Coherente con su planteamiento
que los escritores jamás se jubilan, ¿deberían hacerlo?, la muerte repentina de
Carlos Fuentes, sirvió para ratificar su
fidelidad a los postulados de su arte narrativo. El anuncio de su fallecimiento
fue proseguido de inmediato por la revelación que dejaba un par de libros
escritos, uno de los cuales Federico en
su balcón (Alfaguara, junio 2012), empezó a circular apenas un mes después
de su ingreso definitivo al panteón de los ilustres. Su estela literaria brilla
muy alto en el horizonte de la literatura universal, artífice connotado del
boom latinoamericano, se pasó toda la vida escribiendo, en un ejercicio
experimental y creativo que inició con La
región más transparente (1958), profesión de fe por México y esta novela
póstuma, donde sigue apegado a la tierra de sus ancestros, sin alejarse ni una
sola pulgada. La parca ratificó su tesis. Nuestro paisano mayor, Rubén Darío,
había prescrito mucho antes, "cuando
una musa te para un hijo, las otras ocho queden en cinta".
Me pasé toda la vida
esperando que el premio Nobel de Literatura le llegara como coronación y
reconocimiento a sus aportes a la narrativa latinoamericana. Todos seguimos
expectantes a quién le sería entregado primero, si a Carlos Fuentes o Mario
Vargas Llosa. El Nobel llegó primero para el peruano y aunque todavía quedaba
espacio el tiempo se había achicado tornando casi imposible su otorgamiento
para el mexicano. Sigo preguntándome a qué se debió que Fuentes colocara Federico en su balcón fuera del apartado
de El tiempo político. Una
explicación sería que decidió situarla al mismo nivel de La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Los años con
Laura Díaz y La voluntad y la fortuna. Analizada desde diferentes ángulos Federico en su balcón se inscribe dentro
del mismo ámbito de La voluntad y la
fortuna y de La silla del Águila,
con la variante que la primera la dejó fuera y la segunda la incluyó en El tiempo político.
Durante la última etapa
Fuentes siguió experimentando, recurrió a la fragmentación discursiva, saltos
inesperados, al análisis político, la reflexión filosófica, la multiplicación
de escenarios y personajes, estructuras narrativas con cortes abruptos, creando
una atmósfera densa muchas veces difícil de digerir. La irrupción discursiva y
la creación simultánea de múltiples voces, un tanto parecido al coro griego,
alternaba con historias que se cruzaban y al final quedaban engarzadas, en un
juego preciosista, dando cuenta de su enorme capacidad para bordar un inmenso
lienzo, en una conjunción de colores y artificios literarios muy suyos. Federico en su balcón participa de esta
misma polifonía. Conocedor a fondo del pensamiento de Federico Nietzsche, recurre
a su bagaje filosófico para condensar una historia donde los conceptos
fundamentales del alemán son expuestos de manera crítica, sometiéndolos al
fuego purificador del presente.
El tiempo, el poder, el
bien y el mal, la familia, el dolor, el sexo, la historia, la voluntad, la religión,
la justicia, son presentados al escarnio a través de la creación de tres
personajes paradigmáticos, Saúl, Dante y Aarón. Dispuestos
a crear el reino de los cielos sobre la tierra, abanderan una revolución, presa
de la corrupción, es liquidada por la restauración, lo que implica el eterno
retorno. Saúl, el idealista, muere, inmolado por su mujer María Águila, "Sor Consolota", para no ser víctima
de la corruptela que trae aparejado el cambio; Dante, reflexivo, es fusilado
por Aarón, quien desea concentrar todo el poder, detrás de estas argucias el
militar Andrea del Sargo. Leonardo, hermano de
Dante, llamado a gobernar por del Sargo, siempre creyó durante su cautiverio
autoimpuesto en casa de Gala, que la sangre prevalece sobre los intereses
políticos. Un nudo dramático que ejemplifica la enorme capacidad fabuladora del
mexicano.
Fuentes insiste en
experimentar, esta novela-ensayo, está hecha de
ideas, frases fulgurantes y reflexiones punzantes. ¿Quién cree que sabe lo
último que piensa un muerto si no puede decirlo, si no tiene a quién decírselo?
Carlos tuvo tiempo de hablar para nosotros. El retorno de Federico, lo trae al presente
para sostener una conversación sobre los temas que ambos apasionan, obliga a preguntar ¿qué es lo
real? No solo lo que vemos, oímos y tocamos. ¿Y lo que imaginamos? ¿No son más reales Hamlet y don Quijote que la
mayoría de nuestros contemporáneos? ¿Acaso no es el arte lo que compensa el divorcio de los seres humanos con
la naturaleza? El trío Gala-Leonardo-Dante, unidos por la espiritualidad más
que por el llamado de la carne, sirve a Fuentes para evocar la relación de
Nietzsche con Paul Reé y Lou Andreas-Salomé, mujer excepcional con quien Federico
tuvo una relación profunda. ¿Le hace justicia? Da a entender que el alemán, acusado
de misógino, no odiaba a las mujeres como sostienen algunos.
Carlos revela el
embrujo de Federico por Lou Andreas-Salomé. ¿Busca como redimirlo frente a la
historia? No solo se vale de su pensamiento para urdir esta novela-ensayo, fue Freud
quien anticipó el carácter y temperamento de Lou Andreas-Salomé. La descripción
que hace es idéntico al triángulo amoroso imposible entre Leonardo-Dante y
Gala. El vienés asegura que "Quien se
le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de
su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades
femeninas y quizá la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las
había vencido en el curso de su vida". Persiste en esta
alegoría, Fuentes la extrapola al cuido tierno y sentimental que Aarón dispensa
a Elisa, niña abusada por sus padres, prostituida y mancillada, la mima pero no
la toca, con quien el gobernante se acostaba todas las noches después de su
jornada cotidiana dispensándole el mejor de los tratos.
Siempre que leo
una novela busco en sus páginas, historias arrebatadoras, mentiras-verdaderas,
tramas complejas, personajes escabrosos, iracundos, tiernos y sentimentales, todo
lo contrario de lo que pretendo encontrar en un ensayo o una investigación.
Carlos desde su balcón logra destilar por el mismo alambique ternura, crueldad,
infamia, horror, sabiduría, lecciones de buen y mal gobierno, abusos,
petulancia y orgullo. Una novela en todo el sentido de la palabra y yo su lector
como lo piensa Carlos Fuentes; cuando leo
"un libro titulado, por ejemplo, Federico
en su balcón, tienes que tener fe en la
ficción que te cuentas, das por descontado que ha habido y habrá varios
lectores distintos de un mismo libro". Contrario a lo que me ocurrió
con La voluntad y la fortuna, fárrago
intragable, el libro póstumo de Fuentes, cargado de cierto pesimismo, no por
eso menos apasionante, resulta primo hermano de La silla del Águila, lo leí en clave de novela. ¡No faltaba más!