Un
acierto notable de los antropólogos ha sido determinar con agudeza los
referentes que apuntalan nuestra identidad. Otro acierto importante está ligado
con la forma que identificamos los rumbos de la ciudad, los nexos que guarda
con los acontecimientos históricos y sus relaciones con nuestras vidas, la de
nuestros amigos y familiares. La esquina de El
Hormiguero, centro penitenciario ubicado en la Avenida Roosevelt, la
arteria más importante de la capital, jamás podrá ser olvidada por quienes
estuvieron presos en esos calabozos. La manera con que identifican la
Roosevelt, centenares de personas que marcharon hacia la loma de Tiscapa el 22
de enero de 1967, arengados por Fernando Agüero, líder carismático Conservador,
será igualmente dramática para quienes sabemos que en las inmediaciones del Campo de Marte, fue detenido Augusto C.
Sandino y los generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, la noche aciaga
del 21 de febrero de 1934.
Además
de ser la capital latinoamericana con el mayor número de árboles por kilometro
cuadrado, Managua tiene un significado especial para todos los nicaragüenses.
Lo relevante son las razones por las cuáles cada uno de nosotros se identifica
con esta urbe. Su elección como capital de Nicaragua en 1852, está vinculada por
las desavenencias históricas entre leoneses y granadinos. La inflexión que
marcó su ascenso influyó en la vida del país. El hecho de convertirse en eje de
gravitación de la política nacional, determinó cambios sustantivos en el
discurrir cotidiano de todos los nicaragüenses. El terremoto que la puso de
rodillas el 23 de diciembre de 1972 además de asestarle un golpe mortal,
estremeció los corazones y movilizó la infantería de marina estadounidense.
Para proteger a Anastasio Somoza Debayle, acantonó tropas donde hoy se levanta Plaza Inter, en las vecindades de Casa
Presidencial que había sido destruida. A partir de ese día dejó de ser sede de
la presidencia de la república.
Managua
para millares de nicaragüenses es el lugar donde falleció su padre o detuvieron
a su hermano por razones políticas. Sigue atrayendo hacia su ratonera a millares
de nicaragüenses en busca de trabajo. La Plaza de la República se convirtió en
centro de disputas políticas. Escenario donde se concentraron triunfantes las
huestes guerrilleras el 20 de julio de 1979, su centro fue transformado en una
atractiva fuente cantarina por el Presidente Arnoldo Alemán. La devastación de
la obra arquitectónica por instrucciones del Comandante Daniel Ortega, acción
recriminada por el Alcalde Nicho Marenco, le valió críticas de su antiguo
compañero de luchas y precipitó su desplome de la gracia presidencial. El
significado de esa fuente no será igual para estos actores de la política
vernácula, pero tiene un denominador común para estos tres miembros de la clase
política. Se erige como lugar de desencuentro en sus vidas y por más que lo
deseen, ninguno puede obviar sus repercusiones personales.
El
monumento a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, levantado en el mismo lugar donde
segaron su vida gatilleros a sueldo el 10 de enero de 1978, rememora la
personalidad del periodista inclaudicable. La casa donde murió en combate
desigual Julio Buitrago el 15 de julio de 1969, cañoneada por la gendarmería de
la Guardia Nacional, tiene un significado diferente para sandinistas que para
miembros de la extinta corporación militar al servicio de la familia Somoza.
Las placas puestas en los distintos barrios capitalinos, donde cayeron
combatiendo centenares de jóvenes por la desaparición del somocismo, son un
recordatorio permanente del oprobio de la guerra. Como sostiene Erasmo de
Rotterdam, la guerra es dulce solo para quienes no la sufren. Axioma que jamás
deberíamos olvidar.
Los
recuerdos de Papa Beto sobre la vieja Managua, difieren de las evocaciones de
Onofre Guevara. Las reminiscencias de Norberto Herrera sobre el barrio Los Ángeles, distan de la prodigalidad de las remembranzas
de Roberto Sánchez Ramírez. El barrio San
Sebastián adquiere igual intensidad en los escritos de Sergio García
Quintero y en las crónicas pendientes de Danilo Aguirre Solís. La Managua
evocada por Róger Fischer es un tanto parecida a la exaltada por Juan Aburto. Las
obsesiones que acosan a Bayardo Cuadra ofreciendo frenético su visión de la
vieja Managua, son las mismas que persiguen a Mario Fulvio Espinoza. La
precipitación del centro nocturno Plaza
provoca efectos diversos en la memoria de Gustavo Tablada Zelaya que en los
míos. Mi llegada tardía la noche del 22 de diciembre a entregarle el jeep que
me había dado prestado para asistir a una cita amorosa le salvó la vida. Él
tenía que estar adentro esa noche, mi retraso pospuso su encuentro con la
muerte.
Por
donde se analice, nuestras vidas están íntimamente conectadas con el territorio
que habitamos. César Vallejo me mostró que una casa cobra vida cuando empezamos
habitarla. Antes es un centro inerte, sin ningún significado. Espacio y tiempo
seguirán ejerciendo sobre nosotros las huellas de su impronta. La historia la
hacen los humanos, pero muchas veces olvidan la trascendencia de sus actos. El
tiempo de la familia seguirá mediando entre el tiempo de la historia y el
tiempo de la vida, como nos instruyó desde siempre el inglés Richard Hoggart.
Nadie podría vivir sin sentirse atado a una identidad, moldeada por los hechos
cotidianos; las sacudidas políticas y los acontecimientos telúricos rasgan la
piel de nuestras sociedades. Una calle no solo facilita el tránsito vehicular,
fue escenario de una contienda militar o el asalto de una tropa. Somos hijos de
nuestro tiempo y herederos inevitables del pasado. No hay futuro sin presente,
ni presente sin pasado.
Una
clave para leer los tiempos -y no hay tiempo sin historia- me la enseñó
Honorato de Balzac. Cuando ya no queden manuscritos, ni papeles a los que
podamos asomarnos para conocer la historia de una ciudad, tenemos que alzar la
mirada y fijarnos en la arquitectura de sus casas y en los distintos estilos de
sus edificios. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la gente gritaba,
¡No disparen contra nuestras estatuas! Trataban de preservar sus monumentos.
Las esculturas dan cuenta de la historia. No se trata de mármol o cemento
congelado. Arrasada una ciudad, devastada por la guerra o la estulticia humana,
en esas luchas cruentas donde se elimina la creación del otro, su herencia
arquitectónica, la memoria de cada uno de nosotros, sigue y seguirá siendo el
más grande reservorio. Recordamos las plazas, casas, edificios, las rebeliones
armadas y las sacudidas de la naturaleza, porque fueron inclementes con la vida
de nuestros hijos, hermanos y amigos.
Una
calle anónima para ustedes tiene trascendencia para la madre cuyo hijo perdió un
ojo debido a los golpes recibidos por quienes creen ser los genuinos
representantes del presente y forjadores del porvenir. ¡Vea usted por favor que
disparate!
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