lunes, 4 de junio de 2012

¡El Mayales desbordado!



                                                                Río Mayales, 1961


“Tengo un río que va caminando con el tiempo,
hemos crecido juntos, su edad pertenece a mis
días de gloria y noches de hastío.”
Jorge Eliecer Rothschuh


Jamás imaginé que entre los bajos de Comabanca y Paiguas, podría surgir un barrio. ¿Cómo imaginarlo en una hondonada anegada por el Mayales, convertida en varias ocasiones en un gigantesco playón? En 1968 se realizó un estudio sobre el crecimiento urbano de Juigalpa. Las conclusiones eran catastróficas. La ciudad estaba entrampada y no tenía lugar hacia donde expandirse. En dirección oeste, las lomas constituían un valladar. Las casas de los Zúñiga, ubicadas tres cuadras al oeste de la gasolinera Esso, eran las últimas construcciones. Símbolo de atraso todavía sigue en pie la casa de la finca que fue de Papa Lovo. El problema era mayor hacia el este. La ciudad estaba cortada a tajos por los acantilados frente Amerrisque. Igual drama se presentaba hacia el norte y sur. Las casas de doña Goya Zelaya, Goya Alvares y las Castilla fijaban el límite norte y la gasolinera Texaco de Uben Gadea establecía su frontera sur.

Las dimensiones de Juigalpa al despegar el segundo decenio del siglo veintiuno eran impensables. El empuje urbano desbordó la ciudad por sus cuatro costados. Concibo el surgimiento del barrio San Antonio después de La Tonga y los numerosos barrios surgidos hacia el oeste y noroeste, pero no la creación de Paiguas. ¿Será que están convencidos que el Mayales jamás volverá a salirse de madre como ocurrió a finales de los años cincuenta del siglo pasado? ¿Su confianza no será exagerada? En 1959 en nuestra aula de clases de cuarto grado estrenábamos el Centro Escolar Pablo Hurtado, subidos en nuestros pupitres en el tercer piso, la profesora María Luisa Zeledón nos permitió esa mañana divisar el río en todo su esplendor. En vez de continuar su curso y doblar en la poza de Comabanca, el Mayales siguió recto. Atravesó de punta a punta el lugar donde ahora se levanta el barrio Paiguas.

Jamás habíamos visto algo tan maravilloso; impetuoso, arrastraba árboles, cerdos, gallinas y tumbaba milpas. Una visión que nuestras pupilas retuvieron para siempre. Un año antes, después de las fiestas agostinas, había acompañado a William Castrillo Ugarte a dejar a la finca de Chiguan Solís, el caballo que este le había dado prestado. Las aguas rebasaban sus límites a la altura del paso de Panmuca. Sentí miedo cruzarlo. William, intrépido, me dijo que me pegara a sus espaldas y que nada nos iba a pasar. El caballo nadaba manoteando sus patas delanteras, íbamos suspendidos, apenas rozábamos su lomo. Las aguas ladeaban nuestros cuerpos, hasta dejarlos casi cruzados. Al regreso, sin ropas, animado por William desafié por primera vez sus aguas. Con los años sería de nuestras aventuras favoritas. Todos los jóvenes de nuestra generación lo hicimos.
Esa mañana de junio durante el recreo subimos el muro construido en la parte norte, para aprovechar los niveles del terreno. El río continuaba dando tumbos hasta empalmar con el paso de Paiguas. La gente aglomerada en la Terraza Palo Solo disfrutaba el espectáculo. El timbre sonó, embelesados ante el paisaje ninguno de nosotros se movió. La enorme crecida seguía el curso marcado por los fuertes aguaceros. Toda la noche anterior había llovido. Los campesinos no pudieron bajar a Juigalpa. En Panmuca no había puente. Entre extasiados y compungidos acamparon frente a la casa ubicada en el sector norte de la finca Santa Matilde. Igual ocurrió en Paiguas. Nadie desafió su bravura. La incomunicación entre uno y otro lado del Mayales duró dos días. ¡Ni quiera mi diosito lindo! ¡Hay del que se enfermara! ¡Las tres divinas personas nos valgan!

En esa noche de espanto los campesinos escucharon tronar sus aguas. Algunos alcanzaron a poner en resguardo sus gallinas, cerdos y ganados. La venta de leche en algunos lugares quedó pospuesta. Esperaron que las aguas bajaran de nivel. Era un secreto a voces que ciertos ganaderos aguaban la leche para incrementar sus ganancias. A mis seis años, un día dije a doña Panchita Rizo, cuando me despachaba dos helados de cocoa, que por favor me les echara agüita, fue como espantar un avispero: ¡Yo vendo helados de leche con cocoa no con agua! En esa época costaban diez centavos. Ahora que el córdoba no vale nada entiendo a mis abuelas, con un real podían comprar un atado de dulce. Cuando digo a mis alumnos que en 1969 celebraba mi cobro de caja chica en La Prensa, comiéndome en El Eskimo un Banana Split por el valor de tres córdobas, no me creen. Hoy día valen cuarenta y ocho.       

¿Cuántas veces al salir de clases nos fuimos al río por la tarde, mientras estudiábamos en el Centro Escolar Pablo Hurtado? La primera vez que mis compañeros decidieron retar Comabanca, ni siquiera me atreví asomarme a sus aguas. Sandro Andrés Enríquez y Juan Pablo Alonso, competían divertidos cruzando una y otra vez de orilla a orilla, una poza habitada por lagartos. Crecí divisando la empalizada de Comabanca desde la Terraza Palo Solo. Pasaron años antes de convertirla en nuestra poza predilecta. Primero lo hicimos en la poza de Paiguas, a la que me llevó Nelson Gil. Creyéndonos hombrecitos, desafiamos sus fuertes correntones. Esperábamos que llenara, nos ubicábamos río arriba, para luego cruzarlo sumergiéndonos en la parte inferior que rozaba la tierra. Una locurita vista en la distancia.

Con la deforestación Mayales ha sido herido de muerte. Nada queda de la majestuosidad de sus aguas. Las pozas donde nos zambullíamos están secas. No podríamos hacernos un clavado o tirar un zapotazo. Desde el puente construido sobre el paso de Panmuca, solo se divisan lajas. En el paso de Paiguas igual. La poza de Comabanca perdió su encanto. ¿No se saldrá de madre el Mayales nunca más? Al menos eso piensan las familias que decidieron construir sus casas en un bajío que jamás se nos ocurrió podía albergar un barrio. ¿Con el cambio climático no podría ocurrir una llena similar a la que vimos en 1959? ¿Sus habitantes no temen que una noche el Mayales se vengue y tengan que ser ellos los que paguen los desafueros cometidos en su contra? Los habitantes del barrio Paiguas dan por hecho que el Mayales no volverá a ser lo que un día fue.          

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