lunes, 26 de noviembre de 2012

Los jueves era el día



La mecanización produjo transformaciones sustantivas en las rutinas de la ciudad de Juigalpa. Los jueves dejaron de ser los días más dinámicos en la comercialización del queso, huevos y mantequilla, en una economía basada en la explotación pecuaria. Decenas de ganaderos bajaban ese día a la ciudad a vender sus productos y a comprar todo lo que necesitaban para sus fincas. Desde muy temprano el paisaje adquiría otra dimensión. Los campesinos venían a rematar sus productos desplazándose sobre sus cabalgaduras. Algunos transportaban el queso y la mantequilla en zurrones de cuero crudo encajados en bueyes mansos, jalados por sus dueños para realizar sus ventas, principalmente donde don Toño Guerra, Mercedes Marín y Carlos Guerra Colindres. El negocio de los compradores era doble, finqueros y campesinos, ahí mismo adquirían zapatos, focos, baterías, cigarrillos, fósforos, telas, vasos, hilos, agujas, azúcar, café, arroz, aspirinas, mejorales, etc.

Los cambios empezaron en el último tercio del siglo pasado. La oferta comenzó a disminuir sensiblemente. Compradores llegados de Masaya invadieron los nichos tradicionales. En sus camiones y camionetas se adentraban en la montaña para comprar el queso y la mantequilla. Salían al encuentro de estos productos, no tenían que esperar los jueves para realizar sus transacciones. El sociólogo guatemalteco, Mario Monteforte Toledo, explica que la migración provocada por los cultivos estacionales, algodón, café y caña de azúcar, se convierte en factor de progreso. Los campesinos que se desplazan hacia la recolección y cortes de estos productos entran en contacto con una economía de mercado, con sus altas y bajas, tienen acceso al agua potable, letrinas y medicinas. Al regresar a sus lugares de origen importan nuevos hábitos, otras costumbres.

Los camiones y camionetas agilizaron la comercialización, convirtiéndose a la vez en factor de desarrollo y crecimiento. En poco tiempo algunos finqueros adquirieron sus propios vehículos. La pavimentación de la carretera al Rama iba adelante. La pléyade de compradores se adentraba hasta Villa Somoza y Santo Tomás, otros lo hacían hasta Muelle de los Bueyes. Los jueves dejaron de ser los días de mayor dinamismo local. Su incidencia en el comercio comenzó a sentirse. El liderazgo ejercido por don Toño, don Mercedes y Chale Guerra, entró en picada. Los efectos sobre el resto de actividades económicas fueron contundentes. Era tanta la importancia de los jueves -se comercializaban los productos lácteos- que ese día estaba reservada la presentación de una de las dos mejores películas que exhibía durante la semana el Cine Juigalpa, la otra quedaba para el domingo.  

Campesinos a caballo en Soná, Panamá
La presencia de montados empezó a declinar y los campesinos ataviados con sus camisas rojo encendido, verde intenso, amarillo puro, sin duda precursores de colores llamativos impuestos después por los grandes firmas internacionales, dejaron de bajar al pueblo con la rigurosidad que lo hacían semana a semana. ¿Cuánto deben las firmas Givenchy, Lacoste, Polo, Perry Ellis, Oscar de la Renta, Gabana, a ese gusto y predilección desmesurada que sentían por los colores chillantes? Nosotros, los citadinos, en una ciudad que no ha dejado de ser semi-rural, reíamos a carcajadas cuando los veíamos entrar a Juigalpa con esas ropas que incendiaban el día. Eran presa de burlas. Por extensión quienes se vestían de manera parecida, eran llamados despectivamente “jinchitos”. ¡Cuánta sorna solo para que luego vinieran grandes modistas y modistos a reivindicar sus preferencias! 

Juigalpa había entrado desde entonces a una nueva dinámica. Los tres hoteles de la ciudad vivían de las visitas frecuentes que hacían los vendedores de telas y pastillas milagrosas. Nadie cuestionaba que los llamaran Turcos, ni siquiera ellos mismos. Los visitadores médicos y los vendedores de pastillas milagrosas se hospedaban donde Mama Güicha, en el Hotel Imperial, los turcos preferían el Hotel Virginia de doña Virginia Lazo o el Hotel Gloria de doña Sofía Whiltford. En el sector este del Imperial tenía su cueva Esteban, conductor de la camioneta de la Mejoral. Esperábamos ansiosos su llegada. Sobre las paredes del Imperial o en casa de doña Ninfa Moncada presentaban películas de Tarzán, el hombre mono. Su grito espectacular una mezcla de gorilas, hienas, camellos, violines, sopranos y tenores, obra de Douglas Shearer, testimonia Eduardo Galeano en Los hijos de los días, (2012). Era día de fiesta en la provincia ganadera. Centenares de niños y jóvenes veíamos embobados la película. Con la Mejoral ocurrió algo similar, sin darnos cuenta su presencia desapareció para siempre.

La comidería más famosa en Palo Solo era de doña Manuela Carazo; los jueves decenas de caballos se apostaban en su acera, mientras sus dueños bebían sopa o degustaban sus guisos. Pared de por medio quedaba el estanco de Dora Flores. El comedor de doña Manuela de una sola mesa y dos grandes bancas obligaba a los campesinos sentarse uno al lado del otro, poner los sombreros bajo sus pies y después cada quien pedía lo suyo. Unos pasaban antes por donde la Dora, tomándose su aperitivo, un doble de guarón. Las gallinas guineas de doña Minar Cruz, alborotaban el ambiente. Subidos en el palo de jícaro las veíamos caminar airosas regreso a casa luego de depositar sus huevos. El panorama cambió con el nombramiento de Chale Guerra como Alcalde, donó parte de los terrenos al Clan Intelectual de Chontales para la construcción del Museo Arqueológico y la instalación del Zoológico Thomas Belt.

Juigalpa siguió poblándose de jeep, carros y camionetas. Los pequeños hostales resistieron hasta donde pudieron los embates de la modernización. Mama Guicha fue quien mejor capeo el vendaval. Nadie heredó las artes de doña Manuela, mi vecina entrañable, cuyas manifestaciones de afecto sigo extrañando. Un día antes de mi cumpleaños, siendo apenas niño, que es cuando vale ser objeto de distinciones, se asomó por el muro trasero de nuestra casa. Me preguntó, ¿qué te gusta más, el pato o la gallina? Sin saber de qué se trataba respondí, el pato. El 24 de febrero tenía servido en mi mesa, un pato sazonado con su majestuosa su cuchara. Todavía sigo creyendo que esas artes las obtuvo de algún chef chino llegado a Juigalpa sin que nadie lo supiera. Solo ellos saben cocinar el pato como lo sabía hacer doña Manuela, en aquellos años que los jueves marcaban los rumbos de Juigalpa. 

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