“Cada quien es dueño de su propio miedo”
Pedro Joaquín Chamorro
Cuando la familia Chamorro-Barrios me pidió prologara, acotara y elaborara las notas correspondientes a la selección de editoriales de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, realizada por su hija Cristiana, sin pensarla dos veces acepté gustoso la solicitud. A partir de 1978, año de su ingreso definitivo a la posteridad, había leído toda su obra, pero no una antología que diera cuenta del conjunto de sus editoriales. Ni 5 P M (1963) ni La patria de Pedro (1981) siendo mojones importantes, abarcaban la totalidad de su pensamiento periodístico, filosófico y político. Una tarea que empezó en 1948 y solo terminó treinta años después, la mañana trágica del 10 de enero. En la medida que me adentraba por el torrente de sus páginas, ratificaba que su toda su obra – periodística y narrativa- está marcada por las circunstancias históricas impuestas por la dinastía somocista. Jamás tuvo paz y sosiego. Su vida fue una permanente lucha a favor de las libertades públicas en el sentido más exacto.
Pedro Joaquín pertenece a la generación de periodistas nicaragüenses que alternaron pluma y fusil. Tuvo la altivez y los mismos padecimientos que soportaron Manolo Cuadra y Manuel Díaz y Sotelo. Con el desembarco en las llanerías de Olama, el 30 de mayo de 1959, fue el intento armado que fraguó para poner fin a la dinastía. La derrota lo condujo a la cárcel. En las celdas continuó la batalla. Diario de un preso (1962), testimonia los sinsabores que le deparó su terca oposición al somocismo; continuidad de las torturas y vejámenes iniciadas en la loma de Tiscapa, tres años atrás a raíz de la muerte del general Anastasio Somoza García. Un capítulo que amplía lo dicho en Estirpe sangrienta: los Somoza, (1958). Enfrentó su tercer Consejo de Guerra y la acusación temeraria de traidor a la patria. Un revés que le hizo afirmar que su pequeña tragedia interesaba “menos que un juego de beisbol, o que una rutinaria presentación de credenciales”. Al final nunca fue así.
Pertenece al grupo privilegiado de quienes escribieron obras perdurables tras los barrotes, en las condiciones más adversas, sótanos oscuros de las prisiones y el más absoluto aislamiento. Crecidos ante el horror y la inminencia de la muerte tuvieron el coraje de burlar a sus captores. Su entereza e hidalguía provocan complicidades al interior del infierno donde fueron confinados. Juluis Fucik encontró en el guardián Adolf Kolinsky, el aliado inesperado para escribir Reportaje al pie del patíbulo (1945). Pedro Joaquín logró que guardias rasos, le proveyeran lápices para escribir Diario de un preso y describiera el desgarramiento, la saña y crueldad de sus verdugos, convertidos en jueces implacables. El dolor de ser acusado de traición a la patria, fue una herida inmerecida para un hombre que luchaba por conquistar una patria para todos los nicaragüenses. Nada le provocó más angustia, lastimó lo más profundo de su ser. Ni las torturas y vejaciones le produjeron el mismo espanto.
Fucik y Pedro Joaquín encontraron en sus mujeres la incondicionalidad y comprensión requerida en los días cruciales, su entrega sin pausas por la liberación de sus pueblos. Gusta Fucíková y Violeta Barrios, fueron ángeles tutelares en las horas de oprobio. Fucíková, combatiente en las trincheras contra la ocupación nazi, se encargó de recoger una a una las hojas numeradas, escondidas en diversas lugares por distintas personas, testimonio cabal de un hombre que a pesar de haber definido la cárcel como una “institución sin alegría”, en sus expresiones no encontramos ni un ápice de tristeza, ni una línea que trasmita pesar o congoja. Violeta, fiel creyente, guardó los garabatos escritos por Pedro Joaquín, sin cuyo esmero hubiese sido imposible la publicación del Diario de un preso. Ambos textos destilan el amor que profesan por sus mujeres. Son sus compañeras de luchas, atrás quedaron los encuentros, la ausencia de los besos y el calor de los abrazos.
Pedro Joaquín y Julius se funden en abrazo fraterno en su comunidad de oficios. Los dos son periodistas y ejercen su apostolado en el filo de la navaja. El camino por donde transitan está lleno de espinas, erizado de ametralladoras. Las bayonetas penden sobre la yugular. Ni el golpe ni la patada los hacen transigir. Obstinados, se saben dueños del porvenir; aunque el amanecer no llegue, ni alumbre el horizonte de sus vidas, tienen la certeza del triunfo. En el momento fatal, cuando la asfixia bate sus pulmones y sus verdugos piensan que han tronchado sus defensas, una nueva bocanada de aire renueva sus sueños. Ni la crueldad ni la sangre derramada, las trompadas recibidas, la zambullida entre las aguas del “pozo” construido para amilanarlos, les hacen retroceder. Son portadores de una profunda fe; alimentada por una firme convicción. Como expresa Fucik, están persuadidos que sus verdugos “nunca podrían escapar a la justicia, aunque asesinasen todos los testigos de sus crímenes”.
Los pueblos más temprano que tarde reconocen los aportes brindados por los luchadores de la libertad. Los parias y desterrados de ayer, los asesinados a mansalva para acallar su canto, los vilipendiados, juzgados a capricho o enviados a matar no mueren, ignoran que la sangre germina, crece y expande las acciones de estas ovejas descarriadas, según los llaman los guardianes de la dinastía o los heraldos de la muerte. No mueren porque nunca se han ido. Su pensamiento florece en las esquinas. En otro abrazo espontáneo Fucik y Chamorro Cardenal, son considerados mártires. Sus acciones y testimonios escritos en la sombra de la noche, resplandecen hasta enceguecer a sus carceleros. Las distinciones otorgadas a Juluis y Pedro, apuntan que los pueblos saben apreciar a quienes ofrendan sus vidas por una patria nueva. Nunca tienen tiempo para morir, son paradigmas universales. El periodista Danilo Aguirre Solís, con certeza adelantó que “Los enterrados serán ellos”.
El 8 de septiembre, día en que Fucik fue ejecutado por los nazis en 1943, ha sido consagrado como Día Internacional del Periodista. El 10 de enero fue designado como fecha para el traspaso presidencial en Nicaragua. Una muestra de afecto y gratitud, para quien con su ejemplo y gallardía se ganó para siempre el título de Mártir de las Libertades Públicas. Las enseñanzas de Pedro Joaquín y las lecciones de dignidad de Julius Fucik, mientras las libertades sean conculcadas en cualquier lugar del planeta, seguirán teniendo vigencia. ¡Su gesta libertadora continuará viva, viva, viva!