lunes, 13 de enero de 2014

Jesús, el buey y la mula


A la niña Elvirita,
quien está en el cielo.

La aparición del tercer libro del Papa Benedicto XVI La Infancia de Jesús (Librería Editorial Vaticana- Editorial Rizzoli- Editorial Planeta -2012) no acababa de ser presentado cuando desató una ola de asombro en el universo cristiano. Se dijo que el Sumo Pontífice había expulsado para siempre del pesebre en que nació Jesús al buey y la mula. Con velocidad geométrica la noticia dio vuelta al mundo. Algunos especialistas dijeron que era mentira. Una enorme falsedad. En lo que coincidían era que el Papa señalaba que en el Evangelio “no se habla de animales”. Todo se debía a la iconografía cristiana. Dado que el pesebre es el lugar donde comen los animales, habían tenido el acierto de “colmar esa laguna”. Él no les sacaba de ahí más bien apuntó que nunca estuvieron en ese lugar.

Se quiera o no Benedicto XVI hacía una afirmación que entraba en contradicción con la tradición católica. En el texto aludido solo en una página hace mención de la mula y el buey. No era la primera vez que me veía estremecido por una afirmación vertida por el más alto representante de la grey católica. En 1969 en la reforma encabezada por el Papa Pablo VI varios santos fueron purgados bajo el argumento que nunca habían existido. ¿Por qué tardaron tanto tiempo para darse cuenta que no eran santas y santos? La sacudida alcanzó a treinta y tres divinidades. ¿Un número emblemático? ¿Una expresión simbólica? Desconozco si fue pura casualidad que el número de santos expulsados coincidiera con la edad que Jesús fue hostigado, lapidado y asesinado de manera inmisericorde en la cruz.

Imposible dejar de sorprenderme por la decisión adoptada. La mayoría de los santos depuestos eran venerados y reverenciados por la feligresía católica. Muchos creyentes objetaron que se trataba de una expulsión de santos muy populares. Sin duda alguna la alta jerarquía estaba convencida que generaría reacciones encontradas. Entre los decapitados figuraban San Valentín, San Cristóbal, San Jorge, Santa Verónica, Santa Úrsula y Santa Bárbara. Santas y santos a los que se habían encomendado toda su vida millones de feligreses eran desconocidos y eliminados del santoral católico. San Valentín sigue siendo acompañante fiel de los enamorados. Todos los 14 de febrero es festejado. ¿Cómo conciliar fe con la verdad de lo acontecido? ¿De qué manera persuadirlos de la justeza de esta decisión?

¿A qué tipo de argumentos recurrir para convencerles que lo hacían bajo la convicción que trataban de ajustarse a los hechos? ¿Acaso la iglesia no había incurrido en  despropósitos más graves por los cuáles le seguían cobrando un enorme precio? Su acción debería interpretarse como una manifestación responsable. El mismísimo Vaticano asumía los sinsabores y dolores de cabeza que provocaba esta medida. Debió ser pensada y requeté pensada. Los primeros en sentirse molestos, casi defraudados fueron los choferes. En los viejos y destartalados Hillman los choferes de Managua traían colgado sobre el espejo retrovisor la imagen protectora de San Cristóbal. Todos los días buseros y camioneros de todo el orbe antes de viajar encomendaban sus vidas y besaban la imagen venerada de su benefactor. ¿Seguirán haciéndolo?

Con lo ocurrido con Giordano Bruno, quemado en la hoguera y Galileo Galilei enfrentado con la curia romana por sus descubrimientos científicos, la iglesia no quería enfrentar situaciones parecidas. Por no haber aceptado que la tierra era la que se movía y que el sol era el centro del universo la sigue pagando caro. Continúa haciendo esfuerzos por lograr la reconciliación entre ciencia y fe. Benedicto XVI tuvo cautela y sensibilidad para no entrar en contradicción con prácticas milenarias. El buey y la mula forman parte del ritual católico. Crecí en una provincia ganadera donde continúa rindiéndose culto al Niño Dios. Todavía se resisten aceptar a Santa Claus. Las embestidas de los comerciantes no han sido suficientes para dar de baja a las festividades que se realizan todos los 24 de diciembre. ¿Cuánto tiempo durará esta oposición?

Mi niñez transcurrió entre cánticos, rezos y pastorelas, con olor a madroño, madrugadas en la vieja parroquia llenas de alabanzas y cantos, vivía a escasos metros de donde se hacían estas celebraciones. En las casas las disputas eran por ver quién realizaba el mejor arreglo para rendir tributo al Niño Jesús. Alcanzaban toda Juigalpa. Las salas transformadas en inmensos paisajes celebratorios. Los pesebres construidos de madera con techos de zacate. A los lados el buey y la mula pastando en espera de su arribo a la tierra. La estrella de Belén y los Reyes Magos en prudente distancia. Pequeñas luces y guirnaldas de diversos colores daban esplendor festejando su llegada. Las romerías por la ciudad estaban encaminadas apreciar y juzgar el mejor nacimiento. La alegría y alborozo cundía en los hogares.

Las cartas al Niño Dios tenían que ser escritas de nuestro puño y letra. No había necesidad de entregarlas al cartero, bastaba con ponerlas bajo nuestra almohada. Durante todo el año nuestros padres nos recordaban que según nos comportáramos íbamos a ser compensados. En voz alta dejábamos saber qué nos gustaría recibir. Mi primera bicicleta me la trajo el Niño Dios. Mi madre nos mandó a dormir temprano. Si estábamos despiertos no iba a poder dejarnos sus regalos. Me dormí con la ilusión de encontrarla al pie de mi cama. Tenía miedo que no pudiera leer mis cacaraño. Aunque no debía preocuparme. Él podía descifrar las letras más enrevesadas. ¡Cuánta dicha y alegría! Me trajo todo lo que le pedí. Igual a Jorge Eliécer. ¡Me sentí dichoso! Esa misma mañanita le quité las dos pequeñas ruedas. ¡Me creía un gigante!

El nacimiento de Doña Anita Jerez Tablada, causaba admiración, cada año lo agrandaba como manifestación de agradecimiento y tributo al Rey de Reyes. Una baranda de madera apenas nos separaba de aquel universo encantado. Centenares de personas se agolpaban para apreciar sus decorados. Sonia Villanueva y Nelly Abaunza se esmeraban en los arreglos como expresión de fe y alegría. La Niña María Almanza y la Rosa dolores Báez en la Cruz Verde, Luis Larios y Celita Castrillo en Palo Solo,  halagadas de saber que sus nacimientos eran elogiados. El reconocimiento bastaba para llevar paz y alegría a sus corazones. Cada diciembre podíamos apreciar nuevos adornos, mejor iluminación, mayor colorido; amplitud y decoración eran su mayor preocupación. Sentían que era la mejor forma de dar gracias y recibir al Niño Jesús.

No sé cómo habrán reaccionado en el resto del país ante lo afirmado por Benedicto XVI. En Juigalpa nadie se dio por enterado. Sigo preguntándome, ¿lo supieron y se hicieron los desentendidos? La decisión no surtió ningún efecto. En todas las casas las celebraciones navideñas siguieron igual que antes. Junto al pesebre como acostumbraban estaban el buey y la mula. ¿Se habría sentido mal la niña Elvirita? Todavía la diviso alegre como nadie frente a su pesebre miniatura, forrado de vidrio por los cuatro costados, con dos primorosas figuras, el buey y la mula, calentando con su vaho al Niño Jesús, según me decía para evitar que se resfriara. Los fríos de diciembre podían enfermarle. Por eso estaban ahí a su lado acompañándole esos dos animalitos. También ellos estaban alegres, muy contentos por su arribo a la tierra.