lunes, 24 de junio de 2013

¡Expiando culpas!



¿Podemos pensar que los grandes temas que un día fagocitaron el interés de los grandes novelistas desaparezcan para siempre? Algunos pregoneros han dado de alta a las obras de ficción ligadas con los dictadores latinoamericanos. Nuevos desafíos y urgencias convocan a los escritores de esta región del mundo, proclaman con cierta razón a grandes voces. El narcotráfico, crimen organizado, trata de personas y migraciones, forman parte de la lista de temas que deberían priorizar, según prescriben críticos y creadores. Una misma noche (Premio Alfaguara de Novela 2012), ejemplifica que los escritores latinoamericanos todavía no pueden librarse del oprobio y desmanes causados por los dictadores. El argentino Leopoldo Brizuela vuelve sobre el tema para mostrar las secuelas sicológicas, heridas profundas y difíciles de restañar en la vida de millones de latinoamericanos.

En pleno siglo veintiuno no puede sustraerse de los horrores de la dictadura argentina instalada entre 1976 y 1983. Un zarpazo encabezado por el General Jorge Rafael Videla, el Brigadier Orlando Ramón Agosti y el Almirante Emilio Eduardo Massera, jefe de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA). Cuando pensaba que todo era pasado, el pasado que atormentaba la vida del escritor Leonardo Bazán, regresa a casa en horas de la madruga del domingo 30 de marzo de 2010, para convertirse en testigo incómodo de una requisa de la Policía Científica en su vecindario. Este hecho crispa sus nervios, atormenta de nuevo su espíritu, revive sucesos ocurridos en esa mismo lugar treinta y cuatro años antes en plena dictadura militar. Solo podrá restablecer su equilibrio emocional si vomita lo acontecido en ambas noches.

Las pesadillas de Bazán tienen su origen en la complicidad y colaboración de su padre con las fuerzas tenebrosas en la llamada guerra sucia contra la subversión. Antonio Bazán, egresado de la ESMA, se une a los sicarios en la captura nocturna, víctima también de los miedos que abruman a la sociedad argentina. Nadie está libre de sospechas, ni siquiera los antiguos miembros del estamento militar. Las razias están a la orden del día. Brizuela filtra los sedimentos nazistas encharcados en las fuerzas armadas argentinas. El pasado nunca se va, cuando menos lo espera regresa, vuelve a perturbar lo que ya creía olvidado. Bazán no logra asimilar que la víctima haya sido la familia Kuperman. ¿Cómo conseguirlo si gracias a esas personas descubrió sus dotes artísticas? La práctica de la delación se extiende sobre todo el intersticio social, traducida en una forma de sobrevivencia.

Siempre que estoy frente a un texto con las implicaciones políticas y el desquiciamiento que provocan la persecución, la soplonería, el espionaje, los teléfonos intervenidos, la doble moral, la insinceridad, las desapariciones nocturnas, las acusaciones infundadas, me pregunto en qué claves lo leerán quiénes han sido miembros de los aparatos represivos. ¿Justificarán estas atrocidades como una forma de aquietar sus conciencias? ¿Considerarán legítimo acorralar a sus víctimas? ¿Sufrirán trastornos sicológicos de los que ya nunca se repondrán? Los padecimientos que marcan el destino del escritor Leonardo Bazán solo podrá superarlos si rompe el silencio. El desasosiego y el miedo originados por la intervención artera de su padre lo persiguen. Algo tendrá que hacer para evitar las torturas que no lo dejan vivir en paz.

Cuenta con una ventaja a su favor, puede investigar los hechos y armar el rompecabezas que lo conducirá a superar la vergüenza que le acosa. En la medida que va dando forma a su novela, Leonardo Bazán marcha camino a su redención. No deja de inquietarme que personaje y novelista comiencen nombre y apellido con las mismas letras. Malicioso constato que ambos han estudiado letras e imparten talleres literarios. ¿Será que me deslizo por la pendiente equivocada? Estoy convencido y creo no equivocarme que Leopoldo Brizuela sufre los mismos espantos y horrores que aquejan a toda su generación. Asume el papel de testigo privilegiado. De no ser así no habría escrito En una misma noche. Se ciñe al itinerario de millares de familias desparecidas, muertas y torturadas, les presta su voz y reivindica sus reclamos. Una voz clara y contundente.


Con avances y retrocesos, con sus dudas y certezas, Bazán está persuadido que solo tiene una opción: contar en detalle, en párrafos escalofriantes, los golpes inmerecidos, los miedos recurrentes que le asedian, miedos persistentes agobian todavía con sus días y noches a las madres de la Plaza de Mayo. El juego dialéctico es perfecto. Bazán dice que si fuese llamado como testigo diría... Este recurso estilístico le permite formalizar por escrito su declaración. Testigo de descargo, une lo ocurrido la noche de 1976 con la noche sombría del 30 marzo de 2010. La sensación que trasmite ratifica y renueva sus temores. Es como si la historia argentina no hubiese podido salirse del pozo de la infamia. Los métodos de persecución de ayer son los mismos de ahora. Traza la línea de continuidad de manera nítida, con la obsesión del eterno perseguido.

Para salir del trance Bazán toca el piano mientras los milicos guiados por su padre sacan intempestivamente de su casa a la familia Kuperman. Entonces era apenas un niño, en el presente recurre a la escritura como catarsis. Salta la herencia sanguínea de ilustres predecesores. En las honras fúnebres de Julio César, el soldado más diestro de sus legiones, Marco Antonio, pronuncia un discurso frente a sus restos. Para sortear el momento Shakespeare expresa lo que supuestamente no quería decir para ensalzar a César. Demuestra que era superior a sus asesinos. Faulkner enfatiza que si el escritor no saca a la superficie los demonios que sitian su mente, padecerá de locura, sufrirá por no haber sido capaz de revelar y rebelarse. Brizuela sabe que si quería salvarse solo le quedaba "velar por que ese caos se organizara con una forma nueva, medianamente armónica, en un relato nuevo".

Las reacciones del pueblo argentino ante la muerte de Videla (17 de marzo de 2013) actualiza la pertinencia de la novela de Brizuela. Mientras persistan los efectos y tormentos heredados de las dictaduras militares, los escritores latinoamericanos seguirán aireando sus fantasmas una y otra vez, realidades obsecuentes que afligen y angustian sus vidas. La carta dirigida a la familia Videla por el periodista argentino Jorge Kostinguer, solo constituye un pié de página, ni siquiera el epílogo de Una misma noche:


"Ahí está el cuerpo. Sin habeas corpus, ahí tienen el cuerpo. Unos papeles y es suyo, llévense el envase de su pariente. Cuentan ustedes con un cuerpo. Que les conste que lo reciben sin quemaduras ni moretones. Podríamos haberlo golpeado al menos, que ya hubiera estado pago. Pero nosotros preferimos no hacerlo, eso que sí hizo este cuerpo que ustedes van a enterrar. No lo tiramos desde un avión, no lo animamos a cantar con descargas de picana. Que cante, por ejemplo, adónde están nuestros cuerpos, los de nuestros compañeros. No fue violado. No tuvo un hijo costado en el pecho mientras le daban máquina. No lo fusilamos para decir que murió en un enfrentamiento. No lo mezclamos con cemento. No lo enterramos en cualquier parte como NN. No le robamos a sus nietos. Acá tienen el cuerpo".

jueves, 20 de junio de 2013

Una chontaleña excepcional


A Nelly feminista

¿Cuáles serán las celebraciones que harán las mujeres nicaragüenses para conmemorar los noventaicinco años de fundación de la Revista Femenina Ilustrada? En distintos momentos sus pares han destacado que Josefa Toledo de Aguerri (1866-1962), creadora e impulsora de esta feliz iniciativa, fue pionera en la propagación de ideas feministas en el páramo por el que transcurría la vida del país en la segunda década del Siglo XX. De manera unánime han reconocido su condición de forjadora de la pedagogía moderna en Nicaragua y de haberse distinguido como la primera mujer Directora General de Instrucción Pública (1924), cargo en el que estuvo apenas unos meses por haber sido consecuente con su manera de entender la vida: "muy independiente y cuestionadora". Sin estos atributos hubiese sido imposible que emprendiera, terca y beligerante, los diversos proyectos que la convirtieron en una mujer pionera. Su sensibilidad y amplitud por poner en perspectiva los derechos que asisten a las mujeres, dejaron huellas imborrables en el movimiento feminista nicaragüense. Siempre vio hacia adelante sin importar los tropiezos.

Doña Chepita creó la Revista Femenina Ilustrada (1918-1921), estando en el poder su coterráneo, el Conservador Emiliano Chamorro Vargas, a la postre fundador en Chinandega de la primera Escuela de Agricultura en Nicaragua. Emiliano siempre la hostigó. Al hacer un balance somero de los logros alcanzados por la revista durante sus dos primeros años de existencia (No 25, octubre-1920), el rivense M. A. Ortega destaca que ya se podían "vislumbrar las primeras fulguraciones del pensamiento femenil, romper las viejas creencias animando a la mujer por la vía de su propia cultura, y verla avanzar entusiasta a la conquista del puesto que por derecho le corresponde en el concierto de la sociedad humana". La revista empieza a fructificar, su pensamiento germina. Estaba convencida que hacía falta una tribuna para desandar el camino, imponiéndose la tarea de forjar la arquitectura, elaborar los planos y convertirse en artífice de la Revista femenina ilustrada. El parto de la chontaleña fue una especie de fait-lux, un hágase la luz y la luz empezó a iluminar el camino por donde debían transitar las mujeres nicaragüenses.

La revista vino a ser el primer esfuerzo audaz realizado por una mujer, creando un medio de comunicación que asumiera la defensa del feminismo en Nicaragua. Los temas centrales convocan a su emancipación económica y a la reivindicación del verdadero lugar que les corresponde ocupar en la sociedad nicaragüense. A través de varios números plantea como eje discursivo la independencia económica de la mujer y la importancia del estudio como condición imprescindible para alcanzar sus propias metas. Insistirá en remarcar sus derechos y la necesidad apremiante de participar de manera beligerante "en los trabajos, atribuciones, puestos públicos y privados a que es llamado el hombre". Su reclamo permanente, su visión diáfana y su práctica constante, hicieron de la Revista femenina ilustrada el canal natural para concientizar a las mujeres. Doña Chepita misma se convirtió en un modelo a seguir. Solo basta indagar su vida para comprobar que se ciñó a su propio itinerario. Siempre tuvo propósitos claros.

¿Cómo resonarían en octubre de 1920, en el seno de la sociedad patriarcal nicaragüense, las observaciones punzantes de la hondureña Lucila Gamero de Medina, miembro del Comité
Auxiliar de Mujeres de Estados Unidos, que aparecen en su No 25? Interpela e invita a la reflexión a las mujeres. "En su estado célibe, ¿quién le asegura que va a casarse convenientemente o que siempre tendrá quien satisfaga sus necesidades pecuniarias? Y si se casa, ¿está cierta que su marido podrá atender, toda la vida, sus obligaciones domésticas? ¿Y las enfermedades? ¿Y los malos negocios? ¿Y los vicios? ¿Y la muerte? Cuando esto ocurre, la infeliz mujer -sujeto pasivo- se ve en la situación más angustiosa, y su familia reducida a la miseria, presentando cuadros tristísimos, que torturan el alma al verlos". Una realidad persistente invita a trazar su propio proyecto de vida y a estudiar para labrarse su propia autonomía, ante el cuadro adverso que tienen que enfrentar, en una sociedad que no logra deshacerse del lastre androcéntrico, excluyente y discriminatorio.  A delinear con esmero el curso de sus vidas.

Estaba convencida que el estudio debía formar parte del credo integral de las mujeres. Doña Chepita encontró en sus alumnas sus mejores aliadas y en cada una de sus conquistas demostró que esta era la ruta indicada. El magisterio y la Revista femenina ilustrada son dos caras de un mismo empeño, un solo esfuerzo en dos trincheras aparentemente distintas. Como afirman las mujeres de Puntos de encuentro, al distinguirla como la primera feminista nicaragüense, "el colegio dirigido por ella era el único donde las mujeres podían obtener su bachillerato, para luego ingresar a la universidad, Elba Ochomogo, primera nicaragüense que concluyó sus estudios universitarios, graduándose como farmaceuta, fue alumna de doña Chepita". Tuvo la dicha también de preparar  "a Concepción Palacios Herrera, la primera nica que llegó a ser Doctora en Medicina". Dos ejemplos para no confundir el camino. El estudio siempre ha sido factor de crecimiento intelectual y toma de conciencia. El estudio siempre el estudio.

La revista nacida de su inspiración fue ventana abierta, espacio amplio y convincente, bajo cuyos pliegues se respiraban aires renovadores. Alta cumbrera para que las mujeres nicaragüenses divisaran las banderas desplegadas por el mundo por quienes se esmeraban en conseguir la plena igualdad entre los seres humanos. Multiplicó su mirada y vertió lo que pensaban y hacían las mujeres chilenas, rusas, japonesas, cubanas, estadounidenses, españolas. Tenía la intención que sus demandas y reclamos fueran un eco multiplicado y comprendieran que ninguna estaba sola en esta empresa liberadora. En las bitácoras de sus viajes anotaba todo lo que veía y podía ser útil para el país. Son un espejo resplandeciente. Era un ver para vernos. Lo acontecido a lo largo del planeta no podía serle ajeno. Las mujeres compartían un mismo destino y había que hermanar sus luchas. Doña Chepita, miraba y registraba todo lo sucedido, con el ánimo que conocieran y replicaran sus metas.      

Para convencerlas de la necesidad de conquistar el voto y evitar encontronazos políticos, publicó el Programa del Partido Nacional Sufragista (Revista femenina ilustrada, No. 32. Mayo 1921 p. 17), con el antetítulo Mujer Moderna Cubana. Era su manera de filtrar los acontecimientos más importantes realizados por las mujeres a lo largo del planeta y eludir los manotazos de los políticos. Lo hacía no sólo con el ánimo que se enteraran de lo ocurrido, pretendía que instalaran en su imaginario las bondades que se derivarían para todas si conseguían alcanzar el voto femenino. Cuánto orgullo sentiría al saber que la maestra normalista, Juana Molina, graduada en sus aulas, había logrado por unanimidad, ser proclamada representante de la colonia latina en el Cosmopolitan Club de la afamada Universidad de Columbia. El antetítulo al trabajo que le remitió desde Nueva York, resulta elocuente: Frutos de nuestro huerto. ¡No era para menos mostrar los primeros resultados de la cosecha!

Los temas educativos tuvieron igualmente prioridad en la Revista femenina ilustrada. Admiradora de su coterráneo Pablo Hurtado, otra luminaria chontaleña, publicó en dos entregas las críticas enviadas por este al presidente Diego Manuel Chamorro, refutando el informe presentado por el especialista estadounidense George F. Shoens. Uno de los argumentos esgrimidos por Hurtado, objetando al experto, conserva su actualidad para el  magisterio nacional. Estaba convencido que no es el número de asignaturas lo que volvía difícil la ejecución del plan de estudios vigente en 1915, como afirmaba el estadounidense. Más bien lo atribuye a "que el personal docente no ha tenido una preparación adecuada". Para demostrar el equívoco de Shoens, ratifica que "la escuela no cambiado de fin, lo que ha cambiado son los métodos que se siguen para alcanzar el fin que se propone la escuela". Doña Chepita mostraba su beneplácito con las tesis sustentadas por Hurtado.


La revista tenía un perfil claro y una definición precisa de sus objetivos. A noventaicinco años de haber irrumpido en una sociedad donde la mujer carecía de voz y rostro, el más grande merecimiento de la directora-fundadora de la Revista femenina ilustrada, fue haber comprendido la dimensión del desafío que tenían por delante las mujeres. Con mano firme trazó la geografía y acogió la historia como elementos vertebrales de su discurso feminista. No deja de sorprender que la migración sea un mal crónico de la sociedad nicaragüense. Cuando se embarcaba en Corinto, doña Chepita se impresionó, tanto que caracterizó muy bien el fenómeno de la importación y exportación de bienes y personas. Al país ingresaban en ese momento pacas de cabuya beneficiada en El Salvador, mientras jóvenes nicaragüenses salían al exterior en busca de trabajo. El eterno drama. Dolida exclama: "Es severa tarea sustraerse ... del medio en que se nace , ciertamente, pues el gobierno está en el deber de dar a la generación presente, una potente fuerza activa que constituya su poder en las luchas diarias de la vida". El hecho lo dejó registrado el 15 de septiembre de 1920. ¡En las mismas estamos!

*Fotografías tomadas de Internet

miércoles, 5 de junio de 2013

Una amistad perdurable




A mí no me causó ninguna gracia la aparición del Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996), escrito a seis manos por Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Evangélicos confesos de la derecha tenían como único propósito poner en ridículo y burlarse de quienes todavía mantenían posiciones de izquierda. Los tres mosqueteros creyeron que había llegado el momento de saldar cuentas con esos especímenes horripilantes, atraídos todavía por ciertos principios venidos a menos, ante el deslumbramiento provocado en ciertos espíritus, por el vertiginoso ascenso del neoliberalismo y el triunfo irremediable del mercado. Revestidos de una pureza beatífica, erigidos en paladines justicieros, alzaron sus espadas para liberarnos de incomprensiones y lecturas sesgadas del acontecer en el subcontinente americano. Creyeron que los tiempos eran propicios para convertirse en jueces severos de antiguas y falsas creencias político-ideológicas.

Los imperialismos deberían mostrarse agradecidos, quedan exculpados de toda responsabilidad por los desmanes cometidos en América Latina y el Caribe. Nadie excepto nosotros mismos -Mendoza, Montaner y Vargas Llosa quedan fuera de toda sospecha- somos culpables del atraso, el subdesarrollo y la pobreza prevalecientes. Los idiotas son los que siguen creyendo, repitiendo y atribuyendo a las grandes potencias, especialmente Estados Unidos, las dificultades del presente. La herencia colonial un espejismo, una falsa quimera, una invención antojadiza. Teníamos que mostrarnos agradecidos frente a ellos por desprendernos las legañas de los ojos. La única y auténtica lectura de lo acontecido nos era revelada. Atribuir cuotas mayores o menores a otros países era permanecer en un estado de idiotez. La metodología aplicada por Juan Bosch en su clásico De Cristóbal Colón a Fidel Castro, quedó intacta. Sigue siendo válida para saber porqué en el Caribe se hablan las lenguas de los colonizadores.

A Mendoza y Montaner, dos de los tres proponentes del nuevo testamento latinoamericano, los había leído, Vargas Llosa me resultaba un perfecto desconocido. Plinio Apuleyo Mendoza alcanzó notoriedad con El olor a la guayaba (1982), conversación literaria con Gabriel García Márquez, libro necesario para introducirte en el conocimiento del portento. Se conocieron en un café de Bogotá cuando el costeño cursaba primero de derecho. La impresión recibida -un caso perdido según Luis Villar Borda su compañero de pupitre- quedó dibujada en Gabo Cartas y recuerdos (Editora Géminis, 2013). No sintonizo con sus anatemas políticos ni sus desencantos ideológicos, pero si con la amistad forjada a través del tiempo, inmune a desavenencias políticas, nacida en los años duros del París de los cincuenta, ajena a las veleidades de la gloria, (La gloria es una mierda, exclamó Verlaine a Darío) sólida, tierna, sentimental, fuera de todo cálculo económico. El libro es un canto a la amistad.

Las revelaciones literarias resultan valiosas para los estudiosos de la obra imperecedera del hijo dilecto de Aracataca. Las cartas sirven para reconstruir su itinerario creativo, permiten conocer que El otoño del patriarca (1975) lo acosó mucho antes (1963) que Cien Años de Soledad (1967) se convirtiera en la gran novela mundial. Eso dice mucho a los expertos, a mí me conmueve la incertidumbre, el hambre que lo consume y el frío glacial atemperado en las parrillas del metro parisino. Esa misma hambre aflora como un cuchillo en la biografía Una vida (2009) de Gerald Martín, incluso tal vez de forma exagerada. En la navidad de 1955, cargada de bruma, en la casa número 17 de la Rue Guénégaud, quedó sellada su amistad. Plinio la cuenta en párrafos enternecedores. La poesía asoma en buena parte de esta historia. Podemos disentir de sus posiciones políticas, nunca sustraernos al peso de una amistad franca, abierta, sin dobleces.

Sin pretenderlo y más allá de su condición de paisano, Plinio se convirtió en ángel protector de Gabo. Venía de Ginebra como reportero de El Espectador y se había quedado varado en Francia. El sueldo jamás llegó. La noche del 24 de diciembre después de cena, bajo una nieve que cubría todo de blanco, García Márquez, corrió como un niño, gozoso que las hilachas besaran su cara. Por vez primera disfrutaba la nieve. Saltaba estremecido. Lleno de una alegría contagiosa, olvidó los sinsabores del momento. Esa noche en el bulevar Saint-Michel sus vidas quedaron entrelazadas para siempre. Vieron nacer y morir sueños y esperanzas. Empezaron a desandar juntos el camino. Un largo peregrinar que empezó por los países del Este de Europa y alcanzó hasta la Unión Soviética, llegaron como miembros de un grupo de danzas folclóricas. El subterfugio utilizado valió la pena.

Vivieron juntos la caída de Pérez Jiménez en Venezuela, Gabo llegaría a Caracas desde París, en la navidad de 1957. Plinio le consiguió un puesto en el equipo periodístico del loco Ramírez Mac Gregor. Luego pasarían a engrosar las filas del emporio del magnate de la prensa venezolana, Miguel Ángel Capriles. Mercedes, el cocodrilo sagrado, empieza su vida al lado de Gabo. El triunfo de la revolución cubana los conducirá a integrarse al buró de Prensa Latina en Bogotá. Plinio como jefe y Gabo como redactor. El affaire Padilla, no solo escindirá sus caminos, estallará al boom en mil pedazos. Plinio firmó por Gabo la carta enviada a Fidel desde Francia. Una corriente de amistad los mantiene unidos. Dirimen sus diferencias sin aspavientos. Cada quien arrea sus propias velas, respetan sus opciones políticas sin menguar o debilitar el cariño que ambos se profesan.

Cuando la fama lo ha encumbrado a los altares, el costeño sabe que entre tumulto que hoy se aglomera a celebrarle, muchos lo veían de reojo. Capítulo bien logrado, Plinio filtra los poses huraños y las respuestas sardónicas ofrecidas a los nuevos contertulios. Gabo sabe tomar distancia incluso de los críticos. Cien años de soledad no figuraba en la lista final de libros para ser premiados por los críticos italianos en el tormentoso 1968 europeo. París había sido sacudida en mayo por la revuelta estudiantil. Sartre y Mitterrand la celebran. El cambio en Italia se produjo cuando consultaron a los lectores, quienes impusieron el libro y ganó el premio por unanimidad. Se suponía, dice a Plinio en carta fechada el 28 de octubre de 1968, que yo iba a recibirlo, pero me negué, y a mi agente le costó una pelota conseguir que lo mandaran por correo. Al final todo quedó muy bien, aclara en la misiva. Tendrían que acostumbrarse a estos desplantes.

La llegada del Premio Nobel afianzó el aprecio que se guardaban. A Gabo no lo marean las alturas ni lo seduce el dinero. Está vacunado contra el halago. Iluminado por su propia celebridad, el viejo amigo sigue siendo el mismo. Descree de amistades surgidas a partir de su prestigio como escritor laureado. Siguen encontrándose, beben café o almuerzan como lo hicieron en los días de miseria compartida. Gabo invita a Plinio Apuleyo a viajar por Europa en otras condiciones. En algunas de sus cartas da cuenta de sus proyectos literarios, como lo hacía con todos sus amigos. Al enterarse que Plinio estaba escribiendo Gabo Cartas y recuerdos, para que no quedase ningún secreto entre sus vidas, para disipar suposiciones, declara al amigo que nada de lo ocurrido lo tenía previsto.  

-    Todos los días de mi vida me he levantado cagado de susto.
Antes por lo que podía ocurrirme. Ahora por lo que me ha ocurrido”.

Una amistad como esta merece contarse. Los amigos deben quererse y respetarse. La amistad no tiene precio. ¡Lo demás es demagogia!
  

Al ritmo de Pérez-Reverte




Desde que me repantigué en la cama y deslice mis ojos sobre sus páginas, sentí que me deslizaba sobre una mar voluptuosa. En la medida que me adentraba en el vasto universo de su ancha geografía sentí vértigo. El encantamiento y la seducción eran evidentes. Agarré el libro por los cuernos y no quería soltarlo. Tenía tiempo de no sentirme atrapado por un embaucador de serpientes. Cortes, ritmos, sinfonía, baile y canto, dominaban la escena. La prosa fluye, un manantial lleno de sorpresas. El dominio de la técnica corre pareja con distintas historias contadas con habilidad contagiante. Viento huracanado. Un thriller monumental. Iba y venía de una historia a otra. Cuenta con el ingenio suficiente para suspender el relato justamente donde alcanza el clímax. Sostenía cuchillo y tenedor entre mis dedos frente a un plato suculento. ¿Dejaría de trinchar lo que me ofertaba el chef traicionando mi creciente apetito? Al menos yo no estaba dispuesto.

La manera de contar y la forma cadenciosa, llena de guiños, con sus altos y bajos, armoniza con el tango bailado con desenfado malevo en el trasatlántico Cap Polonio de la Hamburg-Sudamerikanische, una noche de noviembre de 1928. Max Costa, el bailarín mundano, venido a menos, víctima de sus propias fullerías, tallado finamente con esmero de escultor, poco a poco va convirtiéndose ante mis ojos en un personaje agradable, un truhan y cazador furtivo, chulo y malandrín de alta estirpe. Salió del arrabal al que jamás quiso volver, dándose la gran vida en Francia, España e Italia. Esa noche muestra sus dotes, su personalidad arrolladora y su belleza latina. Todo movimiento o palabra pronunciada nacen del cálculo. Puestos sus ojos sobre la presa -la bella Meche- asume el comportamiento de un dandy. Mide distancias con escrúpulo de halcón en celo. Su refinamiento y modales resultan cautivantes. No es la novela para contar heroicidades, muertes y disturbios.

Contratado para distraer a las mujeres que viajan en el barco, Max cumple cabalmente su cometido. El argentino aprendió a bailar tangos en París no en su tierra natal. Una historia paralela serpentea, su encuentro en Sorrento, veintinueve años después y un poco antes en Niza, con la mujer de Armando de Troeye, compositor español. La dama sucumbe a sus encantos. Con serenidad habitual Pérez Reverte da forma a la enorme partitura -El tango de la guardia vieja (2012)- rindiéndole homenaje. Al tango original y auténtico, nacido de una mixtura. Una mirada retrospectiva fascinante. Sitúa sus personajes en La Ferroviaria, el boliche ubicado en Barracas, el arrabal donde nació Max Costa. El antro olía a humo de cigarro, porrón de ginebra, pomada para el pelo y carne humana. Un cafiolo con aires de compadrón hace mates, saca a bailar a Meche. Max aclara que un compadrito es un plebeyo de arrabal con aires de valentón pendenciero. El nunca fue ni lo uno ni lo otro. Tenía los amaneramientos de un seductor experimentado.

El malabarista pretende que sepamos que existe un mundo de distancia entre el tango bailado en París y el tango bailado en La Ferroviaria. Las puntas de los pechos de la mujer rozan las carnes de su pareja, sus piernas y caderas giran alrededor de su cintura; los pasos más atrevidos, música y manos despiertas, provocan escenas mordaces. Lejos de los salones y etiqueta, el tango se traduce en sumisión de la hembra, una entrega absoluta y cómplice. En lenguaje sensual describe esos mataderos, lo bailan más rápido y cortado de manera "deliciosamente puerca". Cada escritor habla a través de sus personajes. Pérez-Reverte dice a través de Armando de Troeye que "casi excita mirarlos". El compositor descubre un mundo nuevo, alimenta su imaginación. El tango de salón alisó todas esas posturas gallardas, provocativas, volviéndole más respetable para ser finalmente amansado. Limaron sus mil requiebres fragorosos. Estamos claros, el tango de la guardia vieja, no usaba fuelle ni piano, sino flauta y guitarra. Seríamos ilusos si creyésemos que la domesticación comenzó con el Último tango en París (1972), crecida corriente de erotismo, Marlon Brandon y María Schneider sobornándonos con sus licencias escabrosas.

Con técnica heredada de los mejores narradores del mundo, el relato discurre de manera ascendente. Abre una puerta y cuando creíamos que ya habíamos recorrido todo el edificio, la puerta trasera comunica con otra casa, un nuevo relato despega donde parecía que la historia concluía. Son los mismos actores del drama -Max por supuesto- quien ha sobrevivido a otra de sus trampas. El bailarín mundano cae prisionero de sus propias andanzas. Evita convertirse en aliado de las fuerzas políticas en pugna. Los fascistas lo utilizan como peón, en una novela que el juego de ajedrez viene a ser la otra cara de la luna. Me inclino en evidenciar mis preferencias por el tango, pero no menos sorprendentes son las peripecias, las últimas audacias que ejecuta en su vida, con las que ratifica su amor por Meche. Mientras urdía su golpe final, sucumbe frente a la única mujer que amó. Se entera que Ricardo Keller Insunza, avezado jugador de ajedrez chileno, era su hijo. ¡Jaque al rey! 

Aun en los detalles y descripciones más prolijas, Pérez-Reverte se muestra impetuoso, apura el ritmo de su canto. La cadencia entre baile y relato son perfectas. Armonía plena. ¿No sería la convicción de que el tango a la vieja usanza entró en barreno, que lo llevó a exclamar acongojado, "la moda se aleja cada vez más de todo esto. Dentro de poco solo se bailará ese otro tango domesticado, inexpresivo y narcótico: el de los salones y el cinematógrafo"? El novelista se adelanta. Deja testimonio del castramiento severo a que viene siendo sometido. Eleva su himno, fluye el ritmo y acelera el compás, para que podamos asomarnos complacidos a la fidelidad con que lo retrata y solazarnos en la pieza que ejecutan y bailan al modo antiguo, en ese mundo encañallecido, donde llevó Max Costa, al matrimonio Insunza y de Troeye. Lo hace antes que el tiempo y las circunstancias lo aniquilen para siempre. Tiene en miras salvarlo del horror de la castración.

La otra cara la constituye un mundo de espías, robos, encuentros y desencuentros amorosos entre Max Costa y Meche Insunza. Las truculencias narrativas y los quiebres repentinos me mantienen en vilo. Espero nuevas sorpresas, otros giros. Avanzo y no hay forma que la intensidad del relato disminuya. El tango de la guardia vieja ratifica la facilidad con que Pérez-Reverte urde historias y se desplaza por diferentes países. Con igual soltura ubica su relato en Buenos Aires, Niza y Sorrento. Las descripciones de estos lugares me recuerdan a Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier, complacidos nos hacen sentir el olor de las calles, la temperatura de su ambiente, la gracia de sus bulines y la majestuosidad de sus catedrales. En la era de la globalización, Pérez-Reverte se sale de su ambiente para ofrecernos la atmósfera, pasiones, triunfos, sinsabores y la densidad de las ciudades donde crea nuevos mundos. ¡Nos hace bailar al ritmo que imprime a su novela!