martes, 26 de junio de 2012

Entre verduras, carnes y abarrotes



  
Boceto de portada
Portada del libro


¿Qué circunstancias o motivos inducen a las personas a deshacerse de libros que han adquirido o les han sido regalados? ¿Por qué decidieron venderlos sin tomarse el cuidado de desprender la página donde está escrita la dedicatoria de sus autores? ¿Fue más bien que se los sustrajeron sin haberse dado cuenta? ¿Los dieron prestados a algún amigo que ante un aprieto económico decidieron venderlos? ¿Una situación de penuria los impulsó debido a los bajos precios que pagan en las librerías de remate del Mercado Roberto Huembes que aloja las más grandes y consistentes del país? ¿Será que entraron en contradicción con el autor y de esta manera quieren apartarlo de su vista? ¿Al revisar su biblioteca se percataron que ya no tenían cabida en sus estanterías? ¿Cambiaron de ideología o mudaron de gusto? ¿Sus contenidos dejaron de ser actuales o ya no les interesan?

En dos ocasiones he sido sorprendido por el profesor Fernando Vallejos, en una regalándome la primera edición de Poemas chontaleños (1960), totalmente agotada hace varios soles y la más reciente, entregándome un libro de Ernesto Mejía Sánchez, Recolección a mediodía, Editorial Nueva Nicaragua, (1985), con el boceto de la portada de uno de mis libros, La pasión del habla, (1988). Esta vez mi sorpresa fue doble. Una portada que daba por perdida o desaparecida regresa a mis manos, sirviendo de portada al libro del poeta Mejía Sánchez, pero que además contiene una dedicatoria de mi padre. En vista que la persona a quien obsequió el libro ya falleció, el bibliotecario Mario Arce, puedo conjeturar que fue vendido por sus herederos o bien que le fue sustraído sin haberse jamás dado cuenta cual sería su destino.   

Los dos libros el profesor Vallejo los adquirió en uno de los puestos del Mercado Huembes. Desde hace varios años viene mostrándome títulos raros adquiridos a precios inimaginables. Su biblioteca la ha venido nutriendo a partir de las compras que realiza en lugares insertados entre puestos de verduras, carnes y abarrotes. Se han convertido en genuinos proveedores de libros, incluso por encargo. El volumen de Poemas chontaleños lo devolví a mi padre, para que gozara leyendo el nombre de la persona a quien lo dedicó. Dio por descontado que haya sido este quien lo vendiera y más bien atribuyó a una mala pasada que haya terminado apiñado entre los centenares de libros que ofrecen en venta en el Huembes. En cuanto a mi portada, laboriosamente engarzada en el libro del poeta Mejía Sánchez, la tendré para siempre como un enorme cumplido.

Todo escritor establece relaciones afectivas con los libros nacidos de su inspiración. Cada uno viene al mundo en circunstancias especiales. A todos dispensamos igual cariño, no importa que al final no quedemos lo suficientemente satisfechos con el nuevo vástago traído al mundo. Las causas por las que dispensamos un trato distinto a uno o dos de nuestros engendros, jamás nos llevan a negar la paternidad o maternidad del resto de nuestras criaturas. La pasión del habla es el resultado de las conversaciones que sostuve con Michelle y Armand Mattelart, Tulio Hernández y Enrique González-Manet, durante su estadía en Nicaragua, en la Tercera Asamblea Mundial de Radios Comunitarias (AMARC-3) en 1988, bajo los auspicios de Bosco Parrales, director de la Corporación de Radiodifusión del Pueblo (CORADEP), bajo el nombre Una alternativa democrática y práctica de comunicación para el cambio social.

El belga Armand Mattelart fue de los autores que más influyó en los inicios de mi formación en el campo de la comunicación. Todavía sigue haciéndolo aunque en menor escala. En el caso del cubano González-Manet, su entrega al estudio de las los desafíos que planteaba la comunicación- a partir del desarrollo de los bancos de datos y el surgimiento de los primeros conglomerados mediáticos- fue determinante para que mis intereses intelectuales mudaran de rumbo. La economía política pasó a ocupar un segundo plano cuando conversé con él por primera vez en La Habana en 1980. A partir de entonces tenía plena certeza de los caminos por donde transitaría la comunicación en los años venideros. Bosco aprovechó mi relación con ambas personalidades y me pidió que las invitara a participar  en el encuentro de AMARC-3 que se celebraría en Nicaragua.


¿Cómo iba a desperdiciar la oportunidad de su presencia en nuestro país? El tema de la comunicación ocupaba un lugar central en la agenda de las diferentes fuerzas políticas. La oposición al sandinismo demandaba la entrega de una licencia para operar un canal televisivo. El presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada, Enrique Bolaños, fue el encargado de solicitar al gobierno su otorgamiento. En declaraciones al New York Times manifestó que tenían todo lo requerido para su instalación. La promulgación de una nueva ley de medios figuraba entre las diversas demandas del bloque opositor. Meses después se abriría la discusión y aprobación del nuevo estatuto jurídico que normaba el funcionamiento de los medios en Nicaragua. El diálogo con estos expertos, incluyendo al venezolano Tulio Hernández, estaba encaminado a llamar la atención sobre la trascendencia y significado de las comunicaciones en la sociedad contemporánea.

La portada que recuperé a través del regalo que me hizo el profesor Vallejos la había perdido de vista. Desconozco cómo salió de mis manos, menos la decisión de utilizarla en un texto que no era el mío. ¿Se darían cuenta de esta jugarreta los libreros? ¿Estaban conscientes que se trataba de un embauque? ¿Qué razones pesaron para adquirir un libro donde texto y portada no se corresponden? ¿Quién era la persona que se había quedado con esta portada? ¿Su dibujante? ¿Se le extravió o se la sustrajeron? ¿Cómo llegó a manos del vendedor el libro que mi padre dedicó al bibliotecario Arce? ¿No sería una ocurrencia de las vendedoras o vendedores del Huembes haber utilizado mi portada en un texto donde aparece una dedicatoria con el nombre de mi padre? ¿Nunca se enteró que mi apellido está mal escrito? Con solo el hecho que haya regresado a mis manos me siento satisfecho, plenamente reconfortado.

La portada definitiva de La Pasión del habla la debo al publicista Jacinto Ríos. Discutía con Bosco Parrales su publicación, cuando Jacinto terció y me dijo que me olvidara, que él se encargaría de hacerla. A principios de diciembre me llamó para preguntarme si me gustaba, desde luego, respondí. Me desatendí de la primera propuesta, hasta que el profesor Vallejos vino a recordarme su existencia, entregándome el bosquejo. ¿El librero o la librera no quisieron ver o están acostumbrado a vender libros sin importarle que sus portadas no hayan sido impresas? Con el precio que pago y el regateo inclemente de los lectores, para qué voy a mostrarme tan exigente, pensarían para sus adentros. Aunque debo reconocer una vez más los grandes aportes que realizan a la cultura y educación nacional los libreros o libreras del Huembes. Sin su existencia centenares de personas se privarían del placer de la lectura.

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