A
partir de cuarto año de bachillerato tuve la sensación de ser arrollado por un
torbellino pasional. El descubrimiento de la filosofía me mantuvo en vilo
durante todo el año, el conocimiento de la historia de Nicaragua se manifestó
cautivante y la literatura seguía atrayéndome como una aguja imantada. Estaba
atrapado por tres corrientes electrizantes. La angustia existencial la dirimí a
favor de las ciencias sociales. Creí que había descubierto para siempre el eje
de gravitación de mi vida. Saldé cuentas con la literatura, con resolución
regalé a mi padre mis libros sobre el tema, parte de los cuales él mismo me
había obsequiado. Enrumbé mi entusiasmo por los senderos de la sociología. Me
sentí pleno y reconfortado.
Al
concluir mis estudios de derecho en la Universidad Centroamericana, seguía
apostando a favor de la sociología, no obstante de sostener amores furtivos con
la creación literaria. Alternaba mis lecturas sociológicas manteniendo
relaciones clandestinas con la literatura. Interesado en continuar estudiando
marché a México. Vivía otro desencuentro, había mudado de preferencias. Sentía
predilección especial por la Economía Política, me matriculé en esta disciplina
en la Universidad Nacional Autónoma de México y Kiko Báez me ayudó a sortear
los laberintos de la burocracia universitaria. Al mes ponía los pies en
Nicaragua y cuatro años después regresé a la UNAM a estudiar comunicación.
Durante
los dos primeros años en Cuidad México, mi gusto por la literatura siguió
ocupando un lugar privilegiado. Con cierto pudor fui rehaciendo mi biblioteca
literaria. Los estudios de comunicación en vez de enfriar mi ánimo, lo
acrecentaron. Mis primeros maestros en el campo de la comunicación, Antonio
Gramsci, Armand Mattelart, Jesús Martín Barbero y Ludovico Silva, mancomunados
en una complicidad absoluta, ratificaron que el viaje emprendido a través del
universo encantado de la literatura era más que acertado. Para esa misma época
Roland Barthes y Tzvetan Todorov, me revelaron que todas las disciplinas están
contenidas en el movimiento literario.
La
literatura mantiene un parentesco inobjetable con la comunicación. Los géneros
que más contribuyeron a incrementar la circulación de los periódicos, el número
de radioescuchas y televidentes, provienen del campo de la literatura. El
folletín, las radionovelas y telenovelas, son hijas del melodrama y de ipegüe,
¿qué vínculos imagina usted pueden existir entre el folletín y las gloriosas
barricadas en París de 1848? Contrariando el análisis marxista, Los misterios de Paris (1845), fue vital
para que los obreros tomaran conciencia de su condición de explotados. En Socialismo y consolación (1974), Umberto
Eco nos muestra con entusiasmo la culpa que asiste a Eugenio Sue en la revuelta
parisina.
Las
telenovelas brasileñas tuvieron como primer referente a Jorge Amado, uno de sus
más grandes escritores. ¿Cómo entonces darle la espalda a la literatura? Con
regocijo celebro que Puntos sobre las Íes,
presentado en sociedad por Carlos F Chamorro, cuyo desembarco en el periodismo
se produjo a raíz del asesinato a mansalva de su padre, el periodista nicaragüense
más emblemático del siglo pasado, haya tenido como escenario la Librería Literato. El muralista mexicano
Diego Rivera también tuvo varios amores. Con cierta ironía me sopló al oído: Con la mano derecha pinto retratos que me
dan de comer, con la izquierda pinto los murales a través de los cuales me
realizo como ser humano. Igual me pasa a mí, pero en menor grado.
Puntos sobre las Íes es un libro celebratorio.
Presa de los arrebatos de la sociología y la economía política, hace treinta y
cinco años escribí en coautoría con Eddy Matute Ruiz, Notas sobre acumulación de capital, control natal y desarrollo del
Estado en Nicaragua (1977). Años antes Orlando Núñez lamentó que mis
escritos sociológicos estuviesen impregnados de literatura. Al despuntar los
noventa publicó Sábado de Gloria
(1990), novela con que debutó en las letras nacionales. Aún con la afinidad que
tiene con su texto sociológico Insurrección
de la conciencia, rompió con su manera de enjuiciar al ser humano, al bucear
el subconsciente y recrear nuestras obsesiones y veleidades.
Cuando
Núñez presentó su novela ya había conciliado mi corazón escindido. Me había hecho
el propósito irrenunciable de revisar los supuestos que alimentaban mis sueños.
La obra con que inicio el decenio de los noventa, Volver a empezar, significó mi reencuentro con la literatura, lo
acontecido en el mundo exigía buscar nuevas claves de lectura y retorné a
Juigalpa. El epígrafe que adelanté, “… no
se cambia de raíces con solo cambiar de ciudad, se sigue viviendo donde se ha
descubierto el mundo”, lo debo al genio de Emir Rodríguez Monegal. Volver a
mis raíces significaba también retornar a la literatura de donde había
desertado de manera vergonzante.
Si
revisan los veintitantos libros escritos durante estos años, se percataran que
siempre incluyo un apartado sobre literatura. Durante este año (2012), he
mantenido una columna en la Revista Éxito,
que circula en Juigalpa, donde abordo temas relacionados con la provincia
ganadera y en Confidencial alterno
mis trabajos sobre comunicación con recensiones literarias. Jesús Martín
Barbero me invito a seguir por este camino. Volver
a empezar le pareció lo más atinado. Los estudios de comunicación
posibilitaron ajustar mis grandes pasiones. Marx y Barthes insisten que la
literatura radica en el arte de la escritura. Ludovico Silva y Franz Mehring vendrían
a ratificármelo después.
Entre
los sueños desaforados de Julio Verne y las conquistas alcanzadas por el ser
humano existen plena coincidencia. El francés confirmó que es más prodigiosa la
imaginación literaria que la imaginación científica. Cuando el Apolo 11 alunizó
el 20 de julio de 1969 teniendo como tripulantes a Neil Armstrong y Edwin
Aldrin, Julio Verne había concebido un siglo atrás, lo que la ciencia y la
tecnología se encargarían de reproducir durante el Siglo XX. La literatura una
vez más al principio y final de todo lo maravilloso y extraordinario que
acontece en nuestras vidas. Internet sintetiza en todo su esplendor el
surgimiento de un nuevo lenguaje, la aparición de una nueva sensibilidad y nuevas
posibilidades de escritura.
La
fascinación por el estudio de la comunicación dejó de provocar desencuentros
entre los tres universos que conjugan mi existencia: la literatura, la
sociología y el apego a mi terruño. En
Puntos sobre las Íes asumo la condición de cronista de uno de los momentos
más críticos para la práctica de un periodismo que responda plenamente a las
demandas y expectativas de la sociedad nicaragüense. Solo a riesgo de
precipitarnos al abismo podemos dar la espalda a todo lo que acontece en el
ámbito de la comunicación. Puntos sobre
las Íes es una enorme metáfora sobre el presente y el futuro de la comunicación
en Nicaragua. Ni más, ni menos. Cuando lo lean comprenderán que digo la verdad
y nada más que la verdad.