domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Cuál patria?


La celeridad con que muchos conceptos y categorías caducaron o están dejando de significar lo que un día representaban forman parte de los tiempos que corren. En la medida que la globalización avanza a pasos agigantados estos se derrumban. Su trascendencia oscurece el horizonte. Ante los asedios y golpes recibidos muchas almas se espantan. Presas de colonialismo mental no se detienen siquiera a examinar la validez absoluta con que son presentadas las nuevas propuestas para entender lo que ocurre en nuestro entorno. Cierran espacio a la duda. La época de cambios que vivimos pretender hacer tabla rasa del pasado. Nadie discute la realidad de estas transformaciones. Son a veces tan contundentes como para no percibir como desencajan la fisonomía y el entramado de nuestras sociedades.

Aflige la aceptación pusilánime sin mediaciones ni coladores. Damos como verdad irrefutable todo el andamiaje ideológico y cultural pacientemente construido para justificar la embestida. La reconfiguración del mundo plantea la necesidad de elaborar nuevos cuerpos teóricos. Especialmente en el campo de la comunicación. Se requieren otras explicaciones que den cuenta de los nuevos fenómenos, su verdadero alcance, la forma vertiginosa, persuasiva y envolvente con que tejen la urdimbre para justificar su redespliegue universal. Son los abanderados del presente. Toda visión retrospectiva e introspectiva resulta sospechosa. El nuevo modelo de sociedad -por los encadenamientos que genera- pareciera ser único. Las voces disidentes llamando a la cordura resultan pasadas de moda.

Nada habría ya que oponer al nuevo esquema civilizatorio. Sus artífices reclaman vía libre, ninguna interferencia para sus sueños mesiánicos. El avance científico y estupendos logros en la medicina, apenas constituyen el preludio de las transformaciones en marcha. La conquista del espacio, la cartografía minuciosa del genoma humano, los avances en las telecomunicaciones, la electrónica, la biología, la nanotecnología, la redefinición del Estado, el rebasamiento de las fronteras, la urgencia porque entendamos los encasillamientos que provoca el concepto de soberanía, ese corsé que hay que romper cuanto antes, para sentirnos más libres y liberados, son eslabones discursivos suficientemente convincentes como para dejar en sus manos la remodelación del porvenir.

Entre menos oposición exista de nuestra parte con mayor celeridad y menos traumático resultará la construcción del nuevo albergue social, económico, político, educativo y cultural en proceso de construcción. Las promesas de feria resultan cautivantes. Al dispositivo mediático, con su juego de luces y colores, corresponde persuadir acerca de las bondades irreversibles que se perfilan en el escenario. Las comunicaciones satelitales irradian la buena nueva. Lo que ha logrado y sigue logrando Hollywood no admite parangón. Sin objeciones ha resultado el mejor dispositivo para la diseminación de estas novedades. Su carácter estratégico resulta irrefutable. Con lenguaje lúdico y sensual resulta una prodigiosa máquina para promover ensoñaciones. Atrae y encanta. Seduce y hechiza.  

El primer asomo del quiebre conceptual dirigido a persuadirnos que nos encontrábamos en otro momento de la historia salió de los surtidores de Hollywood. Con esa propensión que tiene el cine de adelantarse varios pasos, Network (1976) anunció el ocaso del concepto de patria y el advenimiento de una era comandada por las grandes empresas transnacionales. Embrujado por el magnetismo y ascendiente conseguido ante los televidentes, el agorero de los tiempos que se avecinan (Peter Finch), sucumbe ante sus propias diatribas. Llamado al orden por los verdaderos amos de la televisión esa otra caja mágica, opta desesperado por suicidarse frente a las cámaras. El tiempo de la IBM y la EXXON  había llegado.

Alvin y Heidi Toffler
Después vendrían los Toffler a reforzar los anatemas creados para triturar y demoler cualquier vestigio o reminiscencia vinculada con el concepto de patria. Mi retorno a las aulas me ha permitido corroborar la efectividad de estas nuevas narrativas. La mañana del 4 de julio (2013), mientras manejaba rumbo a la universidad, un joven DJ ofrecía entradas al cine a cambio de responderle acertadamente qué acontecimiento se celebraba en esa fecha. De manera incontrastable el desfile de respuestas era certero. ¡Hoy se celebra el día de la independencia de Estados Unidos! ¡Bravo! Ahora dígame ¿qué se celebra el 14 de septiembre en Nicaragua? El silencio hirió la sensibilidad del conductor del programa radial. ¡Idiay! ¡No me diga que no sabe! De golpe me regresó al pasado.

En una ocasión durante una entrevista brindada a La Prensa me mofé de las explicaciones que mis profesoras de primaria daban sobre el significado y trascendencia del 14 y 15 de septiembre. Me enseñaron a recitar como una letanía insufrible la derrota de las huestes filibusteras comandadas por William Walker y la independencia de España sin ningún sentido crítico. Con el tiempo estas versiones me resultaban pobres y desabridas. No me detuve a reparar que sus enseñanzas por muy simplistas que fuesen, en sus pliegues vibraba un sentido nacionalista. Un auténtico sentido de nicaraguanidad. Un aleteo de patria. Severo Martínez Peláez se había encargado derribar los fetiches con que aderezaban sus explicaciones. La patria del criollo (1970), fue un descubrimiento luminoso, esclarecedor.  

Con el propósito de quitarme el sabor amargo que me había quedado en el paladar, pregunté a mi veintena de alumnos de Historia de la Comunicación (UCC), en qué año había sido descubierta Nicaragua. Nadie supo decirlo. Luego indagué qué efemérides celebrábamos el 14 de septiembre y el silencio fue total. ¿Qué ocurrió en 1821? Se quedaron viendo, hurgaron su memoria. Tampoco supieron responderme. ¿Las respuestas contundentes sobre sus deseos de marcharse del país si pudieran hacerlo indican que ningún lazo afectivo los une a esta tierra? ¿El desarraigo es mayor de lo que pensamos? ¿Se reconocen ciudadanos del mundo? ¿La entrega de la soberanía al empresario chino Wang Jing no es suficientemente ilustrativa? ¿Vivimos en Nicaragua la posthistoria?

Si algo caló mi conciencia en tiempos de globalización mientras recorría Miami, Washington y New York, vino a ser el culto que profesan por su historia. Nacional y local. Cada recodo, río, afluente, calle, barrio o ciudad, encierra un episodio que merece conocerse, contarse y tener en cuenta. Centenares de guías turísticos repiten incesantemente los mismos estribillos como una manera de recordar quiénes son, dónde están y hacia dónde van. Potomac, Washington Memorial, Newseum, Holocaust Museum, Hudson, Manhattan, Elis Island, Broadway, Empire State, Rockefeller Center, y World Trade Center, donde alzaban victoriosas sus cumbres las Torres Gemelas, símbolo irreductible de su pujanza financiera, está siendo reconstruido y convertido en centro de peregrinación. Su existencia sigue siendo artículo de fe.

Mientras tanto insisto, seguimos dimitiendo en un campo vital para nuestra existencia como país, con una historia propia y singular. Una historia que merece aprenderse y contarse de manera desprejuiciada. No como ha ocurrido hasta ahora. Partido político que llega al poder -incluyendo el actual- desconoce y rehace las realizaciones de sus antecesores. ¿Cómo pretender que los jóvenes tengan sentido de patria? Nicaragua está en venta desde los noventa del siglo pasado. La política de fronteras abiertas es un obsceno espectáculo auspiciado por los gobernantes. Granada, la ciudad colonial, un enclave turístico extranjero, el sueño del canal interoceánico, una pesadilla, las tierras de Matagalpa y Chontales, dejaron de ser nuestras. ¡Estamos desarmados frente a la embestida foránea! ¿Soy iluso? ¿Un demodé?         





    

               

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