jueves, 8 de noviembre de 2012

¿Qué implica ser héroe?



A Violeta Barrios de Chamorro
Estoy convencido que en algún recodo de sus vidas las nuevas generaciones de nicaragüenses se preguntaran cuáles son los méritos para que Pedro Joaquín Chamorro Cardenal haya alcanzado la estatura de héroe nacional. Las motivaciones podrán ser diversas, pero la respuesta es una. No dos ni tres. Comprometió su vida a favor de una Nicaragua libre de corrupción, torturas,  enriquecimiento ilícito; con división de poderes, libertades públicas, justicia social,  pluralismo político, libre juego de ideas y opiniones, libertad sindical, mejoría salarial, supeditación del poder militar al poder civil, alfabetizada, con compromiso ético, distribución equitativa de la riqueza, transparencia en el conteo de los votos, imparcialidad en la impartición de justicia y alternabilidad en el ejercicio del poder.

Doy por sentado que las y los nicaragüenses comulgan con todos estos principios. Las circunstancias histórico políticas empujaron irrevocablemente a Pedro Joaquín a involucrarse desde siempre en la lucha emprendida por millares de nicaragüenses por  verse liberados del oprobio de la dinastía somocista. Mientras muchos claudicaron seducidos por las mieles ofrecidas por el somocismo a cambio de su capitulación, Pedro Joaquín mantuvo en alto las banderas de la dignidad y el decoro. Tenía presente la rebeldía del héroe de  las Segovias, a quien rendía honores a través de las páginas del diario La Prensa. Supo diferenciar el diálogo de los pactos y componendas, que históricamente han terminado en reparticiones de cargos y sinecuras a espaldas del pueblo. Un mal enquistado en la política nacional.

Inició su peregrinación política formando parte de la generación universitaria de 1944. Su compromiso a partir de entonces fue rectilíneo, sin dobleces ni ambages. Cuando sintió la necesidad de tomar las armas para derrocar a la dinastía, formó parte de la expedición de Olama y Mollejones en 1959. Antes padeció cárcel a raíz del intento fallido en abril de 1954 y nuevamente fue a parar a las ergástulas somocistas con la muerte de Anastasio Somoza García, el 21 de septiembre de 1956. Testimonio cabal de estas luchas son Estirpe sangrienta: los Somoza (1957) y Diario de un preso (1963). En Pedro Joaquín se da la conjunción del militante político y el periodista comprometido con la liberación de Nicaragua. Ambas facetas de su vida resultan indisociables. Su pluma estuvo al servicio de los intereses de los nicaragüenses.

En la hora definitiva, puesto en el fiel de la balanza, justamente lo que valoraron fue la entrega total y la consecuencia de sus actos, en una contienda librada en condiciones desiguales y sumamente críticas. Ni la cárcel, el destierro, las censuras, multas, acosos permanentes, cierres intempestivos del diario La Prensa, acusaciones de traidor a la patria, consejos de guerra, zambullidas en el pozo, metido en la jaula junto a los leones y panteras en el jardín de Casa Presidencial, hicieron variar ni un solo ápice su conducta política. Jamás se salió ni apartó un milímetro de la ruta que se había trazado. Sometido a todo tipo de vejaciones y escarnios nunca agachó la cabeza. Enfrentó cada tropiezo con hidalguía. Sin aspavientos ni concesiones onerosas que mancharan su limpia reputación. Los Somoza no pudieron doblegarlo. 

Entre 1948 que asume la codirección de La Prensa y 1962 que el somocismo lo somete una vez más a un proceso gubernamental, el recuento que hace de estos trece años de lucha, serían suficientes para percatarnos de su entrega sin pausas, con la intención que Nicaragua volviera a ser república. Aduce que “… no sabría decir cuántos –procesos- son los que llevo encima sin revisar un archivo. Calculo que entre pequeños y grandes no bajan de 10, los cuales han sido iniciados en mi contra por presidentes, generales, coroneles, tenientes coroneles, síndicos y hasta jueces”. En ese momento había pasado por juicios civiles y militares, Juzgados Locales y de Distrito, Cortes de Investigación, Consejos de Guerra, Tribunales Militares Revisores y Corte Suprema de Justicia. ¿Cómo no reconocer, díganme ustedes, la recta trayectoria de Pedro Joaquín?

Analizando la manera que dirigió La Prensa resulta fácil comprobar la forma que tejió una estrategia programática. Tal vez este sea uno de los aspectos menos estudiados en relación al sello personal que Pedro Joaquín logró imprimir al diario. Con la mirada puesta en el presente y futuro de Nicaragua, se entregó por completo a delinear los perfiles de un programa político que satisficiera a los sectores más necesitados. Paso a paso y de manera progresiva fue dando cuerpo a un conjunto de propuestas de carácter económico, político, educativo, religioso y cultural. Su propósito consistía en brindar salarios dignos a obreros y campesinos, realizar la reforma agraria, garantizar la libertad sindical, abolir los monopolios, impulsar programas de viviendas para los pobres, diseñar políticas fronterizas y estricto respeto por los derechos humanos.

En un contexto donde se requería ajustar la prédica con la práctica, los salarios que pagaba La Prensa eran superiores al resto de medios. Se adelantó al Seguro Social en Nicaragua, estableciendo servicio médico para los trabajadores, distribuyó utilidades y les apoyó en la creación de la Editorial Artes Gráficas. Durante los dos últimos meses de su vida, a tono con el carácter de la lucha emprendida, siguió desenmascarando al somocismo. El 18 de noviembre de 1977 su editorial Detrás de la sangre, fue contundente, acusó al régimen del último Somoza de estar detrás del negocio de plasmaféresis. El 25 del mismo mes le iniciaron otra persecución legal, citando también a Pablo Antonio Cuadra y Danilo Aguirre Solís. La Prensa era nuevamente sometida al acoso implacable del Ministerio de Gobernación.

Se anticipo a denunciar que Anastasio Somoza Debayle trataba de alargar el inicio del Diálogo Nacional con la intención de oxigenar su gobierno, buscando como mantenerse en el poder. El 30 de diciembre de 1977, diez días antes que sicarios a sueldo segaran su vida, subrayó que el somocismo era hijo de la violencia impune. Pedro Joaquín enfatiza que fue a través de este método que usurparon el poder. El recuento es extenso, aunque incompleto. “Ocupación por la infantería de Marina, muerte de Augusto C Sandino, golpe de Estado al Dr. Sacasa, golpe al Dr. Arguello, ruptura del orden constitucional en 1972, masacre de Wiwilí, masacre Mina La India, masacre de Brasil Grande, masacre del 23 de julio, masacre del 22 de enero, masacre de Pancasán y la masacre actual, con centenares de campesinos desaparecidos, muertos o metidos en campos de concentración”.
Con optimismo renovado, pese a saber que el somocismo había decretado su muerte, como deja constancia en su Diario político (1990), desea que en 1978 los nicaragüenses cuenten con una organización capaz de limpiar toda podredumbre, añadiendo que “no importa que haya pasado tanto tiempo, porque como dijo alguien recientemente, el tiempo de los pueblos es la historia, y se ve claramente que los augurios de ésta, han cambiado para los nicaragüenses”. Su vida es un testimonio de entereza. La distinción de héroe nacional fue otorgada a Pedro Joaquín por entregar su vida sin esperar recompensas. Como él mismo advirtiera, llevaba inscrito en su cuerpo y en su alma, el gran reportaje de todos esos años de lucha contra la corrupción y la injusticia, “un reportaje que se sigue haciendo y produciendo como la vida misma, el reportaje de nuestro tiempo y de nuestro pueblo”.


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