Celia
no estaba consciente que al haber pintado de verde el putal ubicado en las
postrimerías del barrio Pueblo Nuevo, ratificaba que la vida muchas veces se
encarga de convertir la ficción en realidad. Durante una de nuestras
incursiones en la zona prohibida, elogié su decisión de rendir tributo a Mario Vargas
Llosa. El verde de los techos y paredes de su bulín era su más grande homenaje.
No sabía de la existencia del peruano, ni idea de la novela que había dado fama
al prostíbulo nacido bajo el esplendor de su pluma. Espero que no te cobre por
aprovecharte de su ingenio. Ni siquiera se inmutó. Celia siguió apacible y
difirió por enésima vez mi petición de llevarla a la cama. Su argumento no
apaciguaba mis ilusiones perdidas. Todavía eres niño, ve con las muchachas. ¿Si
te parezco niño por qué me envías donde las otras que no me gustan? No hubo
manera, en vez de disminuir mis fiebres aumentaban.
Para
engatusarla y ver si conseguía arrastrarla hacia los precipicios, amplié mi
disertación. Aunque lo niegues alguien debió instruirte. Vos no tomaste la
decisión porque así se le antojó a tu regalada gana. Voy a terminar creyendo
que tienes un amante ilustrado. Tu decisión no fue al azar. En muchos países
los centros de poder llevan nombres similares. La sede de la presidencia
de Estados Unidos se llama Casa Blanca. En ella habita el
presidente y su señora. Por la confianza que me había dado agregué, en esos
sitios no solo se cuecen habas, también güevos. Al principio no entendió. Tuve
que ser más explícito. Según recoge la historia, el Presidente John Kennedy,
amante empedernido, llevaba a las divas de mayor renombre del celuloide a
compartir sus horas de angustia. El poder es un poderoso afrodisíaco, como
apuntó Henry Kissinger.
Mito
o realidad se decía que en las inmediaciones de Casa Colorada, ubicada en las estribaciones de las sierras de
Managua, Eros y Baco, contertulios afines, eran invitados permanentes en las
francachelas que se armaban en ese lugar, rumores que nadie se encargaba de atajar,
eran leyenda urbana. A lo mejor era todo lo contrario, todos se congregaban a
rezar el rosario. Vaya usted a saber. Sin solución de continuidad, la aparición
de la Casa Amarilla después del
terremoto, evitó que se apagaran los fuegos que incendiaban los días y las
noches en los alrededores de los Transportes Vargas. Celia tuvo que haberla
conocido durante sus viajes a Managua, en busca de mariposas y rosas frescas
para adornar su jardín. La Casa Amarilla
no agota su significación simbólica como ingenuamente pretenden algunos, al
tomarla como referente para dar direcciones.
A
centenares de managuas y jóvenes llegados a la capital, la estancia les deparó
dicha y felicidad. Mis compañeros en la universidad fueron asiduos. En algunos
mentideros exaltaban “Los tres platos”
como el menú más completo de la casa. En sus inicios el santo y seña para
identificarla, provino de uno de los servicios ofrecidos por sus pobladoras. Su
preparación era gourmet, con un nivel de refinamiento de alta cocina francesa. En
paradas de buses, bares, restaurantes, oficinas, universidades, colegios, cines,
fondas y sitios de recreación, elogiaban la delicadeza y esmero que ponían por
hacer suspirar, voltear los ojos al derecho y ponerlos de revés, arquear el
cuerpo, jadear, estremecer y en algunas ocasiones hasta convulsionar a sus
visitantes. Ni en El Mandrake y La Ortensia, menos en el Tico-Nica y La Julia, nunca en El Cuarto
Bate y La Conga Roja, lograron
patentar algo tan exquisito. Todo gracias a los dones especiales de las chicas
de la Casa Amarilla.
¿Quién
las instruía? ¿Dónde habían decantado su arte? ¿A quién atribuir ese
amaneramiento? Como las antiguas cortesanas parisinas o las geishas japonesas, mostraban
sapiencia. Su prestigio logró expandirse más allá de las fronteras patrias.
Ignoro a quien se le ocurrió llamar “pitoreta”, al platillo preparado por estas
jóvenes que luego formaron parte del
cortejo de las fundadoras de la Casa
Amarilla. Es posible que en una vuelta de mano, algún ingenioso cafiche o
un visitante agradecido, decidiera reconocer sus virtudes, nombrando esta
relación intimista con ese apelativo. Algunos compañeros en la universidad decían
que irían donde las “pitoretas”. Cuando indagué de qué se trataba, creyeron que
me hacía el tonto. ¿Me vas a decir que nunca has ido a la Casa Amarilla? Si les decía
la verdad no iban a creerlo, así es que respondí de manera afirmativa.
Yo
les había hablado en primer año que en Juigalpa había una Casa Verde. No podían tomarme por puritano. El paralelismo que hice
entre La casa verde, novela dos veces
premiada y el putal de Celia igualmente pintado de verde arrancó carcajadas. Cuando
conocí la Casa Rosada en Buenos
Aires, regresé de golpe al despertar de mi juventud. Estaba convencido que en
esos escondrijos no solo se despachaban asuntos de Estado, también se fraguaban
amores furtivos. A muchas personas apetece ir al encuentro de Eros en esos
lugares. Tienen fantasías eróticas
recurrentes. Para saberse machos o tal vez desesperados otros sienten el
apremio de anotar en sus hojas de vida, cada uno de sus polvos como estilaba
Florentino Ariza. No importa que los mandatarios no sepan coger, lo que vale es
haber entrado a la cueva del poder y contar mañana a sus amigas que habían sentido
el placer de las alturas.
Siempre
me he preguntado quién puso Casa Mamón
al palacete construido por el Presidente Arnoldo Alemán. ¿Una ocurrencia
popular? Conociendo lo irreverente que somos los nicaragüenses, el nombre que
se presta a distintas lecturas. En el Diccionario
de Español de Nicaragua, el director de la Academia Nicaragüense de la
Lengua, Francisco Arellano Oviedo, define la acepción Mamar: “Aprovechar (alguien) un cargo público para obtener ventajas
económicas ilícitas. 2. – la teta: loc. v. Aprovechar (alguien)
los bienes del Estado para lucrarse”, (P. 288). ¿No existe acto más obsceno que
apropiarse indebidamente los caudales públicos? En los aposentos del poder se
estila coger por partida doble: maman la teta al pueblo y se coge a diestra y
siniestra, ya sea en ese mismo lugar o en cualquier otro. La sede del poder,
afirman los caudillos, “está donde yo diga”. El poder radica donde su majestad
diga.
La
Casa Verde y la Casa Amarilla son primas hermanas en la concupiscencia. ¿Y las demás?