La
mecanización produjo transformaciones sustantivas en las rutinas de la ciudad
de Juigalpa. Los jueves dejaron de ser los días más dinámicos en la
comercialización del queso, huevos y mantequilla, en una economía basada en la
explotación pecuaria. Decenas de ganaderos bajaban ese día a la ciudad a vender
sus productos y a comprar todo lo que necesitaban para sus fincas. Desde muy temprano
el paisaje adquiría otra dimensión. Los campesinos venían a rematar sus
productos desplazándose sobre sus cabalgaduras. Algunos transportaban el queso
y la mantequilla en zurrones de cuero crudo encajados en bueyes mansos, jalados
por sus dueños para realizar sus ventas, principalmente donde don Toño Guerra,
Mercedes Marín y Carlos Guerra Colindres. El negocio de los compradores era
doble, finqueros y campesinos, ahí mismo adquirían zapatos, focos, baterías,
cigarrillos, fósforos, telas, vasos, hilos, agujas, azúcar, café, arroz, aspirinas,
mejorales, etc.
Los
cambios empezaron en el último tercio del siglo pasado. La oferta comenzó a
disminuir sensiblemente. Compradores llegados de Masaya invadieron los nichos
tradicionales. En sus camiones y camionetas se adentraban en la montaña para
comprar el queso y la mantequilla. Salían al encuentro de estos productos, no
tenían que esperar los jueves para realizar sus transacciones. El sociólogo
guatemalteco, Mario Monteforte Toledo, explica que la migración provocada por
los cultivos estacionales, algodón, café y caña de azúcar, se convierte en
factor de progreso. Los campesinos que se desplazan hacia la recolección y cortes
de estos productos entran en contacto con una economía de mercado, con sus
altas y bajas, tienen acceso al agua potable, letrinas y medicinas. Al regresar
a sus lugares de origen importan nuevos hábitos, otras costumbres.
Los
camiones y camionetas agilizaron la comercialización, convirtiéndose a la vez
en factor de desarrollo y crecimiento. En poco tiempo algunos finqueros adquirieron
sus propios vehículos. La pavimentación de la carretera al Rama iba adelante. La
pléyade de compradores se adentraba hasta Villa Somoza y Santo Tomás, otros lo
hacían hasta Muelle de los Bueyes. Los jueves dejaron de ser los días de mayor
dinamismo local. Su incidencia en el comercio comenzó a sentirse. El liderazgo
ejercido por don Toño, don Mercedes y Chale Guerra, entró en picada. Los
efectos sobre el resto de actividades económicas fueron contundentes. Era tanta
la importancia de los jueves -se comercializaban los productos lácteos- que ese
día estaba reservada la presentación de una de las dos mejores películas que exhibía
durante la semana el Cine Juigalpa,
la otra quedaba para el domingo.
La presencia de montados empezó a declinar y los campesinos ataviados con sus
camisas rojo encendido, verde intenso, amarillo puro, sin duda precursores de
colores llamativos impuestos después por los grandes firmas internacionales, dejaron
de bajar al pueblo con la rigurosidad que lo hacían semana a semana. ¿Cuánto
deben las firmas Givenchy, Lacoste, Polo, Perry Ellis, Oscar de la Renta,
Gabana, a ese gusto y predilección desmesurada que sentían por los colores
chillantes? Nosotros, los citadinos, en una ciudad que no ha dejado de ser
semi-rural, reíamos a carcajadas cuando los veíamos entrar a Juigalpa con esas
ropas que incendiaban el día. Eran presa de burlas. Por extensión quienes se
vestían de manera parecida, eran llamados despectivamente “jinchitos”. ¡Cuánta
sorna solo para que luego vinieran grandes modistas y modistos a reivindicar
sus preferencias!
Juigalpa
había entrado desde entonces a una nueva dinámica. Los tres hoteles de la
ciudad vivían de las visitas frecuentes que hacían los vendedores de telas y
pastillas milagrosas. Nadie cuestionaba que los llamaran Turcos, ni siquiera ellos mismos. Los visitadores médicos y los vendedores
de pastillas milagrosas se hospedaban donde Mama Güicha, en el Hotel Imperial, los turcos preferían el Hotel Virginia de doña Virginia Lazo o
el Hotel Gloria de doña Sofía Whiltford.
En el sector este del Imperial tenía
su cueva Esteban, conductor de la camioneta de la Mejoral. Esperábamos ansiosos
su llegada. Sobre las paredes del Imperial
o en casa de doña Ninfa Moncada presentaban películas de Tarzán, el hombre mono. Su grito espectacular una mezcla de gorilas, hienas, camellos, violines, sopranos y tenores,
obra de Douglas Shearer, testimonia Eduardo Galeano en Los hijos de los días, (2012). Era día de fiesta en la provincia
ganadera. Centenares de niños y jóvenes veíamos embobados la película. Con la
Mejoral ocurrió algo similar, sin darnos cuenta su presencia desapareció para
siempre.
La
comidería más famosa en Palo Solo era de doña Manuela Carazo; los jueves
decenas de caballos se apostaban en su acera, mientras sus dueños bebían sopa o
degustaban sus guisos. Pared de por medio quedaba el estanco de Dora Flores. El
comedor de doña Manuela de una sola mesa y dos grandes bancas obligaba a los
campesinos sentarse uno al lado del otro, poner los sombreros bajo sus pies y después
cada quien pedía lo suyo. Unos pasaban antes por donde la Dora, tomándose su
aperitivo, un doble de guarón. Las gallinas guineas de doña Minar Cruz,
alborotaban el ambiente. Subidos en el palo de jícaro las veíamos caminar
airosas regreso a casa luego de depositar sus huevos. El panorama cambió con el
nombramiento de Chale Guerra como Alcalde, donó parte de los terrenos al Clan
Intelectual de Chontales para la construcción del Museo Arqueológico y la instalación
del Zoológico Thomas Belt.
Juigalpa
siguió poblándose de jeep, carros y camionetas. Los pequeños hostales
resistieron hasta donde pudieron los embates de la modernización. Mama Guicha
fue quien mejor capeo el vendaval. Nadie heredó las artes de doña Manuela, mi
vecina entrañable, cuyas manifestaciones de afecto sigo extrañando. Un día
antes de mi cumpleaños, siendo apenas niño, que es cuando vale ser objeto de
distinciones, se asomó por el muro trasero de nuestra casa. Me preguntó, ¿qué te
gusta más, el pato o la gallina? Sin saber de qué se trataba respondí, el pato.
El 24 de febrero tenía servido en mi mesa, un pato sazonado con su majestuosa
su cuchara. Todavía sigo creyendo que esas artes las obtuvo de algún chef chino
llegado a Juigalpa sin que nadie lo supiera. Solo ellos saben cocinar el pato
como lo sabía hacer doña Manuela, en aquellos años que los jueves marcaban los
rumbos de Juigalpa.