domingo, 15 de julio de 2012

Aleida y el Che



¿Sobre qué veredas transitar en un texto dedicado al Che, partiendo que este ha sido escrito por su esposa? En el libro pergeñado por Aleida March, Evocación mi vida al lado del Che, (Espasa, 2008), ¿esperaban una vez más su canonización? ¿Qué aspectos les resultarían imprescindibles? ¿Los consagrados a la liberación de Cuba, su involucramiento en las luchas de África y América Latina o sus relaciones afectivas con su esposo? A mí lo que más me interesaba conocer era cómo transcurrió la vida del guerrillero en sus breves pausas hogareñas y su comportamiento como padre. Su nombre pertenece a la leyenda, realidad y mito se funden. Sobre las hazañas del Che se han vertido miles de páginas. Muchas aluden de manera contradictoria su vida amorosa. Unas enaltecen su condición de asceta, otras resaltan su carácter de macho. Mil y una anécdotas, verdaderas y falsas, salpican su vida.

Desde el anuncio de su publicación disponía de las claves para leerlo. Después de haber consagrado tiempo a la lectura de casi la totalidad de su obra, incluso la antología preparada por Biblioteca Era, precedida por un prólogo de Roberto Fernández Retamar, me interesaban sus relaciones familiares. Cuando todos glorificaban o maldecían su gesta, al empezar a leerle me deleité al deslizarme sobre una prosa saturada de poesía. Pasajes de la guerra revolucionaria (1963), no dejaba espacio a la duda, cargado de metáforas y una enorme capacidad para escribir breves relatos oscilando entre lo anecdótico y lo histórico. Con un estilo apretado, irónico y mordaz daba cuenta incluso de sus titubeos y caídas. Algo similar emerge del Diario del Che en Bolivia (1968). El ejercicio riguroso de la autocrítica no lo deja a salvo. Con nadie fue más severo que consigo mismo.

Culminada la primera etapa de la lucha insurgente, con la entrada de los barbudos a la Habana al despuntar enero de 1959, los primeros días de la pareja fueron una vida de cuartel. Los dos meses que vivieron en Tarará, marcan el inicio de su intimidad. Como romántico incurable, el Che le hizo entrega de su primer regalo: un frasco de perfume Flor de Roca, de Caron. Su boda sería en La Cabaña, el 2 de junio de 1959, a la que asistió como invitado el nicaragüense Rafael Somarriba. Aleida, era una mujer celosa, ¿qué razones tendría? Será verdad entonces lo que dijo una vez Osmany Cienfuegos, ¿qué el Che le había confesado “Yo no le cuido la bragueta a nadie”? Otros más audaces se atrevieron a decir que tuvo amores con Tamara Bunke, Tania, la guerrillera, su compañera de sueños en Bolivia.



Sus relaciones empezaron a tener un giro diferente, mudaron de vivienda hacia la calle 47, entre Conill y Tulipán, en Nuevo Vedado. La familia empezaba a crecer, a Hildita se sumó el nacimiento de Aliucha. Si algo deja claro Aleida, fue que el nacimiento de Camilo le deparó grandes alegrías. Desde siempre deseaba un hijo varón. Encontrándose en Argelia, el 24 de febrero de 1965, nació su quinto hijo, típico latinoamericano se sintió tentado de ponerle Ernesto. Con su manera habitual de entrarle a las cosas de soslayo, escribió una carta dirigida a su nuevo vástago: Ernesto Guevara March (entregarlo en su casa o en la clínica) Habana. Teté dile a la vieja que no voy a comer. Que se porte bien. Dale un beso a tus hermanitos. Tu viejo.  

En las últimas cartas a su mujer, brota la nostalgia e irradia su indeclinable naturaleza poética. Antes de su salida hacia el Congo, disfrazado, bajo el seudónimo de Ramón, vuelve a la carga: “En las noches del trópico volveré a mi viejo y mal ejercido oficio de poeta (no tanto de composición como de pensamiento) y tú serás la única protagonista”. Un tiempo después de su partida, Vilma, la esposa de Raúl, llegó a casa de Aleida a dejar las cartas que escribió a sus padres e hijos, junto con un sobre que decía Solo para ti, unas cintas con poemas grabados en su voz. Aleida después comprendió que había sido fiel a la forma de expresar sus sentimientos. Le grabó a Neruda, Farewell y Veinte Poemas de amor; Vallejo, Piedra sobre piedra y Los heraldos negros; Guillén, La sangre numerosa y el abuelo y a Martínez Villena, La pupila insomne.

En una carta remitida desde el Congo, le llama Mí única en el mundo, un verso prestado al viejo Hikmet, poeta turco revolucionario, con quién se identificaba. Aleida insiste en llegar a verle, se niega y aclara que se ha pasado buena parte de su vida, “teniendo que refrenar el cariño por otras consideraciones, y la gente creyendo que trata con un monstruo mecánico”. Estando en Tanzania (28 de noviembre 1965), le escribe una de esas tantas cartas reveladoras de su personalidad. Contrario a lo que piensan sus detractores, se define como “una mezcla de aventurero y burgués, con una apetencia de hogar terrible pero con ansias de realizar lo soñado”. Sigue pidiendo libros, el listado es grande, pero como afirma, “me he acostumbrado tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el contraste con mi aventurerismo”.

A su regreso de África, Aleida fue a su encuentro en Praga. Una estadía de amores intensos y clandestinaje severo. Ambos creyeron que no volverían a verse. Con un pie en el estribo hacia el Congo, su carta olía a final, utiliza un deje poético que me recuerda a Octavio Paz. Cree que carece del “noble oficio de poeta. No es que no tenga cosas dulces. Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior. ¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol que las contiene, que salen cansadas del viaje, malhumoradas, esquivas, y las más dulces son tan frágiles! Quedan trizadas en el trayecto, vibraciones dispersas nada más”. Cuánto la amó, supo decírselo con pasión de hombre y expresión de poeta. “Así te quiero, con recuerdo de café amargo en cada mañana sin nombre y con el olor a carne limpia del hoyuelo de tu rodilla, un tabaco de ceniza equilibrista, y un refunfuño incoherente defendiendo la impoluta almohada (…)

Con un pie puesto en campaña, el poeta se despide cantando a su mujer

Adiós, mi única
No tiembles ante el hambre de los lobos
Ni en el frío estepario de la ausencia;
Del lado del corazón te llevo
Y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume…  

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