sábado, 21 de enero de 2012

Juigalpa: entre la inercia y el caos




Desde Heráclito de Éfeso hasta nuestros días, se han escrito centenares de tesis sobre la teoría del cambio. Nadie se baña dos veces sobre las mismas aguas. Nada permanece igual. Los conceptos de evolución y revolución, mantienen todavía trenzados en discusiones bizantinas a muchos locos de hoy. Su contracara –involución y contra-revolución- continúa en la palestra del debate público. Estimulado por el espectáculo que arroja el paisaje de mi ciudad, voy acercarme a los cambios propiciados por la expansión comercial. Como un cáncer agresivo el crecimiento desmesurado del comercio se ha comido el centro de Juigalpa. Se apodera de las aceras, impone un anillo de acero a Catedral, sitia el Parque Central y bloquea el paso en los amplios corredores de la Escuela José Aníbal Montiel. No contentos expanden sus tentáculos hacia Palo Solo, la Avenida Josefa Toledo de Aguerri y hacia el antiguo Cine Cinthia, convertido en templo de mercaderes.

Para liberar equívocos nada tengo contra las personas que buscan una salida a la falta de empleo, refugiándose en la venta de todo tipo de tiliches. En un país de desempleados, el trabajo informal se ha convertido en colchón amortiguador de las penurias domésticas. Las únicas veces que este fenómeno se presentaba era durante las fiestas agostinas. Los chinamos se instalaban unos días antes de las fiestas patronales, luego levantaban campo. Hoy instalaron sus carpas de manera definitiva y se adueñaron de los espacios públicos, estimulados por la abulia de las autoridades municipales. Todas las viviendas alrededor del parque desaparecieron. Solo una familia –los Bendaña Jarquín- ha resistido el desarraigo. Los demás han vendido al mejor postor. Signo de los tiempos, el centro de gravedad del poder ha mudado de sitio. El esquema dominante fue desfondado. Solo el poder religioso ha permanecido ¿imperturbable? en el mismo lugar, pues aunque lo quisieran no pueden trasladar Catedral a otro sitio.

El fenómeno se repite en otras ciudades del país. Lo mismo acontece en León, Chinandega, Ocotal y Granada. En una complicidad mal entendida, las autoridades locales permiten que la ciudad, a quien deben fomentar su ornato, desarrollo y crecimiento armonioso, continúe siendo transformada en un enorme bazar. En el Parque Central la gente se orina y caga sin escrúpulos. Los altoparlantes elevan los decibeles hasta causar sordera y espanto. En la casa del partido en el poder se despachan las cuestiones de Estado y en sus corredores se venden baratijas como muestra de un rancio populismo. Vivimos en eternas elecciones, los votos cuentan y hay que resguardarlos celosamente. No importa que afeen la ciudad, si al final de la jornada electoral estarán de nuestro lado, justifican y apostrofan los estrategas locales. Las críticas entran por un oído y por el otro salen. No importa. Estamos en el deber de dejar sentada nuestra protesta así resbale a los custodios del poder local. No existe un plan de ornato mucho menos una ley de desarrollo urbano.   

El caos norma el desarrollo de Juigalpa. En cualquier lugar puede instalarse un negocio. ¿Acaso no acontece una situación similar en Managua? Me objetaran ustedes. No me queda más que decirles que la única forma de contener la gangrena sería mediante la expresión de una voluntad política encaminada a poner fin a la gula y  avaricia de muchos. En este pandemónium los más favorecidos son los tagarotes. Esos aliados incondicionales del poder mientras sus negocios no sean perturbados por ninguna autoridad. Los casinos rondan la ciudad. Macao da la bienvenida al turista en solo la entrada a Juigalpa. Mustang Saloon opera a cien metros de Catedral y un poquito más alejado, Atlantic City levanta su pedestal a doscientos metros del templo mayor de los católicos. En la Casa de la Cultura frente a Catedral, en una sumatoria increíble, se rinde culto a Baco, se baila, canta, enseñan artes marciales, venden teléfonos celulares, ropa, esquimos, tinterillos atienden a los incautos y los viejitos han encontrado un lugar para enjugar sus penas los sábados por las noches, sin John Travolta de por medio.

Las ventas de celulares y recargas están diseminadas por toda la ciudad. Los más avispados venden recargas Claro y Movistar. ¿A cuenta de qué guardar las espaldas a los negociantes foráneos? ¡Business is business! La primera vez que vi a un vendedor de periódicos vocear La Prensa y Novedades, tesis y antítesis del somocismo, me quedé perplejo. Los medios condensan para mí las expresiones político-ideológicas. La dimensión mercantil prevalecía en la mentalidad del voceador, instalado en la acera de la Cervecería Victoria, en Managua. Igual ocurre ahora. Sienten que no deben fidelidad a una marca. La venden para subsistir en tiempos aciagos. Las fachadas rojas y verdes, eternos colores de las paralelas históricas, iluminan el camino y trazan la ruta a los peregrinos. Los colores evitan extravíos innecesarios. Rojo-Claro, Verde-Movistar. Aunque en algunas casas anuncian que pueden comprar ambas recargas sin pérdida de tiempo. Las ventas de recargas se codean en un mismo vecindario.

A solo unos metros del Colegio Regina Mundi funciona una cantina. ¿Cómo conciliar ambos intereses? ¿Es posible pensar en la educación integral si al salir de clases las jóvenes ven como cuestión rutinaria la venta de alcohol? ¿Qué malabares tendrían que hacerse para combinar el agua bendita con el guaro?  El crecimiento impetuoso de Juigalpa reclama urgentemente la atención de las autoridades locales y centrales. Deben frenar el relajo. Todavía queda tiempo a la actual administración edilicia. Si en verdad fueron electas para servir a los juigalpinos, un paso firme hacia adelante dejaría un recuerdo imperecedero hacia sus gestores. Los dos mejores alcaldes que ha tenido Juigalpa –Carlos Guerra Colindres y Chaco Deleo- son recordados por su empeño a favor del crecimiento y expansión de la ciudad. Algunos de los asiduos al Parque Central, esos eternos visitantes cotidianos, lamentan en lo que ha sido convertida una de las mejores herencias de Chaco Deleo. El parque dejó de ser lo que antes era, un orgullo de la ciudad y un centro de esparcimiento.

En verdad todo cambia para bien o para mal. En Juigalpa los especialistas en ciencias sociales cuentan con un inmenso laboratorio. También los expertos en desarrollo urbano pueden asomarse para buscar soluciones al intrincado caos que predomina en la ciudad, incitado por los negocios y propiciado por las autoridades. Hasta en el más pobre changarro cobran impuestos por dejar hacer, dejar pasar, expresión de un liberalismo de nuevo cuño. 

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