sábado, 21 de enero de 2012

Managua en nuestras vidas







Un acierto notable de los antropólogos ha sido determinar con agudeza los referentes que apuntalan nuestra identidad. Otro acierto importante está ligado con la forma que identificamos los rumbos de la ciudad, los nexos que guarda con los acontecimientos históricos y sus relaciones con nuestras vidas, la de nuestros amigos y familiares. La esquina de El Hormiguero, centro penitenciario ubicado en la Avenida Roosevelt, la arteria más importante de la capital, jamás podrá ser olvidada por quienes estuvieron presos en esos calabozos. La manera con que identifican la Roosevelt, centenares de personas que marcharon hacia la loma de Tiscapa el 22 de enero de 1967, arengados por Fernando Agüero, líder carismático Conservador, será igualmente dramática para quienes sabemos que en las inmediaciones del Campo de Marte, fue detenido Augusto C. Sandino y los generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, la noche aciaga del 21 de febrero de 1934.

Además de ser la capital latinoamericana con el mayor número de árboles por kilometro cuadrado, Managua tiene un significado especial para todos los nicaragüenses. Lo relevante son las razones por las cuáles cada uno de nosotros se identifica con esta urbe. Su elección como capital de Nicaragua en 1852, está vinculada por las desavenencias históricas entre leoneses y granadinos. La inflexión que marcó su ascenso influyó en la vida del país. El hecho de convertirse en eje de gravitación de la política nacional, determinó cambios sustantivos en el discurrir cotidiano de todos los nicaragüenses. El terremoto que la puso de rodillas el 23 de diciembre de 1972 además de asestarle un golpe mortal, estremeció los corazones y movilizó la infantería de marina estadounidense. Para proteger a Anastasio Somoza Debayle, acantonó tropas donde hoy se levanta Plaza Inter, en las vecindades de Casa Presidencial que había sido destruida. A partir de ese día dejó de ser sede de la presidencia de la república.



Managua para millares de nicaragüenses es el lugar donde falleció su padre o detuvieron a su hermano por razones políticas. Sigue atrayendo hacia su ratonera a millares de nicaragüenses en busca de trabajo. La Plaza de la República se convirtió en centro de disputas políticas. Escenario donde se concentraron triunfantes las huestes guerrilleras el 20 de julio de 1979, su centro fue transformado en una atractiva fuente cantarina por el Presidente Arnoldo Alemán. La devastación de la obra arquitectónica por instrucciones del Comandante Daniel Ortega, acción recriminada por el Alcalde Nicho Marenco, le valió críticas de su antiguo compañero de luchas y precipitó su desplome de la gracia presidencial. El significado de esa fuente no será igual para estos actores de la política vernácula, pero tiene un denominador común para estos tres miembros de la clase política. Se erige como lugar de desencuentro en sus vidas y por más que lo deseen, ninguno puede obviar sus repercusiones personales.

El monumento a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, levantado en el mismo lugar donde segaron su vida gatilleros a sueldo el 10 de enero de 1978, rememora la personalidad del periodista inclaudicable. La casa donde murió en combate desigual Julio Buitrago el 15 de julio de 1969, cañoneada por la gendarmería de la Guardia Nacional, tiene un significado diferente para sandinistas que para miembros de la extinta corporación militar al servicio de la familia Somoza. Las placas puestas en los distintos barrios capitalinos, donde cayeron combatiendo centenares de jóvenes por la desaparición del somocismo, son un recordatorio permanente del oprobio de la guerra. Como sostiene Erasmo de Rotterdam, la guerra es dulce solo para quienes no la sufren. Axioma que jamás deberíamos olvidar.

Los recuerdos de Papa Beto sobre la vieja Managua, difieren de las evocaciones de Onofre Guevara. Las reminiscencias de Norberto Herrera sobre el barrio Los Ángeles,  distan de la prodigalidad de las remembranzas de Roberto Sánchez Ramírez. El barrio San Sebastián adquiere igual intensidad en los escritos de Sergio García Quintero y en las crónicas pendientes de Danilo Aguirre Solís. La Managua evocada por Róger Fischer es un tanto parecida a la exaltada por Juan Aburto. Las obsesiones que acosan a Bayardo Cuadra ofreciendo frenético su visión de la vieja Managua, son las mismas que persiguen a Mario Fulvio Espinoza. La precipitación del centro nocturno Plaza provoca efectos diversos en la memoria de Gustavo Tablada Zelaya que en los míos. Mi llegada tardía la noche del 22 de diciembre a entregarle el jeep que me había dado prestado para asistir a una cita amorosa le salvó la vida. Él tenía que estar adentro esa noche, mi retraso pospuso su encuentro con la muerte.

Por donde se analice, nuestras vidas están íntimamente conectadas con el territorio que habitamos. César Vallejo me mostró que una casa cobra vida cuando empezamos habitarla. Antes es un centro inerte, sin ningún significado. Espacio y tiempo seguirán ejerciendo sobre nosotros las huellas de su impronta. La historia la hacen los humanos, pero muchas veces olvidan la trascendencia de sus actos. El tiempo de la familia seguirá mediando entre el tiempo de la historia y el tiempo de la vida, como nos instruyó desde siempre el inglés Richard Hoggart. Nadie podría vivir sin sentirse atado a una identidad, moldeada por los hechos cotidianos; las sacudidas políticas y los acontecimientos telúricos rasgan la piel de nuestras sociedades. Una calle no solo facilita el tránsito vehicular, fue escenario de una contienda militar o el asalto de una tropa. Somos hijos de nuestro tiempo y herederos inevitables del pasado. No hay futuro sin presente, ni presente sin pasado.

Una clave para leer los tiempos -y no hay tiempo sin historia- me la enseñó Honorato de Balzac. Cuando ya no queden manuscritos, ni papeles a los que podamos asomarnos para conocer la historia de una ciudad, tenemos que alzar la mirada y fijarnos en la arquitectura de sus casas y en los distintos estilos de sus edificios. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la gente gritaba, ¡No disparen contra nuestras estatuas! Trataban de preservar sus monumentos. Las esculturas dan cuenta de la historia. No se trata de mármol o cemento congelado. Arrasada una ciudad, devastada por la guerra o la estulticia humana, en esas luchas cruentas donde se elimina la creación del otro, su herencia arquitectónica, la memoria de cada uno de nosotros, sigue y seguirá siendo el más grande reservorio. Recordamos las plazas, casas, edificios, las rebeliones armadas y las sacudidas de la naturaleza, porque fueron inclementes con la vida de nuestros hijos, hermanos y amigos.     

Una calle anónima para ustedes tiene trascendencia para la madre cuyo hijo perdió un ojo debido a los golpes recibidos por quienes creen ser los genuinos representantes del presente y forjadores del porvenir. ¡Vea usted por favor que disparate!





   

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