Un breve recorrido sobre el
caudal narrativo de Gabriel García Márquez -entre más lo releo más me
impresiona- permite corroborar varias constantes. No aludo a su gusto por la
hipérbole y la magia poética con que adereza sus creaciones, tampoco la perfección
con que delineó el árbol genealógico de los Buendía, al uso reiterado del tres,
su obsesión por rendir tributo al amor, la insistencia por los amores
imposibles, me refiero a cuatro niñas nacidas bajo los destellos incandescentes
de sus desafueros creativos, en cuatro retratos perfectamente esculpidos. Cuatro
hijas de su forma de entender las relaciones amorosas, incluyendo sus amores tempranos
con el Cocodrilo sagrado. Desde que
conoció a Mercedes Barcha en Sucre, quedó prendado de la niña de 13 años, a
quien propuso matrimonio. Ya no pudo quitarse de encima el aroma de su piel, la
angustia de haberla dejado sola, las dudas de no ser correspondido y la
persistencia de su recuerdo colándose en los amaneceres de sus noches de
insomnio.
Si nos ajustamos a los criterios
que Mario Vargas Llosa establece como esenciales en todo arte creativo, el
horizonte queda despejado. En García
Márquez: historia de un deicidio (1971), fecundo y aleccionador, la historia
personal deviene en factor decisivo a la hora de escribir ficciones. Aureliano
Buendía, siguiendo la historia embarazosa de Montescos y Capuletos, se siente
atraído por la hija menor de don Apolinar Mascote, el enemigo político de su
padre. El hecho que Remedios fuese impúber Aureliano no lo consideró como un
tropiezo insalvable. La niña todavía se orinaba en la cama, apenas tenía 9
años. Su piel de lirio y ojos esmeraldas, aguijonearon su corazón. Pilar
Ternera, lo dejó llorar en sus brazos. Al acogerlo en su cama, Aureliano le
contó su infortunio y encontró a Remedios en los acantilados del dolor, "convertida en un pantano sin horizonte, olorosa
a animal crudo y a ropa recién planchada". Alcahuete, Pilar se
compromete a servírsela en bandeja. Una niña indiscreta y a la vez madura,
sentía la tentación de revelar los secretos de su noche de boda.
Un amor con todas las de ley, igual al que el portento ofreció a Mercedes, enloquecido al ver balancear su cuerpo y escuchar su risa. Una niña con prendas de adulto, cambió por un momento el rumbo de la vida del Coronel Aureliano Buendía, muerta al no poder dar a luz a un par de gemelos atravesados en su vientre. Nadie puso reparos. Las alarmas la disparan los amores febriles entre Florentino Ariza, su acudiente, y América Vicuña, la niña de 12 años llegada de Puerto Padre. Florentino perdió el juicio y así como Pilar Ternera dijo a Aureliano que tendría que terminar de criar a Remedios, aquel "la cultivó con esmero en un año lento de sábados de circos, de domingos de parques con helados, de atardeceres infantiles con que se ganó su confianza, se ganó su cariño, se la fue llevando de la mano con una suave astucia de abuelo bondadoso hacia su matadero clandestino". ¿Una relación perversa? Cuando anuncia su boda con Fermina Daza, América descree. "Los viejitos no se casan", responde convencida. Jamás supo que Florentino se pasó la vida esperando que el azar le fuese propicio.
La relación y el suicidio de
América despertaron una oleada de críticas. Las cosas empeoraron con la
aparición de Memoria de mis putas tristes
(2004). Muchas se sintieron con derecho a levantar el dedo acusador. La novela
fue señalada de hacer apología de la pedofilia. Uno de los pocos que la leyó en
otras claves fue el Premio Nobel J. M. Coetzee. Piensa que Gabo la escribió
para redimirse por la forma que trata a América. El regalo que decide hacerse el
viejo para celebrar sus 90 años de vida con una joven virgen deviene en
historia singular. Gracias a la mediación divina," el viejo deja de ser un asiduo visitante de putas, para convertirse en
un adorador de la virginidad que a su vez rinde culto al cuerpo de la niña
durmiente de manera similar al que un creyente puede rendirle culto a una
estatua o a un ícono". Con Delgadina vive una relación edificante. La idolatra.
Ni siquiera la toca. Se deleita leyéndole. Traslada su biblioteca al burdel
donde le rinde pleitesía. Cambia radicalmente su vida y prodiga como periodista
sus mejores reflexiones sobre el arte amar.
La otra criatura -Sierva María de
todos los Ángeles- busca como ser salvada por el cura sabio, Cayetano de Laura,
lector empedernido. El amor y otros
demonios (1994), condensa poesía, la niña es sacrificada por los guardianes
del Santo Oficio. La inmolan porque jamás pudieron comunicarse con una niña
criada por esclavas, víctima propiciatoria de la falta de comprensión de esa
otra cultura incubada en las barracas. Mordida por un perro arrabiado, pese a
evidencias de buena salud, pudieron más los prejuicios religiosos. Ante la
imposibilidad de conectarse con las lenguas caribes que Sierva hablaba, concluyeron
que estaba poseída por el demonio. Llevaba colgados los collares de santería y
el escapulario del bautismo. El cura sucumbe. Volvemos escuchar ecos de El amor en los tiempos del cólera
(1985). Cuántos años tiene, pregunta la niña a Cayetano. Cumplí treinta y seis
en marzo, responde el sacerdote. "Ya
es un viejecito, le dijo con cierto deje de burla.
Nadie se sintió ofendido por la
muerte incomprensible de Sirva María, nadie exaltó la forma enajenada con que
se enamoró Florentino Ariza de Fermina Daza. Contrario a lo esperado, decidió
conservarse virgen para ella. Una decisión insólita en un continente machista.
Las cuatro niñas son hijas de un escultor preciosista. Cada descripción un
dechado de poesía. El mismo infortunio corrieron los amoríos de Fonchito, el
hijastro, con doña Lucrecia, la bella madrastra, seducida por sus encantos y
precocidad. Vargas Llosa fue mandado a la hoguera. ¿Debió negarse doña
Lucrecia? Jamás leí estos libros sometido a los caprichos de una moral timorata
que condena al fuego luciferino estas expresiones amorosas. Las cuatro niñas de
García Márquez -cuatro ángeles tutelares- forman parte del torrente creativo de
un novelista que supo escribir en páginas arrebatadas los amores desaforados
que provocan los amores prohibidos. Como afirma Carlos Monsiváis, "basta con que lo prohíban para que me
interesen".
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