La enajenación provoca a Oscar confusiones,
cambio de perspectivas, mundos diferenciados, horror por la realidad
circundante, control de vida o muerte sobre criaturas, apego por las reglas del
género, incapacidad para desplazarse por los entramados de la vida doméstica,
amores precarios, aversión por los animales, reveses inesperados. La historia
de su vida -la real y verdadera- fluye paralela a los grandes dramones que lo
ascienden como un meteorito hacia la cúspide y con idéntico vértigo lo lanzan
al abismo. Santiago Roncagliolo se divierte y nos divierte con Oscar y las mujeres (Alfaguara, 2013),
dando vida a un personaje esquizofrénico, venido a menos como guionista, luego
de haber gozado las mieles de la fama. Oscar viene a ser la contracara de Pedro
Camacho, el sagaz guionista de radionovelas, traído al mundo bajo los fulgores
de la pluma y la creatividad ascendente de Mario Vargas Llosa.
Con perspicacia, sentido del
humor, Roncagliolo se adentra en un universo que subyuga y concita el interés
de millones de televidentes a todo lo largo y ancho del planeta. Salta sobre el
escenario para mostrar sus dotes de tramoyista aventajado, como un día lo fuera
Pedro Camacho, personaje similar a las criaturas que daba vida en Lima la horrible, manteniendo el oído
pegado a la radio de millares de personas que encontraban en sus relatos un
sucedáneo para atemperar las dificultades y aflicciones de la vida cotidiana.
Camacho sucumbe ante sus propios engendros. Las fronteras entre realidad y
ficción, entre una radionovela y otra, comienzan a diluirse y los personajes
terminan por volverse seres recurrentes. El haz de las radionovelas peruanas,
al final queda atrapado en su propia urdimbre. Un guionista de primera que
vuelve más apetecible la lectura de La
tía Julia y el escribidor, con mucho de autobiográfica y grandes dosis de
ficción.
Roncagliolo penetra en el
universo de las telenovelas, poblado de seres singulares, héroes y malvados,
tiernos y sentimentales, pobres en su desamparo, insufribles, sin madre ni
padre conocidos, carentes de fortuna, bellos y bellas, domésticas de quienes se
enamora hasta la perdición el galán de corazón sensible, madres y esposas
perversas haciéndoles la vida imposible, amor y odio les inflaman de pasión y
cuecen sus entrañas. Roncagliolo situó sus personajes en Miami. Oscar Califatto
un personaje idéntico a las criaturas que da vida en su piso. Presa de tics,
enemigo a muerte de lo que acontece fuera de su cuarto de escribidor, su ruina
se precipita por el abandono de Natalia, su segunda mujer, encargada de ordenar
la casa y hacer frente a los desafíos que suponen la vida hogareña. Como ocurre
en esos dramones, roto el nexo que lo conecta con el mundo real, naufraga sin
rumbo y se percata de la existencia de esa otra realidad a la que ha dado la
espalda.
Con destreza Roncagliolo
entreteje el guión de la telenovela con el drama que vive el guionista, solo en
su orfandad, muy parecido a los sinsabores por los que pasa María de la Piedad.
Ajustes y reajustes en la escritura, vienen dictados las reglas a las que debe
atenerse todo escribidor de telenovelas. Los sentimientos están polarizados. La
buena de María de la Piedad afronta las tropelías de Cayetana, papel
interpretado por Fabiola Tuzard, la esposa que le hace la vida imposible a
Marco Aurelio Pesantes, su productor. Fantasía y realidad transcurren por los
mismos cauces. Las vicisitudes, esperanzas y desesperanzas por las que
atraviesan Oscar y Marco Aurelio son un retrato fiel de lo que ocurre a los
personajes de la telenovela. Ambas historias, ambos dramas, digo, se desplazan
entrelazados, discurren armoniosos gracias a las truculencias de Roncagliolo.
Las dolencias de los personajes son las mismas que acosan a guionista, productor
y actriz secundaria.
Oscar lleva una vida semejante a
la de sus personajes, una especie de antihéroe sometido a toda clase de
infortunios. Pesantes sopla a su oído -lo hace por razones económicas- que la
separación de Natalia será su ruina. El amor resulta ser aliciente, fuerza
centrípeta, impulso arrollador, única motivación, suprema inspiración para
crear a sus engendros. Se escriben para ayudar a soñar. Tienen el mismo origen
y las mismas razones por las que se escriben novelas de ficción. Poseen una
misma filiación. Las radionovelas, las telenovelas y las novelas son primas
hermanas. Roncagliolo evidencia las rayas sanguíneas que subyacen para poner en
perspectiva su arte creativo. Un logro estupendo. Oscar y las mujeres es un melodrama, saturado de cursilerías, con
cortes perfectos, cuando el relato alcanza el clímax, lleno de sus mismos
guiños y giros, cada capítulo viene precedido por el anuncio de las reglas a
las que se atienen los guionistas de telenovelas.
Las telenovelas se parecen y
confunden con la vida, tropiezos con los que deben lidiarse día a día. Caídas
que invitan a levantarse, lo puro y bello alternan con la maldad y la insidia,
con una variante que hace de las telenovelas un plato suculento. Todas pensadas
para que las desgracias desaparezcan. Esta es la clave de sus éxitos. Los
buenos deben triunfar y los malos perder. Incapaz de caminar sin tropiezos,
Oscar encuentra en las mujeres el camino de su redención. Atascado, la seca le
atormenta. Ante la pérdida de Natalia se siente imposibilitado de continuar
escribiendo el guión con el cual pretende sobrevivir Pesantes, ante las
penurias económicas que le acosan. Los ruidos desquician a Oscar. Los propios y
los provenientes del apartamento de Beatriz, su vecina. Contrariado golpea su
puerta para estrellar los ojos en sus pechos refulgentes. El odio que siente
por Beatriz poco a poco muda y se transforma. Opera el milagro, el
acontecimiento que Vladimir Propp señala en su estudio sobre la morfología del
cuento, como desencadenante de cambios en los personajes.
Como acontece a Oscar, su vecina
ha vivido revés tras revés. A través del suicido atempera sus amores
contrariados. Consigue redefinir la personalidad de Oscar. En el borde de su
muerte reflexiona aquilatando el valor de las telenovelas surgidas de su
inspiración. Cuando Oscar titubea, Beatriz le reitera que la gente necesita
creer que existen personas dispuestas a todo por sus sentimientos. "Eso no les cambia la vida, pero les anima
una hora del día. Necesitan tus fantasías. Y tú necesitas un poco de realidad."
Devela las causas por la cuales las personas se someten día a día a pegarse
frente al televisor para disfrutar, reír a carcajadas, llorar hasta el
suplicio, comerse las uñas, privarse de ir al baño, quedarse en casa, enfurecerse
con los políticos cuando imponen cadenas televisivas, privándoles del goce que
provocan, no obstante los chorros de lágrimas derramadas capítulo tras
capítulo. Son el espejo donde ven
reflejadas sus vidas. El triunfo de los buenos y pobres. La recompensa
esperada.
Roncagliolo releva la importancia
de un género que cautiva y seduce a millones de personas. Un formato que jamás
cansa, un discurso que nunca condena a hijos fuera de matrimonio, no recrimina
los amores prohibidos, ni se somete a escarnio las debilidades humanas. El
melodrama apasiona como ningún otro género a los latinoamericanos. La mayoría
de las estaciones locales incluyen en su programación al menos una telenovela,
incluso hay canales que cuentan con cinco y hasta seis telenovelas,
especialmente en horario estelar. Algunos tienen en pantalla telenovelas que
los nicaragüenses degustaron con fruición durante los ochenta del siglo pasado.
Apegado a los dictados del género, Roncagliolo ofrece el happy end. Ese final feliz que aquieta las conciencias y hace
estallar de júbilo a quienes estuvieron expectantes, esperando que las pobres y
sufridas sean plenamente compensadas. ¡Así sea!
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