miércoles, 28 de marzo de 2012

Los ruidos persisten


Mientras ciertas taras persistan, el escritor de ficciones buscará como sacarlas a flote, recrearlas, vengarse, desnudar sus excesos, los sufrimientos que provocan y las múltiples desgarraduras que dejan sobre la impronta del tejido social. Dispondrá toda su creatividad para expurgar los males que atormentan sus días y sus noches. Su creación está encaminada a develar la causa de sus desvelos. Los tormentos no desaparecerán hasta haber expulsado del territorio de su vigilia los demonios que soliviantan su ánimo. A veces el contexto en que incurren sobrepasa las fronteras de su vida. Eso no importa. La dimensión del desafío sirve de estímulo a su imaginación. Lejos de asustarle asume el reto y pone frente a nuestros ojos los mil brazos siniestros de la medusa, para que no asfixie y sus consecuencias dejen de ser letales para el resto de los miembros de su sociedad. Ese es el propósito de Juan Gabriel Vásquez en El ruido de las cosas al caer, (Premio Alfaguara 2011).

Escrita en una prosa tersa, el colombiano cuenta como era el entorno de su país en los años que precedieron y prosiguieron a su nacimiento (1973). Las ganancias que dejaban el cultivo y tráfico de la marihuana hacia Estados Unidos, irrisorias comparadas con los millones que empieza a generar el traslado de la coca. Consigue  un efecto convincente al brindarnos una visión completa. Las familias colombo-estadounidense Valverde-Fritts y Yammara-Rodríguez son arrastradas al precipicio por un ambicioso piloto. Junta el lugar donde se produce la droga con el país de su consumo. Su gran mercado es Estados Unidos. Los miembros de Peace Corps que llegaron por oleadas para ayudar a redimir nuestros males, enseñan a los campesinos colombianos técnicas para cultivar con esmero la marihuana, luego a mejorar el tratamiento de la pasta de coca. Una especie de roundtrip.

Aunque se lo propongan, muchos escritores latinoamericanos radicados en Europa, no pueden romper el cordón que les ata con el drama que acosa a sus sociedades. La inmersión retrospectiva que realiza Vásquez en Colombia, radicado en Barcelona desde 1999, solo ratifica que el ruido que aturde a su país y asola al continente,  lastima sus oídos. Bucea el pasado para poner en perspectiva el presente. ¿Cuánta culpa asiste a Estados Unidos en el drama colombiano? Vásquez no deja dudas. La trama pone en evidencia que el mayor estímulo para el cultivo de la coca hunde sus raíces en suelo estadounidense. Elaine Fritts llega a Colombia como voluntaria del Cuerpo de Paz, su compañero en La Dorada, Mike Barbieri, un drop-out de la Universidad de Chicago, por casualidades de la literatura, llevaba dos años de estar en Colombia, antes había trabajado otros dos con campesinos de Ixtapa y Puerto Vallarta, y mucho antes “había pasado unos cuantos meses en los barrios pobres de Managua.”

El entrecruzamiento de sus vidas con Ricardo Laverde, da como resultado un testimonio de todo lo acontecido en el despegue y consolidación del narcotráfico colombiano hacia Estados Unidos. El novelista engarza de manera perfecta, sin superponer en la balanza a los conjurados, para que la historia de sus vidas comience a ser desmadejada de atrás hacia delante. Una llamada telefónica, igual ocurre en La Reina del Sur (2002), precipita en los abismos a Antonio Yammara. Maya Fritts le invita a visitarle para ponerle al tanto de lo sucedido. La hija de Elaine y Ricardo, piensa que Antonio puede atar los cabos sueltos de la relación fallida con su padre. Antonio deseaba a la vez conocer los pormenores de la vida de su compañero de infortunio. Ricardo muere acribillado a balazos en Bogotá cuando salían de jugar billar y los tiros también desgraciaron su vida. Se juntan para rememorar el pasado. Los hermana la misma desdicha.      

Los escritores nutren sus ficciones metiéndose en los laberintos y pormenores de los hechos acontecidos en el trayecto que definen para hilvanar sus historias. Los retuercen y exprimen. Vásquez nació el mismo año que Estados Unidos fundó la Drug Enforcement Agency, repasa los gloriosos  años 70, evoca al presidente Nixon, quien utilizó por primera vez la expresión guerra contra las drogas, una lucha fallida. El presidente guatemalteco Otto Pérez Molina volvió a poner sal sobre la llaga. El consumo de drogas debe legalizarse. Como advierte Ricardo Volpi en El insomnio de Bolívar (2010), “los estados invierten enormes sumas de dinero para combatirlos –gracias a las ayudas millonarias que mendigan en Washington- sin esperanza de derrotarlos”.  Entre diferentes remedios, el mexicano propone “la legalización de ciertas sustancias” y crear un amplio sistema de salud que atienda a los adictos en Estados Unidos y en otras partes. Caso contrario “América Latina, gran productora y transito obligado que se dirige al resto del mundo, seguirá desangrándose en una guerra desigual y acaso inútil.”  

Al final sigo preguntándome, ¿El ruido de las cosas al caer merecía ganar el Premio de Novela Alfaguara 2011? Tengo enormes reservas. Ningún personaje resulta memorable. Tal vez se salva Ricardo Laverde. El papel de Antonio Yammara es de crítico punzante de su sociedad, felizmente le convierte en un hombre aquejado por complejos propios del macho latinoamericano. Los balazos lo dejan mutilado sexualmente. Después de varios años de abstinencia su mujer busca como salvar su matrimonio. Compra un vibrador para que supla su impotencia. Se niega a usarlo. Precipita la crisis hogareña. La noche que duerme con Maya Fritts, sintió el fuego de sus besos, “su lengua inútil me recorrió sin ruido, y luego su boca resignada volvió a mi boca y solo en ese momento me di cuenta que estaba desnuda”. ¿Volvió a la vida o renació de nuevo? “… mi mano recorrió sus senos y Maya la tomó en la suya y la puso entre las piernas y mi mano en su mano tocó el bello liso y ordenado, y luego el interior de los muslos suaves, y luego su sexo”. Algo que jamás intentó con su mujer.

¡Sabiduría femenina! Maya lo redime. ¿O será tarde? Cuando vuelve a casa, Aura y su hija Leticia, ya no están. Vásquez deja abierto el final para forzarnos a imaginarlo. ¿Se reencontrarán de nuevo? ¿Antonio y Aura se darán una nuevo chance? La decisión está en tus manos, ni siquiera del novelista. Una historia desgarradora dentro de un mundo alucinante.          

martes, 20 de marzo de 2012

El vicio de la lectura



 

Uno jamás debe posponer sus proyectos de escritura, mucho menos sus lecturas. Dos veces he tropezado con la misma piedra. La primera vez tenía concebido escribir un ensayo sobre la supeditación del Estado Nacional a los Estados Imperiales. La lectura de Carlos Quijano y William Krehm me habían resultado inspiradoras. Bastaba revisar cómo se configuró el Estado nicaragüense a partir de las intervenciones de Estados Unidos, para emprender la travesía. Tenía recopilado todo el material, pero le fui dando largas, hasta que cayó en mis manos un ensayo admirable de James Petras. El norteamericano se me adelantó y mi impulso quedó frustrado. La segunda iniciativa se me vino al suelo cuando me di de bruces al encontrar entre las novedades que ofrecían las librerías madrileñas en el verano de 1991, el libro de J. J. Armas Marcelo. Desde hacía buen rato venía pergeñando la idea de escribir sobre mi obsesión por la escritura. El título de su libro dedicado a auscultar la obra de nuestro favorito Mario Vargas Llosa, desinfló mi ánimo: El vicio de escribir

Todos los años se consagra el 23 de abril a conmemorar el día del escritor. Un tributo merecido a dos grandes: al aristócrata William Shakespeare (para usar la expresión tan cara a Roland Barthes) y al ilustre Miguel de Cervantes y Saavedra. Si me atuviera a lo que sostiene Jorge Luis Borges, la celebración debería estar dedicada al Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha y no a Cervantes. El argentino afirma que El Quijote es la gran obra, pero niega a Cervantes la condición de gran escritor. Con una baja en la lectura uno termina preguntándose si los jóvenes se sienten animados asistir a las ferias que celebran las editoriales para dar a conocer sus novedades. Las cifras que ofrece Néstor García Canclini en su texto, Lectores, espectadores e internautas, revelan un incremento en los porcentajes de lectores en América Latina, Estados Unidos y Europa, a renglón seguido mete la cuña que desastilla el hueso: el número de lectores fuertes, viciosos, consagrados, ha disminuido.

La constatación de Canclini no debe alarmarnos. Los lectores que vienen en alza son los lectores de best-sellers, esos textos que uno lee para distraerse un rato, cuya lectura muchos se toman en serio. A mis alumnos siempre recomiendo que huyan de esa cultura de salones y barberías, devenida de la lectura de Vanidades, Hola, Cosmopolitan, Elle, Selecciones de Readers Digest. También les prevengo que Pablo Colhelo no es escritor, aunque frunza el ceño, sí mi amiga, no se enoje. A veces termino preguntándome si no sería preferible qué lean al brasileño a no leer nada. ¿Cuál mal es menor? Existe el riesgo de acostumbrar el paladar a este tipo de lectura.


Debemos atenernos a la recomendación de Borges; el enormísimo dinosaurio recomienda leer una novelita negra al mes, para despercudir el ánimo. Pero muchas veces desoímos a los maestros. Siempre me resultará más placentero leer que empinarme la mejor botella de licor. No vengas con trampas, lo que ocurre es que vos no tomás, por eso hablas de esa manera. Cada quien es dueño de sus propios vicios.

Casi siempre se aduce que la lectura de los thriller es para realizarse en trenes, aviones, buses, paseos, como queriendo indicar que esta lectura está reservada para momentos de esparcimientos. ¿Acaso existe algo más placentero que entregarse a la lectura de textos consagrados? Cuando leí Palinuro de México de Fernando del Paso, comprobé otra de mis tesis. Siempre he tenido presente, igual que muchos de ustedes, la idea de escribir para rendir homenaje al tiempo que consagramos a la lectura en los inodoros. Por desidia nunca he escrito estas apreciaciones. Cuando lo hago logro un doble placer, salgo de mis sobras, a la vez que me atraganto un gustoso filete, marinado por mis ángeles tutelares, Jorge Volpi, Guillermo Cabrera Infante, Haruki Marukami, o Julio Cortázar. Con esto confirmo que una buena parte de mis lecturas las he realizado en los retretes. Tampoco crean que voy a caer en el exceso de don Marcelino Menéndez Pelayo, según acredita el Nobel Mario Vargas Llosa, quien para no perder tiempo y ante su estitiquez crónica, dio a elaborar una silla con un hoyo al centro, para colocar debajo una enorme bacinica y así no tener que interrumpir la escritura. Si no cargo un libro al baño, no cago igual.

En cuarto de bachillerato mi padre empezó a preguntarme, ¿Qué libro estás leyendo? Esa misma pregunta continúa haciéndome hasta el día de hoy. Aquel viernes le respondí, La muerte de Artemio Cruz. Al siguiente viernes me preguntó lo mismo y le respondí igual. ¿No has concluido un libro tan estupendo? Frunció el seño y no agregó mayor comentario. El viernes siguiente me volvió a preguntar lo mismo. Le respondí de igual manera. Esta vez mi padre objetó que a ese ritmo jamás iba a completar la lectura de la obra de Fuentes. Cómo  ya no puedo confiar en vos, a partir de ahora me vas a entregar una recensión de los libros que leas. Mañana a las ocho te quiero en el garaje. Te voy a enseñar cómo se hacen los análisis de textos. Lo aprendido se tradujo en facilitarme la realización de los trabajos que nos dejaban los profesores en la UCA. También para obtener mis primeras remuneraciones. Nunca le dije que mi paso de tortuga en aquel momento se debió a mis calenturas por Inés, quien me hizo enviar la lectura al carajo.

En febrero de 1970, la poeta Rosario Murillo me dijo que tenía una caja chica a mi favor. Era por treinta córdobas, el primer pago que recibía como escritor en ciernes. El poeta Pablo Antonio Cuadra pagaba las colaboraciones que publicaba en La Prensa Literaria; supe que también pagaban las colaboraciones publicadas en la página de opinión. El que mejor retribuía las colaboraciones era el poeta Edwin Illescas, quien editaba la página socioeconómica; ocupaba el cargo de asistente del Dr. Pedro Joaquín Chamorro. Edwin pagaba cien córdobas duros de aquella época. Con lo obtenido comencé a comprar mis primero libros. Nuestro padre había tenido el cuidado de construir en mi cuarto y el de Jorge Eliécer, unos escritorios empotrados a la pared con sus respectivos libreros. A la derecha colocaríamos los textos leídos y a la izquierda los que estaban en el círculo de espera.

Una mañana coincidí con él en el Club de Lectores, la librería de Tito Castillo sobre la Avenida Bolívar; escogió un libro de su gusto y me lo regaló. Con una enorme sonrisa agregó: “Este es el último, como ya ganás por tus escritos llegó el momento de empezar a comprar con tu plata los libros que más te apetezcan”. Jamás ha dejado de regalarme libros; por mi parte la única inversión sostenida en mi vida ha sido comprar libros. Durante mi viaje de luna de miel con Ida a México en 1975 compré libros proscritos por el somocismo. Los dos tomos de la Economía Política Marxista de Ernest Mandel, los introduje por el Aeropuerto Internacional Las Mercedes, cargándolos en mis manos.

En nuestro último viaje a México en abril de 1995, pregunté a Patricia cuánta plata nos quedaba. Trescientos dólares, me dijo. Me fui con ellos a la Librería Gandhi sobre la Avenida Miguel Ángel de Quevedo y adquirí las últimas novedades, mientras mi hermano Vladimir me esperaba en el restaurante Argentino, a unos pasos de Insurgentes, donde nos había invitado a cenar junto con su esposa Glafira. Creo que comprar libros es la mejor forma de gastar el dinero. Aunque mis lecturas, como las de ustedes cada día se están volviendo más caras; por desgracia no me animo a leer libros en internet. Dichosos los jóvenes que pueden navegar y bajar los textos que desean del ciber espacio.

Tengan presente que así como existen una serie de convenciones y tratados consagrados al respeto de los derechos humanos, una de las mejores prescripciones sobre los derechos que nos asisten como lectores, la debemos a Daniel Pennac, un francés nacido en Casablanca. Como un Moisés contemporáneo, nos entrega un decálogo al cual podemos suscribirnos si lo deseamos. Los derechos imprescriptibles que nos ofrece en Como una novela, son los siguientes: 1. El derecho a no leer; 2. El derecho a saltarse páginas; 3. El derecho a no terminar un libro; 4. El derecho a releer; 5. El derecho a leer cualquier cosa; 6. El derecho al bovarismo (enfermedad textualmente trasmisible); 7. El derecho a leer en cualquier parte; 8. El derecho a picotear; 9. El derecho a leer en voz alta y, 10. El derecho a callarnos. Igual que la totalidad de los derechos humanos, son indivisibles e imprescriptibles.

En este cambio de época, debemos estar prevenidos. Gabriel Zaid tiene el buen juicio de advertir en El secreto de la fama, que uno de los grandes males del presente consiste en que “los graduados en comunicación, tan atiborrados de clases sobre cine, televisión, radio, periódicos y revistas; tan conscientes de que los nuevos medios son un avance sobre el libro (´una imagen dice más que mil palabras´); tan absorbidos por el ajetreo del acontecer, que no tienen tiempo de leer”.  ¡Ay mamita! ¡Al que le caiga el guante que se lo plante!              

martes, 13 de marzo de 2012

Algunos juegos de mi infancia





A Humberto y Rodolfo,
los Gemelos Arguello

Estábamos almorzando, bromeábamos y hablábamos de todo, hasta del prójimo que es el más común de los temas, Jorge Eliécer me dijo de pronto que iba a reprender a Vladimir. Indagué la causa y quedé perplejo. Anda metido en los billares. ¿Y qué hacíamos vos y yo a su edad? ¿No hacíamos lo mismo? Solo le tienes que advertir que no apueste y que ninguna precaución estaría de más. En menos de lo esperado le pueden mover el taco o distraerlo. Tampoco olvides que son los años los que enseñan y debe correr ciertos riesgos. No hay de otra, riposté. Después me puse a cavilar. Nuestra generación era hija de su época. Practicamos diversos juegos. En la medida que crecíamos íbamos mudando de gustos. El primer y gran goce fue apresar las lluvias frente al Instituto Nacional de Chontales, para meternos en sus aguas y simular que nadábamos.

Esa misma diversión practicaban los niños en otros barrios de la ciudad. A los cinco años mi padre me regaló mi primera bicicleta. En solo la mañanita del 25 de diciembre le quité las dos pequeñas ruedas traseras. Como todavía no podía pedalear pedí a Felito que me sostuviera y empujara. A la semana podía hacerlo solo. En esa misma bicicleta aprendieron Jorge Eliécer y Nelson. Con las primeras lluvias de mayo, los juegos de trompo se iniciaban a las dos de la tarde y concluían con la llegada de la noche. Cuando íbamos en cama, para ver si alguien trastabillaba pedíamos un paseíto. Todos teníamos derecho a meterte entre las hierbas o bajarte en las zanjas que había en cada lado de la calle. Los más diestros salían ilesos. Las apuestas eran de cinco o seis secos. El primero que metía el trompo en la rueda, propinaba los primeros golpes. Balanceaban el trompo sostenido entre la cabeza y el puyón con la misma manila, para dejar ir el puyazo.

Muchos lograban desbaratar su cabeza, quedaba inservible para siempre. Otros enterraban el puyón y lo retorcían de manera aviesa para sacarle astillas. De nada valían las protestas. A veces apostábamos el trompo. El crucificado era un juego insensato. El número de hoyos que hacíamos sobre la tierra era igual al número de jugadores. La pelota de hule era lanzada a tres o cuatro metros de distancia. Al caer en tu hoyo tenías que ir a cogerla y lanzarla sobre el jugador que mejor quedara a tu alcance. Si le pegabas se metía una piedrita en su hoyo. Al completar cinco, ya fuera porque hubieses acertado sobre un mismo blanco o no hubieses logrado pegarle a nadie, venía la recompensa. Tenías que pegarte a la pared con tus brazos extendidos en cruz. El castigo consistía en lanzar duro la pelota sobre tu cuerpo. A veces pactábamos que no podíamos pegar en la cabeza del crucificado. ¡Como ardía cada pelotazo!

El juego de omblígate dependía de la estatura de cada uno de los jugadores. Parados a unos tres metros de distancia con la cabeza baja, el que no lograba saltar era puesto de macho. El castigo consistía en darte una patada en el culo en el momento de saltar. El Chino esa mañana fatal comenzó a divertirse con sus compañeros durante el receso de las nueve. Estábamos en la parte frontal del edificio del Centro Escolar Pablo Hurtado, revestida de cemento. El Chino cogió impulso, corrió y saltó lo más alto que pudo, en el momento que lo hacía Rodolfo se agachó y él pasó de viaje estrellando su rostro sobre el cemento. Nos quedamos consternados. La sangre fluía incontenible y el enorme raspón quedó grabado en su rostro. Una mancha enorme sobre el pómulo y la parte izquierda. Una especie de marca de guerra. Blanca Olga Tablada, directora del colegio, prohibió el juego y lo puso en cuarentena.


Aviones jugábamos a finales de octubre y comienzos de noviembre, casi empalmaba con los juegos de barriletes y cometas. Los mejores aviones eran hechos con papel de Selecciones ReadersDigest. Alcanzaban alturas insospechadas. El viento los lanzaba largo. Otros lograban alzarse para venirse en picada estrellándose. Cuando un avión se quedaba colgado en las ramas de los árboles sufríamos. Era una pérdida que no podíamos permitirnos. Lo bajábamos a tierra como podíamos. Muchos padres reclamaban al comprobar que los cuadernos de clases eran utilizados en aviones. Los libros de clases servían de hangares. Entre sus páginas los guardábamos  con sus alas extendidas para evitar que se doblaran. Durante años la plaza de toros nos sirvió de aedrónomo. Aludo la plaza que quedaba entre la casa de doña Clara Díaz, don Camilito y la familia de Rito Corea.

Los barriletes y cometas los elevábamos desde los sitios más altos de Juigalpa. En mi barrio todos preferíamos hacerlo desde la Terraza Palo Solo. Subidos sobre las bancas esperábamos que soplaran los vientos de Amerrisque. A veces el hilo era de zapatería,  caros y resistentes. Los hilos Singer eran propensos a romperse. No soportaban la fuerza de los vientos. Algunos lograron la hazaña de poner su barrilete más allá de la carretera al Rama. Siempre preferí los cometas. Me los hacía por encargo Chemita Báez, costaban treinta centavos. En marzo jugábamos a la taba y al rechinón. Carne gana, culo pierde, panameña doble. Con los gemelos Arguello, mis amigos de siempre, las apuestas eran fuertes. Humberto, mi “Brother” y Rodolfo, tenían billetes de altas denominaciones: Pall Mall, Viceroy, Kent, Malboro, Camel, etc. Los nuestros Esfinge, Valencia y Montecarlo. A veces apostábamos botones, nuevos, nuevecitos y de todos los colores, sustraídos de la tienda de su madre, doña Ofelia Espinosa.

Ladrillete preferíamos jugarlo en los corredores de la renta o sobre el Kiosko del Parque Central. La época indicada era Semana Santa. Nunca logré conciliar este juego con las prohibiciones que imponían los sacerdotes católicos. Como el Señor bajaba a la tierra, los carros no debían circular porque lastimaban su cuerpo. Nos prohibían correr desaforados. Estaba prohibido comer carne, solo pescado, pinolillo, almíbar, cusnaca, tamales, etc. Los molinos paraban, si no lo hacían trituraban al Señor. Las montaderas de terneros, las jugaderas de gallos, los juegos de beisbol, volibol y las cogederas de burras, formaban parte del divertimento de aquellos días. Jamás me atrevería a decir que nuestros juegos fueron mejores que los juegos de nuestros hijos y nietos. Hay quienes dicen que sus juegos eran sanos, muy sanos. Condenan los juegos y bailes del presente. Nunca crean en alguien que dice que todo pasado mejor. Cuando insisten en esta afirmación es porque han envejecido.

Continúan desafíos para mujeres




La aprobación de la Ley Integral contra la Violencia hacia las mujeres y reformas a la Ley No. 641 Código Penal, es un avance importante en materia de derechos humanos para la  sociedad civil y diversas representantes de organizaciones feministas. Una ley  que se aprobó gracias a la ardua labor de cabildeo realizada por organizaciones de la sociedad civil y del aparato estatal. En particular el Movimiento María Elena Cuadra y la Corte Suprema de Justicia, lideraron  este proceso mediante la introducción de una iniciativa de ley a la Asamblea Nacional. Las mujeres requerían  de un instrumento jurídico que garantizara de manera más efectiva sus derechos.  La preservación y protección de tales derechos quedó evidenciada ante  sus constantes demandas  y la cobertura brindada por los medios sobre los casos más dramáticos donde pusieron al desnudo la precaria situación de violencia que sufren las mujeres en Nicaragua.

La violencia ejercitada contra las mujeres se ha convertido en un mal endémico. La manera más extrema se expresa en los feminicidios, muchos de los cuáles continúan impunes, sin que las familias de las víctimas obtengan justicia. En el año 2011, la Red de Mujeres contra la Violencia registró 76 feminicidios, dejando a 55 menores de edad en orfandad. Según estos mismos registros, hay que tomar en consideración que de estos crímenes, 24 son prófugos, 6 han sido condenados y en 7 ocasiones no ha habido ninguna respuesta. Únicamente en 27 casos los sospechosos están siendo juzgados, en su gran mayoría, las víctimas son mujeres jóvenes entre 21 y 30 años.  La tendencia más preocupante es la muerte de cerca de dos mujeres por semana y un aproximado de 66,000 denuncias anuales por maltrato o violencia física o sexual.

Existe una legítima expectativa para que la aprobación de la ley se traduzca en la reducción de feminicidios y violencia física y sexual. Celebro la realización del Foro Nacional sobre los alcances y significado de esta ley. La amplia participación de las organizaciones de mujeres, Corte Centroamericana de Justicia, Corte Suprema de Justicia y de todas las instituciones del Estado involucradas en la ruta crítica de acceso a la justicia de las mujeres, permite visualizar cambios en la manera de enjuiciar y valorar jurídicamente las transgresiones cometidas en contra de este sector poblacional. El  desafío más importante está relacionado de forma particular con la grave omisión de haber dejado fuera a las organizaciones de mujeres como miembros con voz y voto en la "Comisión Nacional Interinstitucional de lucha contra la violencia hacia la mujer”.

La exclusión de estas organizaciones limita las posibilidades de las catorce instituciones del Estado, miembros de la Comisión Interinstitucional, de  recibir valiosos insumos a la hora de tomar decisiones. Para nadie es un secreto que las organizaciones de mujeres son las que trabajan más de cerca con las víctimas de violencia en su lucha diaria. Han suplido la necesidad -a falta de capacidad del Estado- de brindar atención a las víctimas ofreciéndoles asesoría, acompañamiento, alojándolas en albergues para mujeres, formulando denuncias públicas e incidencia social. Las organizaciones de mujeres son las que han trabajado con los medios de comunicación para hacer un frente común contra la violencia hacia la mujer. Sobre todo en la sensibilización de la sociedad nicaragüense acerca de la importancia y necesidad de proteger y defender los derechos de las mujeres.

El objetivo principal de la comisión interinstitucional radica en la elaboración de la política de prevención, atención y protección para las mujeres víctimas de violencia, procurar medidas preventivas, atención, proyección, capacitación y seguimiento en los distintos casos donde resulten como víctimas. Nuestra preocupación obedece a que sin la plena participación de los organismos que dan seguimiento y atención a las víctimas, pensamos que difícilmente se puede elaborar una política inclusiva, efectiva y con impactos positivos al corto plazo. A eso se debe nuestro llamado de atención. Las organizaciones de mujeres no deben de retroceder ante los espacios conquistados.

El segundo gran desafío viene a ser la obtención de recursos para la implementación de la ley. Con justa razón los estudiosos de ciencia política advierten que en los presupuestos se ve reflejado  la verdadera voluntad política. Sin suficientes recursos las disposiciones estipuladas por ley pueden caer en el vacío. Urge una asignación de recursos que permita su aplicación cabal en todo el territorio nacional. Los logros obtenidos como la creación de órganos jurisdiccionales especializados, especialización de los funcionarios que atienden la investigación y tramitación de los procesos relativos a la violencia hacia las mujeres, el fortalecimiento de las Comisarías de la Mujer de la Policía Nacional y de la Unidad especializada de delitos contra la violencia de género, corren el riesgo de ser minimizados.

Un tercer gran desafío está relacionado con la situación actual de las mujeres en la Costa Caribe Nicaragüense. Diversas organizaciones han denunciado que debido a la prevalencia del sistema de derecho consuetudinario de las comunidades indígenas a través de los jueces comunitarios (Whitas), los perpetradores de violencia física o sexual son únicamente obligados a pagar una multa. Las diversas instituciones del Estado, el sistema de justicia estatal y el sistema de justicia de las comunidades indígenas, necesitan iniciar un dialogo que les permita tratar el tema y adecuar las penas y sanciones para este tipo de delitos.

Desde ahora las mujeres y hombres nicaragüenses debemos celebrar esta victoria en pro de la erradicación de la violencia hacia las mujeres. Las organizaciones feministas tienen que sentirse orgullosas por su capacidad de incidencia ante la opinión pública, al haber posicionado en la agenda mediática un tema vital por lo inhumano. A la sociedad nicaragüense aún le queda mucho camino por recorrer. Generar una cultura de no violencia requiere tiempo y paciencia. No podemos seguir permitiendo que las mujeres continúen soportando las consecuencias nefastas que tienen estos hechos de violencia en el seno de las familias nicaragüenses. En la defensa de estos derechos quedan aún importantes desafíos, inclusive en el ámbito legislativo. ¡Que la celebración no nos nuble la mirada!