No todo el mundo puede, en el
momento dado
reconocer a su mujer y casarse
con ella.
Pequeña biografía de mi mujer
José Coronel Urtecho
Cuando te llegan voces una y otra vez reconociendo los logros de una mujer,
cuando amigas y amigos te soplan al oído la fortaleza de su temperamento, la
firmeza con que asume sus tareas, su visión de la vida y la convicción que
generan sus palabras, no queda más alternativa que conocerla, para
comprobar hasta donde sus cumplidos son exagerados o se ajustan plenamente a la
descripción que hacen de una mujer pionera en la diversificación de numerosas
actividades dentro de un mismo espacio. Todas las versiones coincidían. A
su afabilidad y cortesía, había que agregar la firmeza con que sostiene las
riendas de una hacienda cafetalera, dentro
de la cual ha creado un enclave. Solo viéndola podrás darte cuenta que no
exageramos. No se trata de aplausos inmerecidos. Esos dejémoslos a los
cronistas de notas sociales, tienen la habilidad de convertir en grandes a los
enanos del circo. Esas bufonadas nada tienen que ver con lo que contamos. No
recargamos la lengua, para qué tantas preguntas,
sacia tu curiosidad por cuenta propia.
Mis interrogantes no tenían la intención de abrir espacio a la duda -no objetaba-trataba de reconocer en cada una de los esbozos, los
diferentes caminos que les habían llevado a generar las mismas convicciones.
Era curioso que la información fluyera de boca en boca y no transitara por las
páginas ociosas de los diarios, radioemisoras y estaciones televisivas. Nunca
había leído un reportaje, ni escuchado una entrevista radial o televisiva sobre
su quehacer. Algunos noticieros están demasiado ocupados con la nota roja,
haciendo escarmiento con los pobres, revictimizando a las
mujeres. Esa actitud al menos permite comprender sus graves omisiones.
Replegados en los barrios, por las noches infligen doble zarpazo sobre las
víctimas del oprobio. Sus croniquillas suman a la degradación cotidiana de los
hechores, la versión retorcida de quienes han decidido que las mujeres caben en
sus páginas, micrófonos y pantallas, solo cuando reciben trompadas, son
ultrajadas o asesinadas.
Tampoco debo esperar que los historiadores inscriban su nombre y relaten
sus proezas, dedicados como están a escribir solo sus embrollos. Muchas
versiones ofrecidas acerca de los grandes acontecimientos que hicieron crujir
los cimientos de nuestra sociedad, distan mucho de la verdad verdadera. Los
novelistas, esos otros grandes tramposos, ofrecen en las páginas de sus
ficciones, relatos apegados a la verdad, fácilmente acabas descubriéndolos.
Es cierto que los mezclan con sus grandes mentiras, pero jamás dicen que
debemos atenernos fielmente en todo lo que afirman. Incrédulos del mundo, tiene
razón Gabo, tengo que adelantarme a los pretenciosos, antes que retuerzan
la verdadera historia de una mujer, sin otro propósito que haber decidido regir
su vida y dirigir su equipo de trabajo, fundando su propio imperio, sin otras
armas que una mística asombrosa, empeño diario y desvelos recurrentes, para
ofrecer testimonio de la grandeza de todas las pares de su especie.
Tuve que reconstruir su historia paso a paso, ver donde encontraba fisuras,
rendijas, cojeras, pequeños traspiés, para encontrarme que su discurrir por la
vida ha sido la de una joven que decidió casarse a los veinte años de edad,
nacida en 1947 en Alemania, un país devastado por la guerra, sangrando por
todos sus costados. Para saber cómo fue ese calvario, tendrían que empinarse
las páginas de Erick María Remarque. En Sin novedad en el frente (1929),
previno los horrores y atrocidades de la Primera Guerra Mundial, después
escribió Tres hombres y una mujer (1937), desgarrador da
cuenta de las secuelas incurables que dejan los confrontamientos bélicos. De
esto nada tengo que contarles, los nicaragüenses vivimos en carne propia,
durante los ochenta, una guerra impuesta que provocó desolación, luto y
desarraigo, carencia de alimentos, rencores, fricciones y una polarización que
todavía asoma su odioso rostro. Debo a mi padre la lectura de ambos libros, en
los años iniciales cuando me sumergía en las profundidades de esas aguas
cristalinas.
Sus
ancestros la trajeron a Nicaragua a los dos años de nacida. Su bisabuelo, Alberto Vogl, había llegado medio siglo
atrás, invitado por el gobierno para desarrollar el cultivo del café en el
norte del país. Contrario a lo esperado, su bisabuela Rosenda Baldizon, fue
quien enseñó a su marido a cultivar el grano y se encargó que mascullara el
español. A mediados de los sesenta la joven llegó a Managua a estudiar en el
Colegio Teresiano. Un año después Eddy la cautivó y en 1967 ya estaban casados.
En enero miles de nicaragüenses habían muerto a lo largo de la Avenida
Roosevelt, demandaban a los Somoza que dejaran el poder. Eddy participó en la
asonada, era miembro de CIVES, la agrupación juvenil nacida bajo el liderazgo
de Pedro Joaquín Chamorro. La sangre corrió sobre el pavimento, centenares de
nicaragüenses murieron en la intentona y otro tanto fue a parar a las cárceles.
La experiencia fallida condujo cuatro años después, al pacto Somoza-Agüero.
Pedro Joaquín decidió emprender su propio camino, ajeno a toda pretensión pactista.
A los tres años de casada, la alemana-nicaragüense dejaba ver su temple.
Junto a su esposo fundaron Estructuras Kuhl, donde se multiplicó al
infinito. Asumió el cargo de secretaria, manejaba la contabilidad, se hizo
responsable de las cobranzas y para que no quedara ninguna duda de sus
destrezas y habilidades, manejaba el camión Unimag, para acarrear los
materiales que requería la fábrica. Dejó ver el rasgo más sobresaliente de su
vida: aprendió a soldar y se fajaba hombro a hombre con los soldadores más resueltos.
¿Cómo no acompañar a esta mujer en cada una de sus realizaciones, si contagiaba
con la fuerza de su ejemplo? Machistas hasta donde no decir, eran desafiados
por una mujer, quien demostraba en la práctica, que podía hacer su trabajo y el
de ellos sin mostrar cansancio, ni rehuir a la jornada laboral establecida. Una
mujer capaz de asumir tareas estrictamente reservadas a los machos, sus dotes
excepcionales la hacían sobresalir con luz propia entre la vocinglería
machista.
En el año dos mil inauguró el nuevo siglo, haciéndose cargo de la
conducción de Selva Negra, nombrado así en homenaje a la región donde nació en
Alemania, su abuelo paterno, Carlos Hayn. Tuve que esperarme diez años para
conocerla de cuerpo entero. La noche de nuestra llegada, Eddy se comprometió
con nosotros sin habérselo pedido. Un ofrecimiento que vendría a colmar mi
interés por saber cómo ajustaban sus medidas con la dimensión creada en mi
mente por mis amigos, acerca su genio y figura. Durante el desayuno nos
ubicamos con Nelly en la parte de afuera, frente a la laguna artificial, el
paraíso recobrado ofrece al paisaje una tonalidad diferente. Un remanso de paz.
La neblina envuelve las montañas. A eso de las diez, como si fuésemos amigos de
siempre, Mausi se acercó a nosotros, extendió la mano y dijo, Eddy me pidió que
hiciera un recorrido con ustedes por toda la finca. Me esperan unos minutos,
tengo que llevar un medicamento, una de mis hijas está enferma. ¿Tienen tiempo? Te esperamos. Somos todo tuyo.
Comenzó el recital, con fluidez fue dibujando con su voz cada uno de los
lugares creados bajo su inspiración. Al mando de su camioneta, desgajaba su
discurso, empiezo a sumergirme en su mundo. Me importa un bledo no comprender
sus explicaciones eruditas sobre la miel del café y el procesamiento riguroso a
que es sometida. En la medida que avanzamos, con su ojo de águila caza
desperfectos, madera tirada en el camino, tareas sin completar. Desde que
iniciamos la travesía lleva un walkie talkie en su mano izquierda. Por tercera
ocasión llama a uno de los trabajadores haciéndole recomendaciones, pidiendo
que coordine bien las actividades, pero nada interfiere su discurso. Lejos está
de esas guías desabridas con sabiduría prestada, carentes de voz propia, Mausi
sabe lo que dice, pero gusta más cómo lo dice. Sus
palabras están cargadas de autenticidad, en un país donde cada día están
perdiendo valor. Las deja caer en cascada, como se deslizan las aguas celestes
en las distintas quebradas que bañan Selva Negra.
Entro en un nuevo estadio, abandono el cuaderno de notas. Crece mi interés
por escuchar su canto. Empiezo a dar la razón a su marido y amigos. Mausi es el
alma de Selva Negra. El concepto de cabañas y senderos, la preservación del
bosque, la fabricación de quesos y salchichas, las tres generaciones de
trabajadores que han nacido, crecido y vuelto a nacer en Selva Negra, la
certificación obtenida de Rainforest Alliance, la fabricación anual de
mil toneladas de abono orgánico, los traspiés por no haber conseguido montar un
sistema de generación de energía eólica, son para mí un pretexto magnífico. Su
voz encantada seduce, desde hace rato solo me importan su coherencia y energía
infinitas. Es la tercera vez que encuentro una persona que me hechiza con la
magia de sus palabras. El habla, ese invento prodigioso, recurso de clérigos
iluminados y políticos grandilocuentes, viene a ser un enorme atributo de esta
mujer grandiosa, quien ha hecho de su hotel, su vida misma. Eddy que es
historiador, le ha dedicado su mejor estudio, Nicaragua y su café (2004),
como muestra de afecto entrañable por su ángel tutelar.
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