jueves, 8 de noviembre de 2012

Diario de un mal año



I. Primera lectura

 ¿Puede considerarse una novela la última propuesta del Nobel J. M. Coetzee? ¿Será que ciñéndome a las reglas del género no acabo de asimilarla? Un texto que cabalga entre el ensayo y la ficción, una especie de híbrido, cuya estructura destaca lo primero sobre lo segundo, invita a una doble lectura. Tal vez su diseño arquitectónico constituya el mayor desafío. Arriba suelta las opiniones que le merecen un conjunto de  situaciones y aspectos sensibles de la sociedad contemporánea, abajo teje el entramado en que discurre la vida de un viejo solitario, en busca pretextos para cercar a Anya. Le clava su mirada rapaz, impúdica, sin deslizarse jamás por pendiente de la obscenidad. Se mantiene prudente. Ambos relatos están implicados. Ensayo y ficción constituyen un solo discurso.

Sus opiniones sobre política, el Estado, Maquiavelo, las universidades, la pedofilia, la bahía de Guantánamo, terrorismo, sistemas de orientación, Al Qaeda, la competición, cálculo de probabilidades, disculpas, etc., están contenidas en su Primer Diario. En el segundo destila sus consideraciones sobre sus padres, el beso, la vida erótica, los niños, la lengua materna, la vida literaria, los clásicos, la actividad de pensar, la compasión, el aburrimiento, J. S. Bach, Dostoievski… La ficción alude cada uno de los temas sujetos a escrutinio. La liberalidad con que desarrolla el aspecto novelesco y sus apreciaciones conceptuales quedan engarzadas, un logro que disuelve la distancia y armoniza su propuesta en una totalidad inseparable. Las alusiones de Anya y Alan a los aspectos conceptuales indican que estos fueron escritos primero.    

Diario de un mal año, (Mondadori, 2007) una bitácora insobornable, irónica, desafiante, actualiza nuestra memoria. Deja registrado de manera peculiar los acontecimientos ocurridos entre el 12 de septiembre de 2005 y el 31 de mayo de 2006, que soliviantaron su ánimo. Decide ver hacia atrás y el desconsuelo es mayúsculo. En solo una década las universidades han sido convertidas en empresas comerciales. Los profesores lanzados a cumplir con las cuotas fijadas bajo la mirada expectante de gerentes profesionales. La educación terciaria subordinada por completo a principios comerciales. Severo clama que la sobrevivencia de la autentica universidad tal vez suponga su traslado “a casas particulares y conceder títulos cuyo único respaldo serán los nombres de los profesores que los firmen”.

Ante el descaro de tratar de desaparecer todo vestigio histórico, acerca de la forma que se condujeron los miembros más notables de la administración estadounidense presidida por George W. Bush y sus comparsas, Richard Cheney y Donald Rumsfeld, subvirtiendo leyes y convenciones que proscriben la tortura, Coetzee señala que la máxima aspiración de estos políticos, es no dejar “que perviva el menor rastro, textual o físico, de sus peores delitos. Dejemos que trituren los expedientes, destrocen los discos duros, quemen los cuerpos, esparzan las cenizas”. Esta sola alusión constituye un recordatorio inapelable. Por más que quieran disfrazar sus acciones y edulcorar sus gestos, Diario de un mal año, es un testimonio y J. M. Coetzee un testigo ejemplar. Nadie puede escapar, aunque lo desee, del juicio final de la historia.

II. Segunda aproximación

Toda obra literaria se presta a varias lecturas. Aludo al hecho de encontrar bajo los pliegues de Diario de un mal año, resonancias de la lectura que hizo J.M. Coetzee de Memoria de mis putas tristes (2004) de Gabriel García Márquez. El sudafricano empezó a escribir Diario de un mal año, el mismo año que escribió su ensayo sobre Memoria de mis putas tristes (2005). Al reivindicar al portento, piensa que la muerte de América Vicuña, la niña que engatusa Florentino Ariza, y se suicida al saber que la deja, era una ofensa moral perturbadora de la cual trata de redimirse el colombiano con esta novela controversial. Su ensayo me condujo por senderos inesperados y la lectura del Diario… vino a ratificar que así como García Márquez tomó el tema prestado de Yasunari Kawabata, el se encajó en andas de Memorias de mis putas tristes.

Él señor C ¿una alusión personal hecha por el novelista? cómo le llama Anya, queda prendado desde que la conoce en la lavandería. Una fuerte punzada atormenta su corazón. Le atraen su cabello negro, su piel dorada, su belleza y frescura y brevedad de su vestido. El Señor C para atraerla le pide mecanografíe sus manuscritos; sus reflexiones y opiniones, sobre las cuales discuten Anya con Alan, teniendo como contrapunto al Señor C consumiéndose en un amor platónico por Anya. El paralelismo entre ambas obras resulta evidente. Se rozan y entrecruzan. El viejo de mis putas lee cuentos a Delgadina, mientras que el Señor C entrega a Anya sus manuscritos y permite corrija los originales. Los dos son viejos achacosos, la variante la introduce Coetzee.

El Señor C prefiere escribir sobre pedofilia, atormentado la desnuda con la vista, sueña con Anya y los sueños masturbatorios que atribuye a Gyula, son sus propios sueños. De manera elíptica trata que Anya sepa que Gyula le había manifestado que “a ninguna mujer puede pasarle desapercibida la mirada del deseo que se posa en ella”. Incapaz de encararle de frente, lo hace a través de los temas que aborda. Los apareamientos de Guyla lo inducen a decir “que el deseo de violar mujeres en la intimidad de sus pensamientos podría ser una expresión no de amor sino de venganza, una venganza contra las jóvenes y hermosas por desdeñar a un feo viejo como él”. Ambos están atrapados en las redes de amores imposibles, dispensan un amor resucitado, en el ocaso de sus vidas, envarados sufren las calenturas de amores prohibidos.

Similitud no significa igualdad, guardan diferencias ostensibles. Coetzee emprendió un viaje de más largo aliento, adobado por la pasión que el Señor C siente por Anya. Una obra más compleja en su lectura y alcances. A diferencia de Delgadina, adormecida y objeto de veneración, Anya está consciente que gusta al Señor C. Devela sus artificios literarios, haciéndole saber el gusto reprimido que le provoca su belleza. En ambas obras, un asesinato y una pelea durante la cena, estropean el sendero por el que caminan estos dos seres ensimismados. Una diferencia de fondo, Anaya revela al Señor C que conoce que su figura le prodiga fantasías sexuales. Coqueta se ponía guapa para endulzarle la vida y pudiera “acumular recuerdos y tener algo con que soñar cuando se acueste esta noche”. Enajenada, Delgadina, nunca supo que era amada.


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