desquicia y enloquece. A su edad necesitaba recuperar su ardor sexual. Siente de una manera distinta. Mientras tanto yo no puedo dejar de releer las páginas en las que Elena confiesa sin rubores este amor desaforado.


Al final recupera su apostura. ¿Eso borra de mi mente la licencia con que habla, se encapricha y desfallece? ¡No! ¡En verdad que no! Sigo admirando al novelista que la dotó de esa voz descarada que todavía resuena en mis oídos.

lunes, 13 de enero de 2014

Jesús, el buey y la mula


A la niña Elvirita,
quien está en el cielo.

La aparición del tercer libro del Papa Benedicto XVI La Infancia de Jesús (Librería Editorial Vaticana- Editorial Rizzoli- Editorial Planeta -2012) no acababa de ser presentado cuando desató una ola de asombro en el universo cristiano. Se dijo que el Sumo Pontífice había expulsado para siempre del pesebre en que nació Jesús al buey y la mula. Con velocidad geométrica la noticia dio vuelta al mundo. Algunos especialistas dijeron que era mentira. Una enorme falsedad. En lo que coincidían era que el Papa señalaba que en el Evangelio “no se habla de animales”. Todo se debía a la iconografía cristiana. Dado que el pesebre es el lugar donde comen los animales, habían tenido el acierto de “colmar esa laguna”. Él no les sacaba de ahí más bien apuntó que nunca estuvieron en ese lugar.

Se quiera o no Benedicto XVI hacía una afirmación que entraba en contradicción con la tradición católica. En el texto aludido solo en una página hace mención de la mula y el buey. No era la primera vez que me veía estremecido por una afirmación vertida por el más alto representante de la grey católica. En 1969 en la reforma encabezada por el Papa Pablo VI varios santos fueron purgados bajo el argumento que nunca habían existido. ¿Por qué tardaron tanto tiempo para darse cuenta que no eran santas y santos? La sacudida alcanzó a treinta y tres divinidades. ¿Un número emblemático? ¿Una expresión simbólica? Desconozco si fue pura casualidad que el número de santos expulsados coincidiera con la edad que Jesús fue hostigado, lapidado y asesinado de manera inmisericorde en la cruz.

Imposible dejar de sorprenderme por la decisión adoptada. La mayoría de los santos depuestos eran venerados y reverenciados por la feligresía católica. Muchos creyentes objetaron que se trataba de una expulsión de santos muy populares. Sin duda alguna la alta jerarquía estaba convencida que generaría reacciones encontradas. Entre los decapitados figuraban San Valentín, San Cristóbal, San Jorge, Santa Verónica, Santa Úrsula y Santa Bárbara. Santas y santos a los que se habían encomendado toda su vida millones de feligreses eran desconocidos y eliminados del santoral católico. San Valentín sigue siendo acompañante fiel de los enamorados. Todos los 14 de febrero es festejado. ¿Cómo conciliar fe con la verdad de lo acontecido? ¿De qué manera persuadirlos de la justeza de esta decisión?

¿A qué tipo de argumentos recurrir para convencerles que lo hacían bajo la convicción que trataban de ajustarse a los hechos? ¿Acaso la iglesia no había incurrido en  despropósitos más graves por los cuáles le seguían cobrando un enorme precio? Su acción debería interpretarse como una manifestación responsable. El mismísimo Vaticano asumía los sinsabores y dolores de cabeza que provocaba esta medida. Debió ser pensada y requeté pensada. Los primeros en sentirse molestos, casi defraudados fueron los choferes. En los viejos y destartalados Hillman los choferes de Managua traían colgado sobre el espejo retrovisor la imagen protectora de San Cristóbal. Todos los días buseros y camioneros de todo el orbe antes de viajar encomendaban sus vidas y besaban la imagen venerada de su benefactor. ¿Seguirán haciéndolo?

Con lo ocurrido con Giordano Bruno, quemado en la hoguera y Galileo Galilei enfrentado con la curia romana por sus descubrimientos científicos, la iglesia no quería enfrentar situaciones parecidas. Por no haber aceptado que la tierra era la que se movía y que el sol era el centro del universo la sigue pagando caro. Continúa haciendo esfuerzos por lograr la reconciliación entre ciencia y fe. Benedicto XVI tuvo cautela y sensibilidad para no entrar en contradicción con prácticas milenarias. El buey y la mula forman parte del ritual católico. Crecí en una provincia ganadera donde continúa rindiéndose culto al Niño Dios. Todavía se resisten aceptar a Santa Claus. Las embestidas de los comerciantes no han sido suficientes para dar de baja a las festividades que se realizan todos los 24 de diciembre. ¿Cuánto tiempo durará esta oposición?

Mi niñez transcurrió entre cánticos, rezos y pastorelas, con olor a madroño, madrugadas en la vieja parroquia llenas de alabanzas y cantos, vivía a escasos metros de donde se hacían estas celebraciones. En las casas las disputas eran por ver quién realizaba el mejor arreglo para rendir tributo al Niño Jesús. Alcanzaban toda Juigalpa. Las salas transformadas en inmensos paisajes celebratorios. Los pesebres construidos de madera con techos de zacate. A los lados el buey y la mula pastando en espera de su arribo a la tierra. La estrella de Belén y los Reyes Magos en prudente distancia. Pequeñas luces y guirnaldas de diversos colores daban esplendor festejando su llegada. Las romerías por la ciudad estaban encaminadas apreciar y juzgar el mejor nacimiento. La alegría y alborozo cundía en los hogares.

Las cartas al Niño Dios tenían que ser escritas de nuestro puño y letra. No había necesidad de entregarlas al cartero, bastaba con ponerlas bajo nuestra almohada. Durante todo el año nuestros padres nos recordaban que según nos comportáramos íbamos a ser compensados. En voz alta dejábamos saber qué nos gustaría recibir. Mi primera bicicleta me la trajo el Niño Dios. Mi madre nos mandó a dormir temprano. Si estábamos despiertos no iba a poder dejarnos sus regalos. Me dormí con la ilusión de encontrarla al pie de mi cama. Tenía miedo que no pudiera leer mis cacaraño. Aunque no debía preocuparme. Él podía descifrar las letras más enrevesadas. ¡Cuánta dicha y alegría! Me trajo todo lo que le pedí. Igual a Jorge Eliécer. ¡Me sentí dichoso! Esa misma mañanita le quité las dos pequeñas ruedas. ¡Me creía un gigante!

El nacimiento de Doña Anita Jerez Tablada, causaba admiración, cada año lo agrandaba como manifestación de agradecimiento y tributo al Rey de Reyes. Una baranda de madera apenas nos separaba de aquel universo encantado. Centenares de personas se agolpaban para apreciar sus decorados. Sonia Villanueva y Nelly Abaunza se esmeraban en los arreglos como expresión de fe y alegría. La Niña María Almanza y la Rosa dolores Báez en la Cruz Verde, Luis Larios y Celita Castrillo en Palo Solo,  halagadas de saber que sus nacimientos eran elogiados. El reconocimiento bastaba para llevar paz y alegría a sus corazones. Cada diciembre podíamos apreciar nuevos adornos, mejor iluminación, mayor colorido; amplitud y decoración eran su mayor preocupación. Sentían que era la mejor forma de dar gracias y recibir al Niño Jesús.

No sé cómo habrán reaccionado en el resto del país ante lo afirmado por Benedicto XVI. En Juigalpa nadie se dio por enterado. Sigo preguntándome, ¿lo supieron y se hicieron los desentendidos? La decisión no surtió ningún efecto. En todas las casas las celebraciones navideñas siguieron igual que antes. Junto al pesebre como acostumbraban estaban el buey y la mula. ¿Se habría sentido mal la niña Elvirita? Todavía la diviso alegre como nadie frente a su pesebre miniatura, forrado de vidrio por los cuatro costados, con dos primorosas figuras, el buey y la mula, calentando con su vaho al Niño Jesús, según me decía para evitar que se resfriara. Los fríos de diciembre podían enfermarle. Por eso estaban ahí a su lado acompañándole esos dos animalitos. También ellos estaban alegres, muy contentos por su arribo a la tierra.