I. Contexto histórico-político. El fraude en todos sus
géneros y variantes se ha convertido en una práctica que llevará tiempo
desterrar. Como una pandemia ha terminado enquistándose por todos los intersticios
de nuestra sociedad. Durante los últimos años ha multiplicado sus raíces y
diversificado sus cabezas, convirtiéndose en una medusa que infecta todo lo que
toca. El fraude y su secuela de corrupción tal vez sea la peor herencia
somocista. Sus síntomas son puestos al derecho y de revés por Pablo Antonio
Cuadra, José Coronel Urtecho y Pedro Joaquín Chamorro, por citar a tres
personalidades de la cultura y política nacional. Los estudios de Cuadra sobre
“la guatusa”, ese gesto procaz que todos percibimos por muy escondida que este
la mano bajo la bolsa del pantalón, alcanza una dimensión patética ante las
mudanzas de significado que adquirieron las palabras durante el último decenio
del somocismo como lo prueba el poeta Coronel Urtecho y no menos dramática la
manera que Chamorro registra en sus editoriales, la burla a que era sometido el
pueblo nicaragüense cada vez que era llamado a depositar su voto para escoger a
sus autoridades nacionales.
La
dimensión política es la más visible y rotunda. El descrédito de la clase
política no es un hecho reciente. La expulsión del somocismo mediante una
insurrección armada, entre otras razones obedeció a que nadie creía ya en la
posibilidad real de bajarlo de la silla mediante una justa electoral. Decidido
a mantenerse en el poder más allá de lo establecido en la Constitución
Política, el General Anastasio Somoza Debayle buscó alianzas con el doctor
Fernando Agüero Rocha, para salvar el impedimento. Instalaron una Asamblea
Nacional Constituyente para que elaborara un nuevo estatuto jurídico que le
permitiera continuar como presidente de Nicaragua. El viejo Tacho había
enseñado a sus hijos que cada vez que enfrentasen estos problemas, recurrieran
a los conservadores, ávidos por participar en los repartos de poder en que degeneran
los pactos y componendas políticas. Agüero fue la regla no la excepción. Desde
entonces –marzo de 1971- dilapidó su enorme carisma e hipotecó el gran
ascendiente político que tenía sobre los nicaragüenses.
Pero
quien mejor traza el itinerario completo de los fraudes somocistas es Pedro
Joaquín Chamorro, en su condición de periodista y como opositor tenaz a los
desmanes de la familia dinástica. Pedro Joaquín pulsa a fondo las elecciones
para mostrar el pus que destilan y las llagas incurables que dejan sobre el
rostro envilecido de la patria. Cuando se embarcó en la invasión armada de
Olama y Mollejones -1959- lo hizo porque estaba persuadido que el somocismo
nunca se iría si continuaba controlando todos los poderes del Estado y contando
los votos las veces que montaba remedos electorales para dar visos de legalidad
y legitimidad a sus pantomimas. Los Somoza cuidaban las formas. Jamás se saltaron
las trancas de la reelección si antes no procedían a darles un caretazo de legalidad.
Trataban de guardar las apariencias jurídicas. Si la Constitución Política
prohibía la reelección buscaban como reformarla en el mismo seno de la Asamblea
Nacional.
Como
cada elección era un montaje que no satisfacía los deseos de cambio que
demandaban las mayorías, hubo un momento que el pueblo cansó de tanto engaño.
Los encargados de contar los votos, puestos por ellos en esos cargos, lo hacían
de forma fraudulenta. Debido al desprestigio del Partido Conservador de
Nicaragua (PCN), en las elecciones de 1947 cedió su casilla al Partido Liberal
Independiente, -nacido tres años antes de una fractura del Partido Liberal
Nacionalista (PLN)- para que corriera como presidente el doctor Enoc Aguado. No
contento con birlar el triunfo del PLI y de instalar al doctor Leonardo Arguello,
el candidato derrotado, Somoza García lo depuso veinte días después mediante un
golpe de Estado. Convenció a los conservadores que les entregaría el poder.
Triste momento. Permite comprobar que Emiliano Chamorro había capitulado a
favor de Somoza García, inclinando la balanza a su favor, a través de los
diputados que controlaba en el Congreso de la República.
¡Lo
demás es historia sabida!
II. Otras expresiones no menos
dramáticas. Los
fraudes electorales constituyen una expresión condensada de los altos índices
de corrupción a los que ha arribado la clase política. Su carácter contaminante
resulta indiscutible. Una vez infectado el cuerpo político difícilmente se
salva el resto de las instituciones que conforman una sociedad. Incluso voy a
obviar los fraudes fiscales, cometidos tanto a uno y otro lado de la acera, desde
el gobierno hacia las empresas y ciudadanía y desde estas hacia el gobierno. Más
bien voy a referirme a aspectos baladíes, no por eso menos significativos del
enorme mal que nos aqueja. El magistrado Sergio Cuarezma revela que si para
integrar Sala en la Corte Suprema de Justicia y evitar la presencia de otros
magistrados, se vuelve necesario cortar la luz, habrá que hacerlo. Si un equipo
de beisbol va perdiendo y hay que dejar a oscuras el estadio, pues ¡ni modo! habrá
que hacerlo. Si en un juego de volibol no han llegado los seis jugadores que se
requieren para evitar el forfeit, dejan
a oscuras el local mientras llaman a uno de sus integrantes pidiéndole que apure
el paso.
Igual
acontece en la elección de una federación deportiva. Si hay que sentar a una
persona que no es miembro de ninguna junta directiva, no importa si su voto les
resulta favorable. Las inhabilitaciones de última hora también forman parte de
estos juegos de prestidigitación. Para evitar la presencia de una persona cuyo
voto agria la fiesta, nada mejor que pedir no lo incorporen alegando cualquier
pretexto. Cuando no se comparten los mismos principios y temen por el creciente
ascendiente de una persona al interior de un partido político, buscan como expulsarlo
porque pone en riesgo el liderazgo del jefe. ¿En base a qué disposición tomar
una determinación como esta? Eso es lo de menos, ya encontrarán motivos
suficientes, si no los inventan. Algunas personas invitan a sus amigos a formar
parte de un jurado calificador con la condición de garantizar su voto de
antemano. Está ahí para garantizar la escogencia que el otro determine.
Donde
estas marrullerías alcanzan mayores alturas es en los concursos de belleza. Al
menos puedo dar fe de dos o tres certámenes en lo que he participado. Lo insultante
y grosero viene a ser que las jóvenes participantes, sus familiares y amistades,
creen en la pureza de la elección. Invierten cuantiosas sumas de dinero en
propaganda, gastan enormes cantidades en la compra de vestidos, zapatos,
maquillaje, salones de belleza, fajas, carteras, lencería, joyas y demás
accesorios, confiadas de participar en un evento ajeno a toda manipulación
falsificadora. Creen que la mano del fraude no alcanza estas latitudes. Parten
de la sanidad con que se registrará la votación. Confían en la idoneidad de los
jurados. Es válido que hagan lobby, incluso que coqueteen. Pero el engaño, la adulteración,
tretas y golpes bajos, forman parte de estos eventos, como la lepra se adhiere
a la piel del enfermo.
Esta
es solo una aproximación al tema. Sigan ustedes armando el puzle. Mientras el
cuerpo político no sane, ¿cómo pretender que cure el resto de la sociedad? ¡Cómo!
¡Díganme como!
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