Pierre Auguste Renoir, "Bañista peinándose", 1862
Aunque
las causas de la escritura sean otras, todo autor aspira que su texto llegue al
mayor número de lectores. La acogida dispensada tiene múltiples razones. El
poema más intimista traspasa fronteras; las personas encuentran retratado su
amor. Siempre he pensado que Pablo Neruda escribió para mí los Veinte poemas
de amor y una canción desesperada. A mis catorce años atraído por los hoyuelos
de Vicky, el poeta chileno puso miel a mi primer romance. Por eso no sentí
celos al enterarme veinticinco años después que Palinuro había encargado a
Neruda escribir toda su poesía como un
tributo a Estefanía. Muchísimo antes que Fernando del Paso hiciera
públicas estas confesiones yo leía a Patricia los poemas que el chileno había
escrito bajo encargo para cantar nuestro amor. Ella leyó toda su poesía para
saber si Neruda había completado el pedido. ¿Me lo crees?
Cuando
leí Werther de Goethe en cuarto de secundaria supe que padecía mal de
amores y podía enloquecer. Inés disfrutaba las cartas que pedía escribiera
narrando en lenguaje licencioso cada vez que desfallecíamos en lances
arrebatados desafiando la ley de la gravedad. No bastaban los besos, las
caricias; burlar la vigilancia de sus padres y hermanas. Sin testimonio escrito
todo lo acontecido le sabía insípido. Inés me enseñó a conocer el aprecio que
sienten las mujeres por inmortalizar en breves párrafos sus andanzas de amantes
primerizas. Solo a una mujer he escrito después de esa manera. Patricia es la
depositaria de una veintena de cartas que estrechaban la distancia, mientras
ella concluía sus estudios de sicología en Georgetown. Las guardaba en un álbum
como un tesoro. Me parece bien.
Siempre
descreo de algunos regalos, sobre todo los que se hacen presa de los humores de
los diseñadores de afectos. Alegan que para expresar amor uno debe ir a las
tiendas. Entre más caros mayor será la
expresión de cariño. Marcado por las lecturas de Herbert Marcuse, tal vez el
filósofo contemporáneo que mayores huellas dejó en una generación de jóvenes
recién desembarcados en la universidad, aprendí a distanciarme de estas
manifestaciones de afecto. El cariño se desentume, el amor crece y se expande
el día de San Valentín. No importa que el resto del año los amantes la pasen
peleando. Diez días antes de mi arribo al mundo, los Shopping Center, ¿Acaso
Managua no ha sido convertido en un gigantesco supermercado? acrecientan sus
bolsillos y engordan sus cuentas. Los restaurantes y discotecas multiplican sus
ganancias. Pienso que el amor no cabe en un día. Demasiado estrecho. Para los
amantes una jornada de veinticuatro horas no basta.
Antes
que Marcuse apareciera Shakespeare ya me había acercado al conocimiento del
sentimiento amoroso. ¿Acaso en verdad este puede conocerse? Tengo dudas. El
tiempo pasa y en vez de disminuir mis vacilaciones crecen. Después de repasar
una y otra vez sus páginas, estoy convencido que nadie como Shakespeare se
adentró hasta el fondo. Ni siquiera el psicoanálisis llegó más largo. Marco
Antonio y Cleopatra, me enseñó el derecho y envés del amor. Perdido por la
más ilustre descendiente de los Tolomeos, el guerrero más grande de los
legionarios de Julio César, quedó atrapado entre sus sábanas. Manso corderillo,
la reina egipcia lo martajaba a su capricho. ¡Nada raro! ¡Talento y belleza
iban de la mano! Julio César la protegía, por algo jamás dejó de ser su amante.
El primer protectorado de la historia nació de este idilio.
Mito
o realidad, el helenista Salomón de la Selva hace su propia traducción del Vini
vidi vinci. Tallada en oro la frase desafía los tiempos. Nuestros
profesores de historia nos hacían repetirla, memorizarla. Vini vi y vencí,
lo dijo Julio César después de haber conquistado el mundo a golpe de espada e
ingenio, repetían los maestros. Contra esta versión alza su sabiduría el poeta
leonés. Aclara que Julio César al decirla exaltaba su reciedumbre de macho, no
su condición de guerrero imbatible. A una edad que un hombre puede fácilmente
caer abatido ante la belleza, hizo suya a Cleopatra, se acostó con ella, la
encabritó y la hizo desfallecer. Luego regresó a Roma de donde vino. La reina
de reinas fue incapaz de cercar su corazón. El emperador romano siempre cuidó
que su corazón jamás estuviese sobre su cabeza, como lo recuerda Bertolt Brecht
en Los negocios del señor Julio César.
Pobrecito
Marco Antonio, cayó devorado ante quien creyó ser la reina de la tierra. Una
mujer a quien Shakespeare convierte en una hechicera; una hembra de corazón
caliente y mente fría. Dudosa indaga ante Marco Antonio, ¿Cuánto me quieres?
Acaso el amor puede medirse, responde el guerrero. Una lección que han olvidado
los amantes. Si se atuvieran a este juicio no serían tan díscolos. Ni hombres
ni mujeres preguntarían a cada instante cuanto amor dispensamos. ¿Un regalo de
dos, tres mil córdobas basta? Entonces los pobres no amarían. No tienen dinero
para comprar sortijas, anillos, relojes o pulseras. Estarían condenados por los
siglos de los siglos. Realista o grosero Gabriel García Márquez en El amor
en los tiempos del cólera, lapida su cariño. Si la mierda tuviese valor
algún día los pobres nacerán sin culo. Desculados jamás podrían encularse.
La
vida nutre a la literatura. Otros ejemplos retratan las mil caras del amor. Las
telenovelas son manantial inagotable en que abrevan los pobres. Con la misma
naturalidad con que un día revelé mi condición de lector irredimible de pasquines
o comics, debo reconocer que también lo fui de las novelas de Corín Tellado. En
Juigalpa, todos los meses Augusto Vargas Villanueva enviaba Vanidades a
mi madre. Leía la sección de cinematografía y luego disfrutaba la novela de
rigor bajo la autoría de una española que alimentó el imaginario de millares de
mujeres en el mundo. Corín Tellado era para mí el equivalente de Marcial
Lafuente Estefanía. Salvador Ayala Moncada tenía un puesto de alquiler a cien
metros de mi casa. Con la misma avidez que tragaba pasquines y novelas, volaba
sobre las páginas de Corín Tellado. Mi padre ya me había inyectado la droga de
la lectura.
Con
esas novelitas rosas las mujeres supieron endulzar su vida, forjaron sus
gustos, aprendieron a soñar con el príncipe azul, a confiar en la suerte y como
Cenicientas sabían que la dicha y la felicidad llegarían un día. El leitmotiv
de sus argumentos gira en que la pobreza nunca es obstáculo, la belleza la
calcina. La condición económica no
importa. Los galanes entrarían a sus vidas y se casarían de velo y corona. La
pobreza no es destino, simple tropiezo que el amor salva fácilmente. Las
radionovelas cuentan hazañas similares. Los rencores familiares son rotos por
la magia del amor. La historia emblemática de Montescos y Capuletos, narrada
con magia deslumbrante por Shakespeare, ratifica que el amor puede más que las
rencillas familiares. El amor todo lo puede. Todo lo puede el amor.
Los amores imposibles no existen. Quienes aspiran seducir
jamás deben arredrarse. Todo es cuestión de tacto y una buena dosis de
galantería. Blas Gil adelanta que la caza del amor es caza de altanería. Este
epígrafe anuncia lo que vendrá después en Crónica de una muerte anunciada.
Los magos de la cinematografía siguen filmando Romeo y Julieta, para que las
nuevas generaciones se asomen a esta tragedia; para que no dimitan cuando los
padres cierran puertas y ventanas, si tu amada ya destornilló para vos las
clavijas de su corazón. Contigo no hubo vuelta atrás, se adelanta. Mis padres
te miraban de reojo. Vos siempre te hiciste el desentendido. ¡No podía ser de
otra forma!
Ernesto
Sábato reivindica los derechos del corazón. Con su tesis, como hijo y hermano
del romanticismo, tiende el puente necesario para no continuar sosteniendo
boberías. La verdad subjetiva es tan importante como la verdad objetiva.
Siempre hay que temer a aquellas personas que machacan como credo indiscutible
la superioridad de las matemáticas y la física, sobre la literatura. Ante el
despropósito Sábato alega: tan real una pesadilla como un puente de concreto. A
los inquietos recuerda no olvidar jamás que más intenso el amor que un teorema
matemático; más compleja la literatura que la química. ¿Alguien puede comprar
dos libras de cariño? Algún cínico me dirá que sí. Pertenecen a las tribus que
no conocen otras formas de conquista que no sea a través de amores comprados.
¿Que triste verdad? En Sin senos no hay paraísos lo hacen por partida
doble. Los narcos compran a sus mujeres y el Canal 2 a sus audiencias dándoles
regalitos.
Más
largo que el Amazonas mi amor hacia vos. El infinito es el cielo. Sabemos que
tenemos sueños pesados, pero ¿cuánto pesa un sueño? Los estudiosos de la
historia, las artes y la cultura, hicieron mal en encajarse sobre los métodos
de las ciencias naturales. ¿Ciencias de la vida? ¡Qué mierda! Recitan en coro:
lo que no puede medirse no alcanza la categoría de ciencia. Eso me importa un
bledo. En la agria polémica de André Gunder Frank con Milton Friedman, en los
años gloriosos de los setenta, recordó al premio Nóbel de Economía, que en el
frontispicio de la Escuela de Chicago reza “Ciencia es medir”. No todo puede
medirse. Me niego a comprarte zapatos y vestidos en este cumpleaños. Decidí
regalarte algo mío. Escribí para vos estos poemas. No los venden en ninguna
tienda. ¿Y los escritores de alquiler? Esa es otra historia, ya tendremos
ocasión de hablar del tema. ¿Estás cansada? ¡No! Me agrada tu manera de ver el
mundo. Publica los poemas. Estoy segura que muchas mujeres los disfrutaran
igual que yo. ¡Compláceme no seas malito!
Estimado Guillermo:
ResponderEliminarDe nuevo gracias por hacernos compartir tus lecturas y opiniones sobre la cultura universal.
Mario Mejía Alvarez