¿Sobre qué veredas transitar en un
texto dedicado al Che, partiendo que este ha sido escrito por su esposa? En el
libro pergeñado por Aleida March, Evocación
mi vida al lado del Che, (Espasa, 2008), ¿esperaban una vez más su
canonización? ¿Qué aspectos les resultarían imprescindibles? ¿Los consagrados a
la liberación de Cuba, su involucramiento en las luchas de África y América
Latina o sus relaciones afectivas con su esposo? A mí lo que más me interesaba
conocer era cómo transcurrió la vida del guerrillero en sus breves pausas
hogareñas y su comportamiento como padre. Su nombre pertenece a la leyenda,
realidad y mito se funden. Sobre las hazañas del Che se han vertido miles de
páginas. Muchas aluden de manera contradictoria su vida amorosa. Unas enaltecen
su condición de asceta, otras resaltan su carácter de macho. Mil y una
anécdotas, verdaderas y falsas, salpican su vida.
Desde el anuncio de su publicación
disponía de las claves para leerlo. Después de haber consagrado tiempo a la
lectura de casi la totalidad de su obra, incluso la antología preparada por
Biblioteca Era, precedida por un prólogo de Roberto Fernández Retamar, me interesaban
sus relaciones familiares. Cuando todos glorificaban o maldecían su gesta, al empezar
a leerle me deleité al deslizarme sobre una prosa saturada de poesía. Pasajes de la guerra revolucionaria
(1963), no dejaba espacio a la duda, cargado de metáforas y una enorme
capacidad para escribir breves relatos oscilando entre lo anecdótico y lo
histórico. Con un estilo apretado, irónico y mordaz daba cuenta incluso de sus
titubeos y caídas. Algo similar emerge del Diario
del Che en Bolivia (1968). El ejercicio riguroso de la autocrítica no lo
deja a salvo. Con nadie fue más severo que consigo mismo.
Culminada la primera etapa de la lucha
insurgente, con la entrada de los barbudos a la Habana al despuntar enero de
1959, los primeros días de la pareja fueron una vida de cuartel. Los dos meses
que vivieron en Tarará, marcan el inicio de su intimidad. Como romántico
incurable, el Che le hizo entrega de su primer regalo: un frasco de perfume
Flor de Roca, de Caron. Su boda sería en La Cabaña, el 2 de junio de 1959, a la
que asistió como invitado el nicaragüense Rafael Somarriba. Aleida, era una
mujer celosa, ¿qué razones tendría? Será verdad entonces lo que dijo una vez
Osmany Cienfuegos, ¿qué el Che le había confesado “Yo no le cuido la bragueta a nadie”? Otros más audaces se
atrevieron a decir que tuvo amores con Tamara Bunke, Tania, la guerrillera, su
compañera de sueños en Bolivia.
Sus relaciones empezaron a tener un giro diferente, mudaron de vivienda hacia la calle 47, entre Conill y Tulipán, en Nuevo Vedado. La familia empezaba a crecer, a Hildita se sumó el nacimiento de Aliucha. Si algo deja claro Aleida, fue que el nacimiento de Camilo le deparó grandes alegrías. Desde siempre deseaba un hijo varón. Encontrándose en Argelia, el 24 de febrero de 1965, nació su quinto hijo, típico latinoamericano se sintió tentado de ponerle Ernesto. Con su manera habitual de entrarle a las cosas de soslayo, escribió una carta dirigida a su nuevo vástago: Ernesto Guevara March (entregarlo en su casa o en la clínica) Habana. Teté dile a la vieja que no voy a comer. Que se porte bien. Dale un beso a tus hermanitos. Tu viejo.
En las últimas cartas a su mujer,
brota la nostalgia e irradia su indeclinable naturaleza poética. Antes de su
salida hacia el Congo, disfrazado, bajo el seudónimo de Ramón, vuelve a la
carga: “En las noches del trópico volveré
a mi viejo y mal ejercido oficio de poeta (no tanto de composición como de
pensamiento) y tú serás la única protagonista”. Un tiempo después de su partida,
Vilma, la esposa de Raúl, llegó a casa de Aleida a dejar las cartas que
escribió a sus padres e hijos, junto con un sobre que decía Solo para ti, unas cintas con poemas
grabados en su voz. Aleida después comprendió que había sido fiel a la forma de
expresar sus sentimientos. Le grabó a Neruda, Farewell y Veinte Poemas de amor;
Vallejo, Piedra sobre piedra y Los heraldos negros; Guillén, La sangre numerosa
y el abuelo y a Martínez Villena, La pupila insomne.
En una carta remitida desde el Congo,
le llama Mí única en el mundo, un
verso prestado al viejo Hikmet, poeta turco revolucionario, con quién se identificaba.
Aleida insiste en llegar a verle, se niega y aclara que se ha pasado buena
parte de su vida, “teniendo que refrenar
el cariño por otras consideraciones, y la gente creyendo que trata con un
monstruo mecánico”. Estando en Tanzania (28 de noviembre 1965), le escribe
una de esas tantas cartas reveladoras de su personalidad. Contrario a lo que
piensan sus detractores, se define como “una
mezcla de aventurero y burgués, con una apetencia de hogar terrible pero con
ansias de realizar lo soñado”. Sigue pidiendo libros, el listado es grande,
pero como afirma, “me he acostumbrado
tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el
contraste con mi aventurerismo”.
A su regreso de África, Aleida fue a
su encuentro en Praga. Una estadía de amores intensos y clandestinaje severo.
Ambos creyeron que no volverían a verse. Con un pie en el estribo hacia el
Congo, su carta olía a final, utiliza un deje poético que me recuerda a Octavio
Paz. Cree que carece del “noble oficio de
poeta. No es que no tenga cosas dulces. Si supieras las que hay arremolinadas
en mi interior. ¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol que las
contiene, que salen cansadas del viaje, malhumoradas, esquivas, y las más
dulces son tan frágiles! Quedan trizadas en el trayecto, vibraciones dispersas
nada más”. Cuánto la amó, supo decírselo con pasión de hombre y expresión
de poeta. “Así te quiero, con recuerdo de
café amargo en cada mañana sin nombre y con el olor a carne limpia del hoyuelo
de tu rodilla, un tabaco de ceniza equilibrista, y un refunfuño incoherente
defendiendo la impoluta almohada (…)
Con un pie puesto en campaña, el poeta
se despide cantando a su mujer
Adiós,
mi única
No
tiembles ante el hambre de los lobos
Ni
en el frío estepario de la ausencia;
Del
lado del corazón te llevo
Y
juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume…
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