martes, 1 de mayo de 2012

Tomás, orfebre de la palabra


1981, Tomás Borge, Guillermo Rothschuh Villanueva, Danilo Aguirre

La primera vez que leí un texto de Tomás quedé convencido que era un poeta en todo el sentido de la palabra. Ni siquiera lo leí a hurtadillas, la edición mimeografiada de Carlos, el amanecer dejó de ser una tentación, circulaba de mano en mano en los corrillos universitarios. Burló la censura de sus carceleros y camino por el mundo con luz propia. Escrito en un estilo que después se volvería inconfundible para mí, rendía tributo a la trayectoria ejemplar de un hombre que había tenido el acierto de descubrir a Sandino, en los bajos de las catacumbas. Sostenido por una tersura poética, las metáforas salían a su encuentro. Delicado tejido para tan alto ideal, la historia del movimiento sandinista y las acciones concretas para redimir Nicaragua del oprobio somocista, impulsadas bajo la terquedad indeclinable de Carlos Fonseca, florecían en cada una de sus páginas.


La captura de Tomás en la Colonia Centroamérica y las fotografías posteriores en La Prensa, mostraban el filo de sus huesos. Esposado a una cama del Hospital Militar, lo habían llevado para reponerse de la huelga de hambre que se había impuesto. Desde 1975 su nombre, junto con el de Germán Pomares y Modesto, formaban parte de la leyenda que se tejía alrededor de los guerrilleros sandinistas. Las plazas fueron el lugar de su consagración definitiva. Tenía la gracia de generar empatía entre las multitudes. A gritos pedían que hablara porque la claridad de su voz y la elocuencia de sus palabras servían de calmantes para sus nervios o eran lo suficientemente convincentes para definir las tareas que correspondía desarrollar en los primeros días del proceso revolucionario. Nadie brilló tanto como lo logró Tomás al hacer contacto con las muchedumbres.


Sentía una devoción especial por los poetas y escritores. A muchos parecía una herejía que el ministerio bajo su mando invitase a Julio Cortázar, Juan Gelman, Eduardo Galeano, Claribel Alegría, para que hablasen a la tropa. El mejor homenaje que pudo tributarle Mario Vargas Llosa, cuando llegó a Nicaragua a tomarle el pulso a la revolución para sentarla en el banquillo de los acusados, fue reconocer el goce que sentía Tomás, al agarrar por el cuello a las palabras, someterlas al fuego purificador de su verbo, para luego soltarlas como estrellas fugaces. En su firmamento solo la poesía no tenía límites. Amó al pueblo con amor de poeta y se entregó a la revolución con amor de hombre. Dos formas de expresar una misma pasión. Era capaz de besar la luna y estrujar el sol, en una mañana de verano o en una noche de invierno.




Nada le deparó más tristeza que la crítica acerva de sus compañeros, por haber homenajeado al poeta Pablo Antonio Cuadra. Cuando la distancia entre Tomás y Pablo era gigantesca, para rumiar su dolor dispuso incluir en el calendario del Ministerio del Interior, un poema del disidente y crítico acérrimo de la revolución. Jamás lo van a entender, me expresó. Con ese gesto evitó la angustia de condenar a un hombre cuya poesía pertenecía y pertenece a todos los nicaragüenses. En son de broma decía que esa era una forma de expropiar la poesía de PAC. Cortaba a trazos sus discursos, limaba sus aristas, pulía una y otra vez las palabras, buscaba el verbo adecuado hasta encontrarlo agazapado en los rincones de la tarde. Luego lanzaba sus palabras al viento, porque estaba persuadido que el pueblo las atrapaba gozoso entre sus redes, como quien caza mariposas de diversos colores.       


En los momentos más aciagos de la guerra supo conciliar intereses irreconciliables. En la celebración del Día de la Madre en Nicaragua, ante una plaza llena en la ciudad de León, con deje quejumbroso habló del dolor de las madres, quiso que sus palabras fuesen bálsamo derramado a sus pies. Contradijo el eslogan oficial que partía en dos el llanto de las madres, reconocían solo el dolor de las madres lineadas al lado de la revolución. Con voz clara y sin ambages afirmó que en la guerra solo había madres que lloraban a sus deudos. Ese era Tomás, impredecible y contradictorio como somos todos los seres humanos. Sentía en carne propia el dolor y el llanto por la sangre derramada. A veces vi en sus gestos la dulzura del gorrión y otras la ferocidad del león. Pasados los años la historia ser encargará de su juzgar y valorar su condición de hombre de Estado. Claro que se equivocó, pero tuvo el coraje de pedir perdón por sus errores y el de sus compañeros de ruta. 

6 comentarios:

  1. Muyy bonito profesro Rothschuh, se ve que lo escribió con toda sencillez, humildad y con mucho cariño. Me encanta como esta redactado, sus descripciones me trasladan, me hacen vivir ese momento y me hacen sentir y conocer más desde su experiencia y vivencia con el comandante Borge. Gracias por compartir esto con nosotros. Saludos sinceros.

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  2. Me gusta mucho este escrito. Es muy educativo.En Bluefields ayer martes muy temprano le rendimos un pequeño homenaje a Tomas porque sentimos que bien merecido se lo tiene. Leímos su biografía y resaltamos el reconocimiento del pueblo costeño a su trabajo y aportes para lograr la ley de autonomía, el establecimiento del régimen de autonomía para la Costa Caribe de Nicaragua. Tomas fue la persona encargado de asegurar que la dirigencia nacional del FSLN entendiera a profundidad la justeza de aspiración histórica del pueblo costeño para restituir ese derecho como un principio de la revolución. Tomas ayudo muchísimo a la pacificación a través de los diálogos entre las partes en la Costa Caribe durante los años de la guerra. En el proceso aprendí mucho de el, especialmente el dialogo respetuoso, claro y con paciencia como instrumento para superar cualquier problema o diferencia.Tomas siempre sera recordado.

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  3. Excelente Prof. Rothschuh Villanueva. Historico momento. Historico todo.

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    1. Es un buen articulo para cualquier arrastrado lambe c.....ni estas con Dios ni con el diablo.definite o sos o no sos estas como Boitano.Simplemente un arrastrado.

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  4. Tanto perdón pidió que fue incondicional n su apoyo al moclín. Hitler era también gran orador,

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  5. Me pregunto si cuando torturaba y mataba agarraba a sus víctimas por el cuello a las sometía al fuego torturador de su verbo, para luego estrellarlas como presos en fuga. En su firmamento solo avaricia no tenía límites, viejo pendejo!

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