martes, 22 de enero de 2013

Los hijos de los días




Con la aparición de Espejos (2008), Eduardo Galeano amplió su visión de lo acontecido. Ejerciendo el oficio de cronista, quedó insatisfecho al haber solo puesto en perspectiva en prosa poética, los acontecimientos históricos más importantes ocurridos en la América nuestra, con su trilogía Memorias del fuego (1982-1986), un oleaje intenso frente a las boberías de falsos pregoneros. Espejos es un libro mucho más ambicioso, su recorrido histórico abarca el universo, dándonos una versión ajena a las veleidades de los poderosos. No contento todavía tiene la audacia de desplazarse a sus anchas sobre los cinco continentes, sus islas y afluentes, elabora un calendario sui generis. Los hijos y los días (2012), una travesía por los trescientos sesenta y seis días del año -febrero alcanza los veintinueve días- insiste en pregonar que la historia real y verdadera ha sido forjada por triunfadores y vencidos, poetas y militares, curas y obispos, putas y cantantes, artistas y científicos, deportistas y periodistas.

Los hijos y los días un texto de historia singular, teñido por una diversidad de colores, ofrece nombres, hechos y circunstancias, asomándose a un universo distinto. Devela a los conjurados y restituye su dignidad a los vilipendiados. Abre puertas y ventanas para que penetre el sol e ilumine con sus destellos los rincones oscuros, las mentiras y atrocidades, las humillaciones padecidas por negros, amarillos, rojos, mulatos y blancos, las mentiras y dobleces de los diarios y dueños de medios más reputados del planeta. Ricos y poderosos lo acusarán de apostata y los miserables, los injustamente olvidados, dirán que se trata de un justiciero. Cronista desacomplejado acomete una empresa alucinante, a contra pelo de falsas versiones y omisiones vulgares, Galeano opta por escudriñar la historia universal para revelarnos y rebelarse contra omisiones y engrandecimientos insidiosos. Se atiene al dato y lo configura dentro del amplio contexto en que se dio. Ese es su método.

Igual que en los textos anteriores Nicaragua resplandece en sus páginas. Certero rinde homenaje al Güeguence, solícito recuerda al mundo que el 25 de enero el pueblo de Nicaragua agasaja al ocurrente, el pícaro recorre las calles, canta y baila, “y por su obra y gracia todos se vuelven cuenteros, cantores y bailanderos”. El embustero tiene razones para hacerlo. El aire festivo puesto en escena, lo conduce a proclamar ese día como El derecho a la picardía. Galeano se atiene a la versión popular, no la adultera, la refuerza, se ciñe a la sentencia del maestro enredador. Lo que no puedes ganar, empátalo. Lo que no puedes empatar, enrédalo. Ante las recriminaciones de última hora, condenando las güeguenzadas de los nicaragüenses, ¿Qué otro camino queda al pueblo frente al poder avasallante de ricos y políticos sino hacerse el pendejo? Celebra jubiloso al “inventón de palabras que nada significan, maestro de diabluras que el Diablo envidia, deshumillador de los humillados, jodón, jodido, jodedor”.

Amigo de contrastar, en un juego dialéctico, Galeano elige el 27 de abril para hablar de Las vueltas de la vida. Sin escandalizar o tal vez todo lo contrario, ya que gente conocida actuó a contrapelo de viejos principios. En verdad resulta difícil digerir que haya sido el Partido Conservador, quien estando en el poder reconoció a las mujeres el 27 de abril de 1837, el derecho de abortar si su vida corría peligro y quienes lucharon por acabar todo vestigio de las paralelas históricas, en un acto inimaginable “Ciento setenta años después, en ese mismo día, los legisladores que se decían revolucionarios sandinistas prohibieron el aborto en cualquier circunstancia, y así condenaron a las mujeres pobres a la cárcel o al cementerio”. Como canta el panameño Rubén Blades en versos inolvidables, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. ¿Quién iba a pensar que por razones electoreras una agrupación política que se decía de vanguardia, condenase al oprobio y a la sin razón a millares de mujeres nicaragüenses?

Con la autoridad y consecuencia ganada a puro pulso, exalta la manera de juzgar de Carlos Fonseca Amador. Nombra el 30 de julio Día de la amistad. Eleva su gesto y aplaude su decisión, al recordar que amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda, una práctica olvidada que deberíamos integrar en nuestro credo cotidiano. Con nobleza proclama que amigo verdadero es amigo en las cuatro estaciones. Los otros, critica Galeano, son amigos del verano, no más. ¿Cómo no elogiar esa postura? Una lección heredada por uno de los grandes forjadores de una nueva patria. En 1970 entrevistado en la cárcel de Alajuela, Costa Rica, Carlos Fonseca Amador, proclamó su ascesis. Una nueva moral que perturbó el sueño de los insulsos. Preguntado sobre su manera de ser, respondió al periodista, soy asceta y lo siguió siendo hasta su muerte. En esa fragua fueron forjados sus primeros seguidores, alto pedestal para iluminar el camino y al caminante.

Galeano escudriña a fondo la historia, el 8 de octubre Nicaragua alcanza a colarse en Los hijos de los días, concentra su mirada en Los tres, como llama a las proezas del Che, Emiliano Zapata y Augusto César Sandino. Las coincidencias les hermanan. En 1919 Emiliano Zapata fue acribillado en México, en 1934 asesinaron a Sandino en Nicaragua y en 1967 cayó prisionero el Che y luego fue asesinado en Bolivia. Los tres, recuerda Galeano, tenían la misma edad, estaban por cumplir cuarenta años. Los tres cayeron a balazos, a traición, en emboscada. Los tres latinoamericanos del siglo veinte, compartieron el mapa y el tiempo. Los tres fueron castigados por negarse a repetir la servidumbre. La consecuencia de sus actos, palabra comprometida, palabra cumplida, sigue siendo recordatorio permanente. Son los abanderados de los humillados y vencidos. Tienden un puente que viene desde América del Norte, pasa por América Central y se extiende hasta América del Sur. Gesto y gesta se acoplan, son hermanos siameses.

Los medios y sus artífices figuran como modeladores de la historia, Galeano brinda otra versión del nacimiento del cine y quién y para qué creo la opinión pública, relata la historia de Tarzán, destaca que Rupert Murdoch fue lector aventajado de Marx y Lenin, pone sal al nacimiento de las caricaturas políticas, abre el cerrojo al primer vampiro, para sentirse descorazonado con las vampiritas y vampiritos cursilones de Hollywood, redime su deuda con Emilio Salgari y realiza una lectura diferente de la invasión de los marcianos a Estados Unidos, dramatizada por Orson Welles. Visibiliza a decenas de mujeres invisibilizadas por los traficantes de género. Devuelve su honra a las putas mancilladas. Ofrenda sendos tributos a Rosa Luxemburgo, Doria, Camille, Louise Michell, Matilde Landa y Rosa Darks, al ubicar sus luchas en justa dimensión. Los hijos y los días muestra la otra cara de la historia vetada por juiciosos escribanos al servicio de intereses oficiales y oficiosos. Un calendario refractario al elogio fácil y dulzón.
   





 






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