Cada vez que interrogan a Edgar
Tijerino dónde se siente más a gusto, si en la televisión, la radio o la prensa
escrita, siempre ofrece la misma respuesta. No se cansa de repetir, como si
fuese una lección aprendida o de un estribillo, que se siente más cómodo
nadando sobre el universo sin fin de la palabra impresa. Una pasión absorbente
marca el ritmo de sus días y sus noches. Es sobre el teclado de la computadora
donde se siente más firme y seguro. Disipada la angustia de la pantalla en
blanco, ejerce el oficio de cronista deportivo con la misma fogosidad y
entusiasmo del primer día. Una idéntica obsesión como la que inquietaba al
minotauro, consume su energía y atormenta su pluma. Salir del airoso del laberinto,
sin haber recibido siquiera una estocada.
El medio fondista no había empezado a
correr cuando el poeta develó la estela resplandeciente que dejaría su paso por
el mundo encantado del deporte. La firmeza con que imprimía sus huellas y la convicción
con que esculpía sus primeros trazos, llevó a mi padre a certificar su registro
de nacimiento. Cuando Tijerino apenas daba sus primeros pasos, -¿estímulo y
desafío?- afirmó que pasaba “del tablero
de ajedrez a la máquina de escribir con la misma destreza con que toma la
raqueta y a la pluma vuelve para verternos –sudor y aliento- las múltiples
escenas vividas u observadas en el cuadrilátero, la cancha o el estadio”, dándole “a
las palabras su conveniente peso”. Para el especialista en literatura,
diestro cazatalentos de grandes ligas, no
fue tarea difícil descubrir
la veta inagotable de su candente prosa. Alta llama que nos ilumina a todos.
Desde entonces Edgar Tijerino se
dedicó con esmero a construir, con la misma deleitación que sienten los artistas,
su propio edificio literario. En cada crónica estampó su estilo. Piedra, arena,
cemento, arcilla y hierro, fueron las bases que utilizó para moldear su
estructura granítica. Sobre las paredes dibujó arabescos y en sus vitrales escribe
los nombres de cada uno de los portentos que han venido alimentando su
insaciable sed. Alzó la mirada y encontró en el nuevo periodismo
estadounidense, alimento para su voz, recursos e imágenes para tallar su propio
estilo. Norman Mailer, Tom Wolfe, Truman Capote y Guy Talase, marcaron el
camino. En García Márquez encontró plena justificación para el uso desmesurado
de la desmesurada hipérbole. Una constante de la que no se separa ni para tomar
respiro.
Sabedor que la musa de los escritores
son sus grandes lecturas, fue más allá de las novelas de Carpentier, Cortázar,
Sábato, Fuentes, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Donoso, Edwards, Chávez Alfaro,
Ramírez, Allende, para citar unos cuantos y buscó en la poesía de nuestro bardo
mayor metáforas deslumbrantes para reforzar su prosa, pulcritud, dicha y
pesadumbre, sitiando, citando a nuestro inmortal Darío. Se metió a escudriñar
la obra literaria de Pablo Antonio Cuadra y no contento aún cayó seducido ante
los ensayos de Jorge Luis Borges. Encontró en sus páginas agua para mitigar su
espanto y suficientes razones para continuar su larga caminata. Tuvo que recrear su vista sobre este anchuroso
mural. En la escritura todos somos hijos y deudores. Larga es la ascendencia de
Edgar Tijerino.
Si las deudas de Edgar Tijerino son
muchísimas, vasta resulta su
amplia descendencia. Padre de prole numerosa, hasta en los que niegan
paternidad alguna, las rayas sanguíneas delatan su herencia. Desde que Edgar
irrumpió en el firmamento de la crónica deportiva asentó su liderazgo. Con
velocidad plusmarquista tumbó marcas, contagió escenarios y desbordó cauces.
Cronista deportivo es quien sabe de deportes. Aunque conviene decir que en
Nicaragua los cronistas deportivos son pocos, muy pocos. Unos saben de boxeo,
otros futbol y todos, casi todos, beisbol. Edgar es ave raris. Con la misma soltura y sabiduría habla de futbol,
beisbol, boxeo, tenis, ciclismo, motociclismo, igual diserta sobre política,
deporte mundial y da cuenta de los sin sabores cotidianos que confronta la
pobretería.
Con decisión se ha esmerado en imponer
su estilo literario y con obcecación se ha dado a la tarea de imponer su sello.
Para que su nombre perdure debe escribir de tal manera que los hechos
cotidianos no devoren su prosa. El periodismo tiene atado su cordón umbilical
con lo perecedero. Solo cuando los periodistas se imponen la tarea de convertir
cada uno de sus escritos en una pieza trascedente logran que sus crónicas se
conviertan en invaluables documentos. Aun así muchas veces tienen que
reescribir sus escritos. Las lecciones de Kapuscinski saltan a la vista. A la
par de sus despachos internacionales, siempre tomó tiempo para escribir para la
posteridad. En Edgar existe una vocación casi enfermiza para que sus escritos
no se agoten una vez concluido el día. Ese espíritu anima su prosa.
Uno percibe hacia donde orienta sus
intereses cuando establece comparaciones entre sus escritores más queridos y admirados.
Entre el libro de Javier Marías, Salvajes
y sentimentales y letras de futbol (2000), proseguido de una segunda
edición en 2010 donde incorporó treinta nuevos ensayos y el texto de Eduardo
Galeano Futbol a sol y sombra y otros
escritos (1995) y sus distintas ampliaciones, Tijerino prefiere al
uruguayo. La razón es obvia. El español trata que sus lectores comprendamos que
sabe futbol, Galeano prefiere hacer gambetas, lanzar chilenas, disparar al arco
y realizar quiebres de cintura con el lenguaje. Una escogencia muy a tono con
su temperamento de escritor. Galeano sabe tanto de futbol como Marías. Nada más
que Galeano creyó necesario “pedir a las
palabras lo que la pelota, tan deseada, me había negado”.
Debemos sentirnos orgullosos de tener
un cronista deportivo de la talla de Edgar Tijerino. Con el paso del tiempo el
interés por depurar su prosa se ha acrecentado. Si a mi padre, Guillermo
Rothschuh Tablada correspondió dar el disparo de salida a la vertiginosa
carrera de escritor de Edgar Tijerino, una amistad fundada en el respeto y
admiración, confesiones y complicidades me permiten testimoniar su valía de
escritor. Nadie pone en duda los grandes méritos que lo condujeron al Salón de
la Fama del Deporte de Nicaragua. De
Cayaso a Nemesio (2012), salda deudas con las viejas y nuevas glorias que
han enaltecido el beisbol y hace un reconocimiento explícito a Carlos García,
el dirigente más connotado de una práctica deportiva que necesita reinventarse,
para alcanzar las alturas de otros tiempos. ¡A su magisterio atengámonos!