Con la aparición de Espejos (2008), Eduardo Galeano amplió
su visión de lo acontecido. Ejerciendo el oficio de cronista, quedó insatisfecho
al haber solo puesto en perspectiva en prosa poética, los acontecimientos
históricos más importantes ocurridos en la América nuestra, con su trilogía Memorias del fuego (1982-1986), un oleaje
intenso frente a las boberías de falsos pregoneros. Espejos es un libro mucho más ambicioso, su recorrido histórico
abarca el universo, dándonos una versión ajena a las veleidades de los poderosos.
No contento todavía tiene la audacia de desplazarse a sus anchas sobre los
cinco continentes, sus islas y afluentes, elabora un calendario sui generis. Los hijos y los días
(2012), una travesía por los trescientos sesenta y seis días del año -febrero
alcanza los veintinueve días- insiste en pregonar que la historia real y
verdadera ha sido forjada por triunfadores y vencidos, poetas y militares,
curas y obispos, putas y cantantes, artistas y científicos, deportistas y
periodistas.
Los hijos y
los días
un texto de historia singular, teñido por una diversidad de colores, ofrece
nombres, hechos y circunstancias, asomándose a un universo distinto. Devela a
los conjurados y restituye su dignidad a los vilipendiados. Abre puertas y
ventanas para que penetre el sol e ilumine con sus destellos los rincones
oscuros, las mentiras y atrocidades, las humillaciones padecidas por negros, amarillos,
rojos, mulatos y blancos, las mentiras y dobleces de los diarios y dueños de
medios más reputados del planeta. Ricos y poderosos lo acusarán de apostata y
los miserables, los injustamente olvidados, dirán que se trata de un
justiciero. Cronista desacomplejado acomete una empresa alucinante, a contra
pelo de falsas versiones y omisiones vulgares, Galeano opta por escudriñar la
historia universal para revelarnos y rebelarse contra omisiones y
engrandecimientos insidiosos. Se atiene al dato y lo configura dentro del
amplio contexto en que se dio. Ese es su método.
Igual que en los textos anteriores
Nicaragua resplandece en sus páginas. Certero rinde homenaje al Güeguence, solícito
recuerda al mundo que el 25 de enero el pueblo de Nicaragua agasaja al
ocurrente, el pícaro recorre las calles, canta y baila, “y por su obra y gracia todos se vuelven cuenteros, cantores y
bailanderos”. El embustero tiene razones para hacerlo. El aire festivo
puesto en escena, lo conduce a proclamar ese día como El derecho a la picardía. Galeano se atiene a la versión popular, no
la adultera, la refuerza, se ciñe a la sentencia del maestro enredador. Lo que no puedes ganar, empátalo. Lo que no
puedes empatar, enrédalo. Ante las recriminaciones de última hora,
condenando las güeguenzadas de los nicaragüenses, ¿Qué otro camino queda al pueblo
frente al poder avasallante de ricos y políticos sino hacerse el pendejo?
Celebra jubiloso al “inventón de palabras
que nada significan, maestro de diabluras que el Diablo envidia, deshumillador
de los humillados, jodón, jodido, jodedor”.
Amigo de contrastar, en un juego
dialéctico, Galeano elige el 27 de abril para hablar de Las vueltas de la vida. Sin escandalizar o tal vez todo lo
contrario, ya que gente conocida actuó a contrapelo de viejos principios. En
verdad resulta difícil digerir que haya sido el Partido Conservador, quien
estando en el poder reconoció a las mujeres el 27 de abril de 1837, el derecho
de abortar si su vida corría peligro y quienes lucharon por acabar todo
vestigio de las paralelas históricas, en un acto inimaginable “Ciento setenta años después, en ese mismo
día, los legisladores que se decían revolucionarios sandinistas prohibieron el
aborto en cualquier circunstancia, y
así condenaron a las mujeres pobres a la cárcel o al cementerio”. Como
canta el panameño Rubén Blades en versos inolvidables, la vida te da sorpresas,
sorpresas te da la vida. ¿Quién iba a pensar que por razones electoreras una
agrupación política que se decía de vanguardia, condenase al oprobio y a la sin
razón a millares de mujeres nicaragüenses?
Con la autoridad y consecuencia ganada
a puro pulso, exalta la manera de juzgar de Carlos Fonseca Amador. Nombra el 30
de julio Día de la amistad. Eleva su
gesto y aplaude su decisión, al recordar que amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda, una práctica
olvidada que deberíamos integrar en nuestro credo cotidiano. Con nobleza
proclama que amigo verdadero es amigo en las cuatro estaciones. Los otros,
critica Galeano, son amigos del verano, no más. ¿Cómo no elogiar esa postura?
Una lección heredada por uno de los grandes forjadores de una nueva patria. En
1970 entrevistado en la cárcel de Alajuela, Costa Rica, Carlos Fonseca Amador,
proclamó su ascesis. Una nueva moral que perturbó el sueño de los insulsos.
Preguntado sobre su manera de ser, respondió al periodista, soy asceta y lo
siguió siendo hasta su muerte. En esa fragua fueron forjados sus primeros seguidores,
alto pedestal para iluminar el camino y al caminante.
Galeano escudriña a fondo la historia,
el 8 de octubre Nicaragua alcanza a colarse en Los hijos de los días, concentra su mirada en Los tres, como llama a las proezas del Che, Emiliano Zapata y
Augusto César Sandino. Las coincidencias les hermanan. En 1919 Emiliano Zapata
fue acribillado en México, en 1934 asesinaron a Sandino en Nicaragua y en 1967
cayó prisionero el Che y luego fue asesinado en Bolivia. Los tres, recuerda
Galeano, tenían la misma edad, estaban por cumplir cuarenta años. Los tres
cayeron a balazos, a traición, en emboscada. Los tres latinoamericanos del
siglo veinte, compartieron el mapa y el tiempo. Los tres fueron castigados por
negarse a repetir la servidumbre. La consecuencia de sus actos, palabra
comprometida, palabra cumplida, sigue siendo recordatorio permanente. Son los
abanderados de los humillados y vencidos. Tienden un puente que viene desde
América del Norte, pasa por América Central y se extiende hasta América del
Sur. Gesto y gesta se acoplan, son hermanos siameses.
Los medios y sus artífices figuran
como modeladores de la historia, Galeano brinda otra versión del nacimiento del
cine y quién y para qué creo la opinión pública, relata la historia de Tarzán, destaca
que Rupert Murdoch fue lector aventajado de Marx y Lenin, pone sal al
nacimiento de las caricaturas políticas, abre el cerrojo al primer vampiro, para
sentirse descorazonado con las vampiritas y vampiritos cursilones de Hollywood,
redime su deuda con Emilio Salgari y realiza una lectura diferente de la
invasión de los marcianos a Estados Unidos, dramatizada por Orson Welles. Visibiliza
a decenas de mujeres invisibilizadas por los traficantes de género. Devuelve su
honra a las putas mancilladas. Ofrenda sendos tributos a Rosa Luxemburgo,
Doria, Camille, Louise Michell, Matilde Landa y Rosa Darks, al ubicar sus
luchas en justa dimensión. Los hijos y
los días muestra la otra cara de la historia vetada por juiciosos escribanos
al servicio de intereses oficiales y oficiosos. Un calendario refractario al
elogio fácil y dulzón.
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