¿Podemos pensar que los grandes temas que un día fagocitaron
el interés de los grandes novelistas desaparezcan para siempre? Algunos
pregoneros han dado de alta a las obras de ficción ligadas con los dictadores
latinoamericanos. Nuevos desafíos y urgencias convocan a los escritores de esta
región del mundo, proclaman con cierta razón a grandes voces. El narcotráfico,
crimen organizado, trata de personas y migraciones, forman parte de la lista de
temas que deberían priorizar, según prescriben críticos y creadores. Una misma noche (Premio Alfaguara de
Novela 2012), ejemplifica que los escritores latinoamericanos todavía no pueden
librarse del oprobio y desmanes causados por los dictadores. El argentino Leopoldo
Brizuela vuelve sobre el tema para mostrar las secuelas sicológicas, heridas profundas
y difíciles de restañar en la vida de millones de latinoamericanos.
En pleno siglo veintiuno no puede sustraerse de los
horrores de la dictadura argentina instalada entre 1976 y 1983. Un zarpazo
encabezado por el General Jorge Rafael Videla, el Brigadier Orlando Ramón
Agosti y el Almirante Emilio Eduardo Massera, jefe de la Escuela Superior de
Mecánica de la Armada (ESMA). Cuando pensaba que todo era pasado, el pasado que
atormentaba la vida del escritor Leonardo Bazán, regresa a casa en horas de la
madruga del domingo 30 de marzo de 2010, para convertirse en testigo incómodo
de una requisa de la Policía Científica
en su vecindario. Este hecho crispa sus nervios, atormenta de nuevo su
espíritu, revive sucesos ocurridos en esa mismo lugar treinta y cuatro años
antes en plena dictadura militar. Solo podrá restablecer su equilibrio emocional
si vomita lo acontecido en ambas noches.
Las pesadillas de Bazán tienen su origen en la
complicidad y colaboración de su padre con las fuerzas tenebrosas en la llamada
guerra sucia contra la subversión. Antonio Bazán, egresado de la ESMA, se une a
los sicarios en la captura nocturna, víctima también de los miedos que abruman
a la sociedad argentina. Nadie está libre de sospechas, ni siquiera los
antiguos miembros del estamento militar. Las razias están a la orden del día.
Brizuela filtra los sedimentos nazistas encharcados en las fuerzas armadas
argentinas. El pasado nunca se va, cuando menos lo espera regresa, vuelve a
perturbar lo que ya creía olvidado. Bazán no logra asimilar que la víctima haya
sido la familia Kuperman. ¿Cómo conseguirlo si gracias a esas personas
descubrió sus dotes artísticas? La práctica de la delación se extiende sobre
todo el intersticio social, traducida en una forma de sobrevivencia.
Siempre que estoy frente a un texto con las
implicaciones políticas y el desquiciamiento que provocan la persecución, la
soplonería, el espionaje, los teléfonos intervenidos, la doble moral, la
insinceridad, las desapariciones nocturnas, las acusaciones infundadas, me
pregunto en qué claves lo leerán quiénes han sido miembros de los aparatos represivos.
¿Justificarán estas atrocidades como una forma de aquietar sus conciencias?
¿Considerarán legítimo acorralar a sus víctimas? ¿Sufrirán trastornos
sicológicos de los que ya nunca se repondrán? Los padecimientos que marcan el
destino del escritor Leonardo Bazán solo podrá superarlos si rompe el silencio.
El desasosiego y el miedo originados por la intervención artera de su padre lo
persiguen. Algo tendrá que hacer para evitar las torturas que no lo dejan vivir
en paz.
Cuenta con una ventaja a su favor, puede investigar
los hechos y armar el rompecabezas que lo conducirá a superar la vergüenza que
le acosa. En la medida que va dando forma a su novela, Leonardo Bazán marcha
camino a su redención. No deja de inquietarme que personaje y novelista
comiencen nombre y apellido con las mismas letras. Malicioso constato que ambos
han estudiado letras e imparten talleres literarios. ¿Será que me deslizo por
la pendiente equivocada? Estoy convencido y creo no equivocarme que Leopoldo
Brizuela sufre los mismos espantos y horrores que aquejan a toda su generación.
Asume el papel de testigo privilegiado. De no ser así no habría escrito En una misma noche. Se ciñe al
itinerario de millares de familias desparecidas, muertas y torturadas, les presta
su voz y reivindica sus reclamos. Una voz clara y contundente.
Con avances y retrocesos, con sus dudas y certezas,
Bazán está persuadido que solo tiene una opción: contar en detalle, en párrafos
escalofriantes, los golpes inmerecidos, los miedos recurrentes que le asedian,
miedos persistentes agobian todavía con sus días y noches a las madres de la
Plaza de Mayo. El juego dialéctico es perfecto. Bazán dice que si fuese llamado
como testigo diría... Este recurso estilístico le permite formalizar por
escrito su declaración. Testigo de descargo, une lo ocurrido la noche de 1976
con la noche sombría del 30 marzo de 2010. La sensación que trasmite ratifica y
renueva sus temores. Es como si la historia argentina no hubiese podido salirse
del pozo de la infamia. Los métodos de persecución de ayer son los mismos de
ahora. Traza la línea de continuidad de manera nítida, con la obsesión del
eterno perseguido.
Para salir del trance Bazán toca el piano mientras los
milicos guiados por su padre sacan intempestivamente de su casa a la familia
Kuperman. Entonces era apenas un niño, en el presente recurre a la escritura
como catarsis. Salta la herencia sanguínea de ilustres predecesores. En las
honras fúnebres de Julio César, el soldado más diestro de sus legiones, Marco Antonio,
pronuncia un discurso frente a sus restos. Para sortear el momento Shakespeare
expresa lo que supuestamente no quería decir para ensalzar a César. Demuestra
que era superior a sus asesinos. Faulkner enfatiza que si el escritor no saca a
la superficie los demonios que sitian su mente, padecerá de locura, sufrirá por
no haber sido capaz de revelar y rebelarse. Brizuela sabe que si quería
salvarse solo le quedaba "velar por
que ese caos se organizara con una forma nueva, medianamente armónica, en un
relato nuevo".
Las reacciones del pueblo argentino ante la muerte de
Videla (17 de marzo de 2013) actualiza la pertinencia de la novela de Brizuela.
Mientras persistan los efectos y tormentos heredados de las dictaduras
militares, los escritores latinoamericanos seguirán aireando sus fantasmas una
y otra vez, realidades obsecuentes que afligen y angustian sus vidas. La carta
dirigida a la familia Videla por el periodista argentino Jorge Kostinguer, solo
constituye un pié de página, ni siquiera el epílogo de Una misma noche:
"Ahí está el cuerpo. Sin habeas corpus, ahí
tienen el cuerpo. Unos papeles y es suyo, llévense el envase de su pariente.
Cuentan ustedes con un cuerpo. Que les conste que lo reciben sin quemaduras ni
moretones. Podríamos haberlo golpeado al menos, que ya hubiera estado pago.
Pero nosotros preferimos no hacerlo, eso que sí hizo este cuerpo que ustedes
van a enterrar. No lo tiramos desde un avión, no lo animamos a cantar con
descargas de picana. Que cante, por ejemplo, adónde están nuestros cuerpos, los de nuestros
compañeros. No fue violado. No tuvo un hijo costado en el
pecho mientras le daban máquina. No lo
fusilamos para decir que murió en un enfrentamiento. No lo mezclamos con
cemento. No lo enterramos en cualquier parte como NN. No le robamos a sus
nietos. Acá tienen el cuerpo".