¡Despedí el 2011 cargado de premios!
¡Gana
C$60,000 en efectivo y combos de dinero
+ TV +
Wii, refrigeradoras y cocinas!
SMS
recibido $0.23. Envía Hoy al 1717.
Sábado
31 de diciembre-2011- 04.06 PM
El
loterillazo sigue siendo una institución respetable no solo para timar incautos.
Un fenómeno con varias puertas de entrada y salida. Los medios han sostenido
durante más de medio siglo que el loterillazo se ejerce preferentemente contra
gente humilde. Una apreciación objetable, parcial e inadecuada de una práctica
que se ha extendido hacia otros ámbitos y afecta un universo mayor. ¿Cómo
denominar las trampas que tienden personas e instituciones al ofrecer oro a
cambio de minucias? En estricta semántica son timadores quienes venden,
ofertan, rifan y prometen entregar dinero, carros, camionetas, viajes, empleo,
edificaciones, carreteras, becas, escuelas, etc. por apuntarse en una rifa,
enviar un mensaje, remitir una módica suma o entregar el voto, si al final no
cumplen lo prometido. La rueda de la fortuna, tómbolas, tragamonedas, el toro
rabón, elecciones, correos electrónicos, chat, y entrega de vigésimos de
lotería premiados, son tentaciones recurrentes en cuyas redes caen atrapadas
centenares de personas de distintos estratos sociales.
Los
chocoyitos de la suerte adiestrados por sus dueños, salían de sus jaulas
atendiendo sus llamados, luego caminaban directamente a extraer con sus picos
una esquela conteniendo un mensaje cifrado elaborado estrictamente para vos.
Jamás se confundían, siempre creí que sus titubeos formaban parte del teatro
que imprimían a sus actos para que no quedase ninguna duda que ese sobre y no
otro era el que te correspondía. Uno premiaba el gesto, los campesinos
iletrados bajados de la montaña y llegados de las llanerías chontaleñas, creían
a pié juntillas lo que el dueño de los chocoyitos leía sobre su futuro
inmediato. Otros quedaban sin un centavo lanzando las pelotitas de vidrio sobre
el embudo del toro rabón, buscando como ganar diez, veinte, cincuenta o cien
córdobas que apostaban convencidos que esa era su noche de suerte. Los más
incautos tiraban sus billetes sobre el plástico que cubría los premios que
obtendrían si la rueda de la fortuna se estacionaba en el número que lo haría
feliz.
Los juegos
de azar y la prostitución estaban falsamente prohibidos. El jefe militar de la
plaza se encargaba de aprobarlos a cambio de dinero. Las putas bajaban de
Pueblo Nuevo a pasar examen de rutina todos los miércoles al Centro de Salud,
ubicado frente a la iglesia católica en el mero centro de la ciudad. Los más
desinhibidos se apostaban en la barbería del Maitro Blanco para verlas desfilar.
Las que poco salían para ser examinadas eran las putas bajo el mayorazgo de
doña Otilia Ampié, putas finas por las que suspiraban los hombres más bragados.
En los billares de Tito Madriz y Casimiro Suárez, los juegos de naipe jamás se detenían,
tampoco eran objeto de acechanzas en la Zona Roja, ubicada en los confines del
pueblo, habitada por sus limpias pobladoras. El comandante departamental recibía
todos los lunes la paga por aprobar la existencia de estos sitios
reverenciados. Desde el púlpito los sacerdotes condenaban al infierno a quienes
aprobaban estas prácticas y a las ovejas descarriadas por visitar estos
lugares.
Con el
tiempo las rifas se convirtieron en una práctica constante. Las experiencias
exitosas en otros lugares del país sentaron cabeza en Juigalpa. Siempre se dijo
que el encargado de la Lotería Nacional se había sacado el premio mayor varias
veces, tanto que los Somoza tuvieron que intervenir y separarlo del cargo. Un
chontaleño astuto como un zorro, cobró fama nacional cuando rifó en Managua su
edificio de varios pisos y al final él mismo se lo sacó. Asomaban los síntomas
incurables de la corrupción. En algunos círculos locales celebraban con gracia
la ocurrencia del chontaleño, pero condenaban a la hoguera al político que se había
adjudicado varias veces el premio mayor de la lotería. Para no quedarse atrás otro
chontaleño decidió probar suerte. Mandó a rifar su coche. Vendió todas las acciones
y celebró el sorteo el día y hora establecidos. Nadie supo cual fue el acto de
prestidigitación que realizó para que el premio cayera en el número que había adquirido
su hermana. Para disipar dudas volvió a rifar el coche y tuvo la grandísima
suerte que premio cayera en familia.
Desconozco
el rigor con que se aplican las leyes sobre rifas y juegos de toda índole. La
firma Claro ofrece sorteos todos los días. En los casinos igual. Dichosas las
personas que han salido premiadas. Deben ser centenares, tanto que si yo fuese
el jefe de relaciones públicas, ya hubiese sacado una fotografía mostrando los
rostros de los felices ganadores. En diversas ocasiones he sido ganador de diez
minutos gratis, para usarlos tengo que
enviar un mensaje a un precio ínfimo. Nunca lo he hecho, jamás lo haré y no es
que descrea de la suerte. Esas contingencias las he vivido plenamente como para
darle la espalda al azar. El 17 de julio de 1979 asistí a un acto que pocas
veces imaginé podría vivir y experimentar. Las tropas de la Guardia Nacional
tiraron sus pertrechos militares cuando se enteraron que su máximo jefe,
Anastasio Somoza Debayle, había huido hacia Estados Unidos. El vacío de poder adquiría concreción en mi
vida. Lo mismo pasó con la guerra de
barricadas. Engels, en uno de los prólogos de La guerra civil en Francia, las daba como una experiencia histórica
irrepetible.
El
loterillazo mayor proviene de la clase política. En cada elección ofrecen terminar
con la pobreza, el desempleo, el hambre, las enfermedades, la falta de
viviendas, construir caminos y carreteras. El Che Guevara condenaba los juegos
de lotería, esa eterna esperanza de los pobres. Las elecciones para ciertos votantes
son una especie de lotería a la que se apuntan cada cuatro o cinco años. En
cada elección tiran su apuesta sobre la mesa en búsqueda del vellocino de oro.
Más severo que nadie J. M. Coetzee, en su novela Diario de un mal año (2007), afirma que con la extensión de la
democracia hacia Oriente Medio por Estados Unidos, al súbdito le presentan
hechos consumados. Las alternativas no se discuten. La papeleta de votación no
dice, ¿Quieres a A o B, o a ninguno de los dos? El ciudadano que expresa su
insatisfacción por ambos no cuenta, se le ignora. Solo les queda elegir entre A
o B. Convencido advierte “quienes se
dedican a expandir la libertad y la democracia no ven ninguna ironía en la
descripción del proceso que acabo de hacer”. En verdad para el Premio Nobel
de Literatura, en las elecciones nada queda al azar. ¡Son un juego cerrado,
aunque los políticos las ofertan de manera diferente!
Felicidades Guillermo. Gracias por enviarme el sitio, que visitaré con curiosidad a menudo.
ResponderEliminarDe entrada te digo que vos siendo tan fachento (pues dicen que algunos Contaleños dicen que son de Granada y no originarios de su tierra), me agrada la sencillez de tu sitio.
Mario Mejía Alvarez