martes, 22 de enero de 2013

Literatura y deportes




Cada vez que interrogan a Edgar Tijerino dónde se siente más a gusto, si en la televisión, la radio o la prensa escrita, siempre ofrece la misma respuesta. No se cansa de repetir, como si fuese una lección aprendida o de un estribillo, que se siente más cómodo nadando sobre el universo sin fin de la palabra impresa. Una pasión absorbente marca el ritmo de sus días y sus noches. Es sobre el teclado de la computadora donde se siente más firme y seguro. Disipada la angustia de la pantalla en blanco, ejerce el oficio de cronista deportivo con la misma fogosidad y entusiasmo del primer día. Una idéntica obsesión como la que inquietaba al minotauro, consume su energía y atormenta su pluma. Salir del airoso del laberinto, sin haber recibido siquiera una estocada.

El medio fondista no había empezado a correr cuando el poeta develó la estela resplandeciente que dejaría su paso por el mundo encantado del deporte. La firmeza con que imprimía sus huellas y la convicción con que esculpía sus primeros trazos, llevó a mi padre a certificar su registro de nacimiento. Cuando Tijerino apenas daba sus primeros pasos, -¿estímulo y desafío?- afirmó que pasaba “del tablero de ajedrez a la máquina de escribir con la misma destreza con que toma la raqueta y a la pluma vuelve para verternos –sudor y aliento- las múltiples escenas vividas u observadas en el cuadrilátero, la cancha o el estadio”,  dándole “a las palabras su conveniente peso”. Para el especialista en literatura, diestro  cazatalentos de grandes ligas, no fue tarea difícil descubrir la veta inagotable de su candente prosa. Alta llama que nos ilumina a todos.

Desde entonces Edgar Tijerino se dedicó con esmero a construir, con la misma deleitación que sienten los artistas, su propio edificio literario. En cada crónica estampó su estilo. Piedra, arena, cemento, arcilla y hierro, fueron las bases que utilizó para moldear su estructura granítica. Sobre las paredes dibujó arabescos y en sus vitrales escribe los nombres de cada uno de los portentos que han venido alimentando su insaciable sed. Alzó la mirada y encontró en el nuevo periodismo estadounidense, alimento para su voz, recursos e imágenes para tallar su propio estilo. Norman Mailer, Tom Wolfe, Truman Capote y Guy Talase, marcaron el camino. En García Márquez encontró plena justificación para el uso desmesurado de la desmesurada hipérbole. Una constante de la que no se separa ni para tomar respiro.

Sabedor que la musa de los escritores son sus grandes lecturas, fue más allá de las novelas de Carpentier, Cortázar, Sábato, Fuentes, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Donoso, Edwards, Chávez Alfaro, Ramírez, Allende, para citar unos cuantos y buscó en la poesía de nuestro bardo mayor metáforas deslumbrantes para reforzar su prosa, pulcritud, dicha y pesadumbre, sitiando, citando a nuestro inmortal Darío. Se metió a escudriñar la obra literaria de Pablo Antonio Cuadra y no contento aún cayó seducido ante los ensayos de Jorge Luis Borges. Encontró en sus páginas agua para mitigar su espanto y suficientes razones para continuar su larga caminata.  Tuvo que recrear su vista sobre este anchuroso mural. En la escritura todos somos hijos y deudores. Larga es la ascendencia de Edgar Tijerino.

Si las deudas de Edgar Tijerino son muchísimas, vasta resulta su amplia descendencia. Padre de prole numerosa, hasta en los que niegan paternidad alguna, las rayas sanguíneas delatan su herencia. Desde que Edgar irrumpió en el firmamento de la crónica deportiva asentó su liderazgo. Con velocidad plusmarquista tumbó marcas, contagió escenarios y desbordó cauces. Cronista deportivo es quien sabe de deportes. Aunque conviene decir que en Nicaragua los cronistas deportivos son pocos, muy pocos. Unos saben de boxeo, otros futbol y todos, casi todos, beisbol. Edgar es ave raris. Con la misma soltura y sabiduría habla de futbol, beisbol, boxeo, tenis, ciclismo, motociclismo, igual diserta sobre política, deporte mundial y da cuenta de los sin sabores cotidianos que confronta la pobretería.

Con decisión se ha esmerado en imponer su estilo literario y con obcecación se ha dado a la tarea de imponer su sello. Para que su nombre perdure debe escribir de tal manera que los hechos cotidianos no devoren su prosa. El periodismo tiene atado su cordón umbilical con lo perecedero. Solo cuando los periodistas se imponen la tarea de convertir cada uno de sus escritos en una pieza trascedente logran que sus crónicas se conviertan en invaluables documentos. Aun así muchas veces tienen que reescribir sus escritos. Las lecciones de Kapuscinski saltan a la vista. A la par de sus despachos internacionales, siempre tomó tiempo para escribir para la posteridad. En Edgar existe una vocación casi enfermiza para que sus escritos no se agoten una vez concluido el día. Ese espíritu anima su prosa.

Uno percibe hacia donde orienta sus intereses cuando establece comparaciones entre sus escritores más queridos y admirados. Entre el libro de Javier Marías, Salvajes y sentimentales y letras de futbol (2000), proseguido de una segunda edición en 2010 donde incorporó treinta nuevos ensayos y el texto de Eduardo Galeano Futbol a sol y sombra y otros escritos (1995) y sus distintas ampliaciones, Tijerino prefiere al uruguayo. La razón es obvia. El español trata que sus lectores comprendamos que sabe futbol, Galeano prefiere hacer gambetas, lanzar chilenas, disparar al arco y realizar quiebres de cintura con el lenguaje. Una escogencia muy a tono con su temperamento de escritor. Galeano sabe tanto de futbol como Marías. Nada más que Galeano creyó necesario “pedir a las palabras lo que la pelota, tan deseada, me había negado”.

Debemos sentirnos orgullosos de tener un cronista deportivo de la talla de Edgar Tijerino. Con el paso del tiempo el interés por depurar su prosa se ha acrecentado. Si a mi padre, Guillermo Rothschuh Tablada correspondió dar el disparo de salida a la vertiginosa carrera de escritor de Edgar Tijerino, una amistad fundada en el respeto y admiración, confesiones y complicidades me permiten testimoniar su valía de escritor. Nadie pone en duda los grandes méritos que lo condujeron al Salón de la Fama del Deporte de Nicaragua. De Cayaso a Nemesio (2012), salda deudas con las viejas y nuevas glorias que han enaltecido el beisbol y hace un reconocimiento explícito a Carlos García, el dirigente más connotado de una práctica deportiva que necesita reinventarse, para alcanzar las alturas de otros tiempos. ¡A su magisterio atengámonos!

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