Como cada quien es dueño de sus predilecciones, me
animo adelantar que mi gusto por la lectura se ha acrecentado durante el último
año. La ventaja es que ahora leo por placer como se debería leer siempre. Confieso
que son raras las novelas que me han capturado y subyugado. ¿Será que llegó el
momento de dedicarme a la relectura? Temo hacerlo. Me parece que si alguien no
encuentra goce, deleite, nuevas propuestas en los noveles escritores, podría
ser considerado no solo como pasado de moda, también que no logra enlazarse con
las nuevas sensibilidades. Uno debe esmerarse por conectarse con los nuevos
narradores. ¿No será más bien que mi sensibilidad se ha venido decantando de
tal manera que ahora son muy pocas las obras y autores que logran cautivarme?
Si nos atenemos al criterio de los grandes escritores tendríamos que estar
releyendo constantemente. Una recomendación cuya virtuosidad he comprobado las
veces que he tenido que releer a mis dioses tutelares.
Rayuela (1963) seguirá encandilando a los jóvenes más allá de
todo límite espacial y temporal. Después de medio siglo de haber aparecido su
lectura se acrecienta. La guerra del fin
del mundo (1981) una apuesta para demostrar lo grande que era Mario Vargas Llosa,
al tener que salirse de su entorno y fabular sobre el fanatismo religioso, un cáncer persistente en todas las épocas. Cien años de soledad (1967) pesa tanto
que la generación postboom sigue
denostando contra ella, prueba que continúan leyéndola. Pedro Páramo (1955) y La
muerte de Artemio Cruz (1962), prosiguen desafiando el tiempo y la
imaginación. El viejo y el mar
(1952), un dechado de escritura. Un puñado de obras y autores que he releído
varias veces por puro placer. Igual hice con William Faulkner. Deseaba
reencontrarme con las raíces y abrevar en las aguas diáfanas en las que se habían
bañado infinitas veces la mayoría de los escritores latinoamericanos que me
provocan dentera.
Entre las últimas obras que he leído, Los enamoramientos (2011) de Javier
Marías, El tango de la guardia vieja
(2012), y la más reciente, La invención
del amor, (Premio Alfaguara de Novela 2013), para citar tres escritores
laureados, compruebo que tienen la propensión de centrar parte sustancial de
sus narrativas en el tema amoroso. Lejos de la tragedia que atormenta la vida
de millares de españoles, pareciera que no logran conectarse con las
vicisitudes históricas, el drama político, la corrupción y el desempleo que
campean en su país. Ni siquiera de soslayo lo introducen. Se han instalado en
la comodidad de contar las truculencias, enredos y traiciones que afligen a
distintas parejas. ¿Sería demasiado riesgoso afirmar que han caído rendidos
ante los apremios convencionales de la novela comercial? ¿A qué atribuir
entonces esa inclinación? Al menos Pérez-Reverte traspasa fronteras y urde
tramas más complejas.
La obra ganadora este año se debe a la autoría de José
Ovejero, ganador de varios premios nacionales en España. La invención del amor es una novela simplista. Una llamada
telefónica hecha a quien no se debía da pié a la historia. Contada en primera
persona, teje una urdimbre fácil de desmadejar. Lineal para no tener que
fatigar la marcha de la escritura. Esa resolución en el manejo del tiempo resta
fuerza a su propuesta. No utiliza recursos narrativos que nos obliguen a seguir
por callejones insospechados. Samuel recibe una llamada de Luis anunciándole la
muerte de Clara. Inicia la farsa. Decide suplantar al verdadero Samuel quien
hilvana ante Carina, hermana de la fallecida, una historia de vida que
desconoce. Carina quería saber cómo era realmente su hermana. El acercamiento
se traduce en la invención de una vida. En la invención del amor. Incluso el
otro Samuel cuenta cómo era Clara.
Por mucho que quise apartar mi mirada de la forma que presentaba
sus ficciones Corín Tellado no pude. En el despertar de mi adolescencia leí sus
novelas con fruición enajenada. Una lectura compartida con millones de lectores
de habla hispana. No temo decir que la leí como ocurre con Mario Vargas Llosa. Pese
rendir homenaje a su portentosa creatividad el peruano expresa que nunca la
leyó. El reconocimiento que hace a su legado ratifica la aceptación unánime que
gozó. "... gracias a ella, cientos de miles, acaso millones de personas que jamás
hubieran abierto un libro de otra manera, leyeron, fantasearon, se emocionaron
y lloraron y por un rato o unas horas vivieron la experiencia maravillosa de la
ficción... fue probablemente la última escribidora popular, en el sentido más
cabal de la palabra, la que llevó una variante (fácil, elemental, sensiblera y
truculenta, ya lo sé) de la literatura al vasto pueblo, ese que no entra jamás
a las librerías y pasa como sobre ascuas por las secciones culturales de las
revistas, y piensa que la literatura seria es larga y soporífera".
¿La auténtica y verdadera literatura estará
desapareciendo? La actual se está deslizando por una pendiente peligrosa. El
mercado no quiere complicaciones. Obras que muestren la mugre que consume a
millones de personas. La cara odiosa de la guerra y las ganancias multimillonarias
que obtienen los fabricantes de armas. Tres
hombres y una mujer (1927) está llena de sensiblería. Hay diálogos que
muestran la cursilería que incurren los amantes, retrata la posguerra. El
desempleo y la desolación en Alemania, las heridas incurables de la guerra y
las primeras persecuciones de los judíos. La
invención del amor es intemporal. Pudo ocurrir en cualquier país en
cualquier momento del presente. No antes ni después. Madame Bovary (1857) solo pudo ocurrir en Ruan. Exalta la seducción
que provoca la lectura de los libros románticos. El drama continúa convocando a
lectores de distintas épocas. Tampoco vengas con exageraciones me objetaran
algunos.
Signo de los tiempos que corren la mayoría
de los novelistas actuales se acercan cada vez más peligrosamente al happy end. Están más próximas a Paulo
Coelho. Tienden más aquietar que a subvertir. Los autores españoles gustan
citar marcas de carros, perfumes, playas, ropas, joyas. Sin pretenderlo están
espigando en un campo minado. Sobre ese terreno aró su obra, recogió los frutos
y se transformó en una autora singular Corín Tellado. Son sus herederos lo
quieran o no. ¿La habrán leído? Todavía tienen tiempo de hacerlo. Solo basta
adentrarse en su territorio para comprobar que las afinidades son más grandes
de lo que podíamos suponer. Ni épica ni tragedia. Puro divertimento. La invención del amor es una novela
menor. Abrigo dudas. ¿Todas las obras enviadas a concursar este año trataban
temas similares o más bien el jurado prefirió ser consecuente con los
requerimientos que dictan los tratantes de comercio?