domingo, 23 de septiembre de 2012

La Casa Verde




Celia no estaba consciente que al haber pintado de verde el putal ubicado en las postrimerías del barrio Pueblo Nuevo, ratificaba que la vida muchas veces se encarga de convertir la ficción en realidad. Durante una de nuestras incursiones en la zona prohibida, elogié su decisión de rendir tributo a Mario Vargas Llosa. El verde de los techos y paredes de su bulín era su más grande homenaje. No sabía de la existencia del peruano, ni idea de la novela que había dado fama al prostíbulo nacido bajo el esplendor de su pluma. Espero que no te cobre por aprovecharte de su ingenio. Ni siquiera se inmutó. Celia siguió apacible y difirió por enésima vez mi petición de llevarla a la cama. Su argumento no apaciguaba mis ilusiones perdidas. Todavía eres niño, ve con las muchachas. ¿Si te parezco niño por qué me envías donde las otras que no me gustan? No hubo manera, en vez de disminuir mis fiebres aumentaban.

Para engatusarla y ver si conseguía arrastrarla hacia los precipicios, amplié mi disertación. Aunque lo niegues alguien debió instruirte. Vos no tomaste la decisión porque así se le antojó a tu regalada gana. Voy a terminar creyendo que tienes un amante ilustrado. Tu decisión no fue al azar. En muchos países los centros de poder llevan nombres similares. La sede de la presidencia de  Estados Unidos se llama Casa Blanca. En ella habita el presidente y su señora. Por la confianza que me había dado agregué, en esos sitios no solo se cuecen habas, también güevos. Al principio no entendió. Tuve que ser más explícito. Según recoge la historia, el Presidente John Kennedy, amante empedernido, llevaba a las divas de mayor renombre del celuloide a compartir sus horas de angustia. El poder es un poderoso afrodisíaco, como apuntó Henry Kissinger.

Mito o realidad se decía que en las inmediaciones de Casa Colorada, ubicada en las estribaciones de las sierras de Managua, Eros y Baco, contertulios afines, eran invitados permanentes en las francachelas que se armaban en ese lugar, rumores que nadie se encargaba de atajar, eran leyenda urbana. A lo mejor era todo lo contrario, todos se congregaban a rezar el rosario. Vaya usted a saber. Sin solución de continuidad, la aparición de la Casa Amarilla después del terremoto, evitó que se apagaran los fuegos que incendiaban los días y las noches en los alrededores de los Transportes Vargas. Celia tuvo que haberla conocido durante sus viajes a Managua, en busca de mariposas y rosas frescas para adornar su jardín. La Casa Amarilla no agota su significación simbólica como ingenuamente pretenden algunos, al tomarla como referente para dar direcciones.

A centenares de managuas y jóvenes llegados a la capital, la estancia les deparó dicha y felicidad. Mis compañeros en la universidad fueron asiduos. En algunos mentideros exaltaban “Los tres platos” como el menú más completo de la casa. En sus inicios el santo y seña para identificarla, provino de uno de los servicios ofrecidos por sus pobladoras. Su preparación era gourmet, con un nivel de refinamiento de alta cocina francesa. En paradas de buses, bares, restaurantes, oficinas, universidades, colegios, cines, fondas y sitios de recreación, elogiaban la delicadeza y esmero que ponían por hacer suspirar, voltear los ojos al derecho y ponerlos de revés, arquear el cuerpo, jadear, estremecer y en algunas ocasiones hasta convulsionar a sus visitantes. Ni en El Mandrake y La Ortensia, menos en el Tico-Nica y La Julia, nunca en El Cuarto Bate y La Conga Roja, lograron patentar algo tan exquisito. Todo gracias a los dones especiales de las chicas de la Casa Amarilla.  

¿Quién las instruía? ¿Dónde habían decantado su arte? ¿A quién atribuir ese amaneramiento? Como las antiguas cortesanas parisinas o las geishas japonesas, mostraban sapiencia. Su prestigio logró expandirse más allá de las fronteras patrias. Ignoro a quien se le ocurrió llamar “pitoreta”, al platillo preparado por estas  jóvenes que luego formaron parte del cortejo de las fundadoras de la Casa Amarilla. Es posible que en una vuelta de mano, algún ingenioso cafiche o un visitante agradecido, decidiera reconocer sus virtudes, nombrando esta relación intimista con ese apelativo. Algunos compañeros en la universidad decían que irían donde las “pitoretas”. Cuando indagué de qué se trataba, creyeron que me hacía el tonto. ¿Me vas a decir que nunca has ido a la Casa Amarilla?  Si les decía la verdad no iban a creerlo, así es que respondí de manera afirmativa. 

Yo les había hablado en primer año que en Juigalpa había una Casa Verde. No podían tomarme por puritano. El paralelismo que hice entre La casa verde, novela dos veces premiada y el putal de Celia igualmente pintado de verde arrancó carcajadas. Cuando conocí la Casa Rosada en Buenos Aires, regresé de golpe al despertar de mi juventud. Estaba convencido que en esos escondrijos no solo se despachaban asuntos de Estado, también se fraguaban amores furtivos. A muchas personas apetece ir al encuentro de Eros en esos lugares. Tienen  fantasías eróticas recurrentes. Para saberse machos o tal vez desesperados otros sienten el apremio de anotar en sus hojas de vida, cada uno de sus polvos como estilaba Florentino Ariza. No importa que los mandatarios no sepan coger, lo que vale es haber entrado a la cueva del poder y contar mañana a sus amigas que habían sentido el placer de las alturas.

Siempre me he preguntado quién puso Casa Mamón al palacete construido por el Presidente Arnoldo Alemán. ¿Una ocurrencia popular? Conociendo lo irreverente que somos los nicaragüenses, el nombre que se presta a distintas lecturas. En el Diccionario de Español de Nicaragua, el director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Francisco Arellano Oviedo, define la acepción Mamar: “Aprovechar (alguien) un cargo público para obtener ventajas económicas ilícitas. 2. – la teta: loc. v. Aprovechar (alguien) los bienes del Estado para lucrarse”, (P. 288). ¿No existe acto más obsceno que apropiarse indebidamente los caudales públicos? En los aposentos del poder se estila coger por partida doble: maman la teta al pueblo y se coge a diestra y siniestra, ya sea en ese mismo lugar o en cualquier otro. La sede del poder, afirman los caudillos, “está donde yo diga”. El poder radica donde su majestad diga.

La Casa Verde y la Casa Amarilla son primas hermanas en la concupiscencia. ¿Y las demás?