domingo, 9 de diciembre de 2012

Las culturas en el centro de la disputa



“… la increíble máquina americana de fabricar
 imágenes y sueños, la máquina del entertainment
 y la cultura que se convierte en mainstream
Frédéric Martel

La impetuosidad con que irrumpen los discursos dando la bienvenida a la inmaterialidad de las palabras dispara los análisis en su defensa. Lo criticable es la omisión y olvido. Para los que ahora levantan el espantajo de los cambios que provoca internet en las maneras de pensar, conviene recordar las tesis de Jack Goody. En La domesticación del pensamiento salvaje (1977), plantea que “todo cambio en el sistema de comunicaciones tiene importantes efectos en los contenidos transmitidos”. La escritura afecta los modos de pensamiento. Condiciona y permea los procesos cognitivos. Con internet asistimos a un proceso más amplio de modificación en las maneras de recopilar, tratar y difundir la información y el conocimiento. El recorrido completo que realiza Armand Mattelart en Historia de sociedad de la información (2007), resulta ilustrativo y desacralizador. Jamás pierde de vista las distinciones que en su momento establecieron los estudiosos, entre información y cultura. Una distinción que ha venido adelgazándose con el desarrollo de las máquinas inteligentes, fueron convertidos ahora en conceptos intercambiables por estos especialistas.

El camino ha estado erizado de contradicciones, recuperaciones y equivalencias entre información, saber, conocimiento, cultura, comunicación, al extremo que la información ha subsumido a la cultura para los acólitos de la sociedad de la información. Lo dramático ha sido asimilar información con “un término procedente de la estadística (datal datos) y a no querer ver la información sino allí donde hay un dispositivo técnico”. En este ámbito sobresale Marshall McLuhan. La historia de la humanidad para el canadiense ha sido configurada por las tecnologías de comunicación. Sus concepciones acerca del carácter indisociable de forma/contenido se resume en El medio es el mensaje, expresión recuperada por Manuel Castells en Comunicación y poder (2012), haciendo hincapié a las luchas sostenidas en diversas partes del mundo: La red es el mensaje: los movimientos globales contra la globalización capitalista. La razón fundamental para asomarse al texto de Mattelart es que jamás pierde la perspectiva histórica ni cae postrado ante la seducción que suscitan las tecnologías.

Existe una especie de gratuidad al encomiar los alcances de los cambios tecnológicos, haciendo caso omiso de los estímulos que los propician. Una abstracción que conduce a no tener nada que oponer al nuevo rediseño geopolítico mundial, donde la cultura constituye la baza de todos estos encontronazos, propalados por el despliegue capitalista a nivel planetario. El énfasis se ha centrado en destacar la creciente supremacía de la imagen sobre la palabra. Una realidad que olvida las consideraciones de los paleontólogos. Con esmero se dedicaron a escarbar y constatar “que los primeros trazos humanos apoyaban recitaciones verbales, que la imagen y la palabra aparecieron conjuntamente en la historia de la especie. Y los psicólogos –añade Régis Debray- lo han demostrado en el individuo: la adquisición del lenguaje en el niño se produce al mismo tiempo que la comprensión de la imagen visual”. (Vida y muerte de la imagen- Historia de la mirada en occidente, (Paidós, 1994). Estas consideraciones no pueden obviar una de las pretensiones más persistentes de la humanidad: la uniformación del mundo.

Entramos de lleno a un envite geopolítico, coinciden teóricos y críticos de la sociedad de la información. Unos lo plantean de manera desencantada. Los límites del discurso de Mario Vargas Llosa resultan evidentes. La civilización del espectáculo (2012) peca al creer que nada queda para afrontar el despliegue inmensurable de una civilización que envilece y banaliza todo lo que toca. Política, religión, cultura, sexo, erotismo y arte están estallando en pedazos. La justeza de su requisitoria se pierde al no aventurar ni proponer salidas. Una interpelación valiente se pasma al no ver luz en la hora que nos encontramos. En eso difiere Omar Rincón. El colombiano apunta que la comunicación mediática está inventando su propio modo de vida, entretenido y efímero, su propio sujeto cultural, individualista y exhibicionista. Anticipó a Vargas Llosa al sostener igualmente que asistimos al dominio de lo débil y lo leve. Su libro Narrativas mediáticas (2006), contiene vivacidad, transpira optimismo, su objetivo radica en comprender cómo funciona el entretenimiento con la intención de transformarlo. Critica y propone. Ofrece respuestas.

En esta misma línea de pensamiento se inscribe Gilles Lipovetstky, encuentra en
la moda una salida. Su propuesta metodológica en El imperio de lo efímero (1990), nada a contracorriente de los juicios que han reducido su surgimiento y expansión en un asunto meramente clasista. Sin perder de vista también que vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad, atina a preguntarse ¿debemos reconocer en ello el signo de decadencia del ideal democrático? Recurriendo a las paradojas muestra sus tesis. “Cuanto más se despliega la seducción, más tienden las conciencias a lo real; cuanto más arrebata lo lúdico, más se rehabilita el ethos económico, cuanto más gana lo efímero, más estables son las democracias, menos desgarradas, más reconciliadas con sus principios pluralistas”. Contradiciendo las posiciones de Vargas Llosa, autor que el peruano cita en su libro, sostiene que una era que funciona con la información, con la seducción de lo nuevo, con la tolerancia, la movilidad de opiniones, prepara –si sabemos aprovechar su buena tendencia- los trofeos del futuro.

En el vértice de las transformaciones, la Cultura Mainstream ha pasado a ser dominante. Una cultura que tiene en las tecnologías de la información sus palancas propulsoras. Su centro de irradiación está localizado en Estados Unidos. El presente está marcado por el ascenso de los intercambios de los contenidos mediáticos y culturales. Contrario a lo que podría esperarse, la hegemonía norteamericana, apunta Frédéric Martel,  está siendo confrontada por los países emergentes. Se trata de una guerra por los contenidos. Coincidente con Mattelart señala que presenciamos una guerra de conquista entre los países dominantes y países emergentes por asegurarse el control de las imágenes y los sueños de los habitantes de los países dominados que no producen bienes culturales. Entre los cuales debemos incluir Nicaragua. Aún cuando las máquinas son determinantes, la cultura ocupa la centralidad de estas batallas. “La globalización e internet reorganizan todos los intercambios y transforman a las fuerzas contendientes. De hecho, redistribuyen las cartas”.  Sería un contrasentido dar de baja a la historia cuando más se requiere de sus enseñanzas.