viernes, 29 de marzo de 2013

Carlos y Federico en su balcón





Coherente con su planteamiento que los escritores jamás se jubilan, ¿deberían hacerlo?, la muerte repentina de Carlos Fuentes, sirvió para ratificar su fidelidad a los postulados de su arte narrativo. El anuncio de su fallecimiento fue proseguido de inmediato por la revelación que dejaba un par de libros escritos, uno de los cuales Federico en su balcón (Alfaguara, junio 2012), empezó a circular apenas un mes después de su ingreso definitivo al panteón de los ilustres. Su estela literaria brilla muy alto en el horizonte de la literatura universal, artífice connotado del boom latinoamericano, se pasó toda la vida escribiendo, en un ejercicio experimental y creativo que inició con La región más transparente (1958), profesión de fe por México y esta novela póstuma, donde sigue apegado a la tierra de sus ancestros, sin alejarse ni una sola pulgada. La parca ratificó su tesis. Nuestro paisano mayor, Rubén Darío, había prescrito mucho antes, "cuando una musa te para un hijo, las otras ocho queden en cinta".  

Me pasé toda la vida esperando que el premio Nobel de Literatura le llegara como coronación y reconocimiento a sus aportes a la narrativa latinoamericana. Todos seguimos expectantes a quién le sería entregado primero, si a Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa. El Nobel llegó primero para el peruano y aunque todavía quedaba espacio el tiempo se había achicado tornando casi imposible su otorgamiento para el mexicano. Sigo preguntándome a qué se debió que Fuentes colocara Federico en su balcón fuera del apartado de El tiempo político. Una explicación sería que decidió situarla al mismo nivel de La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Los años con Laura Díaz y La voluntad y la fortuna. Analizada desde diferentes ángulos Federico en su balcón se inscribe dentro del mismo ámbito de La voluntad y la fortuna y de La silla del Águila, con la variante que la primera la dejó fuera y la segunda la incluyó en El tiempo político.

Durante la última etapa Fuentes siguió experimentando, recurrió a la fragmentación discursiva, saltos inesperados, al análisis político, la reflexión filosófica, la multiplicación de escenarios y personajes, estructuras narrativas con cortes abruptos, creando una atmósfera densa muchas veces difícil de digerir. La irrupción discursiva y la creación simultánea de múltiples voces, un tanto parecido al coro griego, alternaba con historias que se cruzaban y al final quedaban engarzadas, en un juego preciosista, dando cuenta de su enorme capacidad para bordar un inmenso lienzo, en una conjunción de colores y artificios literarios muy suyos. Federico en su balcón participa de esta misma polifonía. Conocedor a fondo del pensamiento de Federico Nietzsche, recurre a su bagaje filosófico para condensar una historia donde los conceptos fundamentales del alemán son expuestos de manera crítica, sometiéndolos al fuego purificador del presente.

El tiempo, el poder, el bien y el mal, la familia, el dolor, el sexo, la historia, la voluntad, la religión, la justicia, son presentados al escarnio a través de la creación de tres personajes paradigmáticos, Saúl, Dante y Aarón. Dispuestos a crear el reino de los cielos sobre la tierra, abanderan una revolución, presa de la corrupción, es liquidada por la restauración, lo que implica el eterno retorno. Saúl, el idealista, muere, inmolado por su mujer María Águila, "Sor Consolota", para no ser víctima de la corruptela que trae aparejado el cambio; Dante, reflexivo, es fusilado por Aarón, quien desea concentrar todo el poder, detrás de estas argucias el militar Andrea del Sargo. Leonardo, hermano de Dante, llamado a gobernar por del Sargo, siempre creyó durante su cautiverio autoimpuesto en casa de Gala, que la sangre prevalece sobre los intereses políticos. Un nudo dramático que ejemplifica la enorme capacidad fabuladora del mexicano.  

Fuentes insiste en experimentar, esta novela-ensayo, está hecha de ideas, frases fulgurantes y reflexiones punzantes. ¿Quién cree que sabe lo último que piensa un muerto si no puede decirlo, si no tiene a quién decírselo? Carlos tuvo tiempo de hablar para nosotros. El retorno de Federico, lo trae al presente para sostener una conversación sobre los temas que ambos  apasionan, obliga a preguntar ¿qué es lo real? No solo lo que vemos, oímos y tocamos. ¿Y lo que imaginamos? ¿No son más reales Hamlet y don Quijote que la mayoría de nuestros contemporáneos? ¿Acaso no es el arte lo que compensa el divorcio de los seres humanos con la naturaleza? El trío Gala-Leonardo-Dante, unidos por la espiritualidad más que por el llamado de la carne, sirve a Fuentes para evocar la relación de Nietzsche con Paul Reé y Lou Andreas-Salomé, mujer excepcional con quien Federico tuvo una relación profunda. ¿Le hace justicia? Da a entender que el alemán, acusado de misógino, no odiaba a las mujeres como sostienen algunos.

Carlos revela el embrujo de Federico por Lou Andreas-Salomé. ¿Busca como redimirlo frente a la historia? No solo se vale de su pensamiento para urdir esta novela-ensayo, fue Freud quien anticipó el carácter y temperamento de Lou Andreas-Salomé. La descripción que hace es idéntico al triángulo amoroso imposible entre Leonardo-Dante y Gala. El vienés asegura que "Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizá la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su vida". Persiste en esta alegoría, Fuentes la extrapola al cuido tierno y sentimental que Aarón dispensa a Elisa, niña abusada por sus padres, prostituida y mancillada, la mima pero no la toca, con quien el gobernante se acostaba todas las noches después de su jornada cotidiana dispensándole el mejor de los tratos.

Siempre que leo una novela busco en sus páginas, historias arrebatadoras, mentiras-verdaderas, tramas complejas, personajes escabrosos, iracundos, tiernos y sentimentales, todo lo contrario de lo que pretendo encontrar en un ensayo o una investigación. Carlos desde su balcón logra destilar por el mismo alambique ternura, crueldad, infamia, horror, sabiduría, lecciones de buen y mal gobierno, abusos, petulancia y orgullo. Una novela en todo el sentido de la palabra y yo su lector como lo piensa Carlos Fuentes; cuando leo "un libro titulado, por ejemplo, Federico en su balcón, tienes que tener fe en la ficción que te cuentas, das por descontado que ha habido y habrá varios lectores distintos de un mismo libro". Contrario a lo que me ocurrió con La voluntad y la fortuna, fárrago intragable, el libro póstumo de Fuentes, cargado de cierto pesimismo, no por eso menos apasionante, resulta primo hermano de La silla del Águila, lo leí en clave de novela. ¡No faltaba más!

No hay comentarios:

Publicar un comentario