El nacimiento de Venus, 1482-1484 , Sandro Botticelli
I
No hubo forma
de frenar esa loca
pasión.
Con el corazón en
llagas
enloquecí con sólo
divisar su perfil.
Me precipité en sus
abismos al sentir
que su cuerpo
desprendía un hálito,
un aroma, un olor
diferente
que perturbaba la
fragancia de las rosas
y la frescura de las
aguas.
En sus dominios
nadie le hacía
competencia.
Su belleza era
natural.
Como Remedios, la
Bella,
jamás llevaba
abalorios
bajo su holgada bata
de noche,
mientras permanecía a
mi lado.
II
Su rostro de diosa
sagrada,
ajeno a todo
maquillaje,
huraña al polvo,
resistente al carmín,
sus negras y largas
pestañas
siempre se negaron
a embadurnarse de
rímel.
Los adornos lejos de
favorecerle
falsificaban con un
falso rubor toda su figura.
Mientras menos
atuendos relucía
mayor la atracción que
ejercía
sobre los poros de su
piel imantada.
Cuando la vi desnuda
por primera vez
me figuré que era a
Venus encendida
quien arrullaba mis
brazos.
Una mujer para colmar
tus ensueños
cada uno de tus
caprichosos antojos.
A diferencia de Adonis
jamás rehuiría a su
llamado,
prefería enloquecer de
amor, morir a su lado,
antes que sucumbir
entre las
dentelladas del cruel
jabalí.
III
Para derribar sus
defensas
tuve que sitiar su
ciudadela
durante varios años.
Troya en llamas la
tarde
en que solícita
respondió a mis besos.
Desde entonces me
apropié
de sus encantos y
sometí su corazón
a mi quemante amor de
sibarita.
Encendidos los ánimos
repasábamos ociosos
hondonadas, arroyos y
montañas.
Me instalaba a divisar
la altura de sus
pechos,
sus largas planicies,
sus oscuros prados,
sus anchas caderas
y su piel de
albaricoque.
Sus negros ojos
como la negra noche
desprendían fuego,
eran una hoguera en
plena orgía.
IV
Nunca volví a conocer
una mujer como ella.
Sus atrayentes pasos
acompasaban su andar
de gacela
y su fogosidad de
leona al acecho.
En verdad la perdí,
en verdad me perdió.
Aunque pase el tiempo
y miles de kilómetros
nos separen
en mi cuerpo quedó
adherido
el aroma de su piel
y a la dulzura de sus
carnes.
¡Cómo olvidarla
entonces,
si hasta sus prendas
quemaban las alcobas!
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