A la niña Elvirita,
quien está en el cielo.
La
aparición del tercer libro del Papa Benedicto XVI La Infancia de Jesús (Librería Editorial Vaticana- Editorial
Rizzoli- Editorial Planeta -2012) no acababa de ser presentado cuando desató
una ola de asombro en el universo cristiano. Se dijo que el Sumo Pontífice
había expulsado para siempre del pesebre en que nació Jesús al buey y la mula.
Con velocidad geométrica la noticia dio vuelta al mundo. Algunos especialistas
dijeron que era mentira. Una enorme falsedad. En lo que coincidían era que el
Papa señalaba que en el Evangelio “no se
habla de animales”. Todo se debía a la iconografía cristiana. Dado que el
pesebre es el lugar donde comen los animales, habían tenido el acierto de “colmar esa laguna”. Él no les sacaba de
ahí más bien apuntó que nunca estuvieron en ese lugar.
Se
quiera o no Benedicto XVI hacía una afirmación que entraba en contradicción con
la tradición católica. En el texto aludido solo en una página hace mención de
la mula y el buey. No era la primera vez que me veía estremecido por una
afirmación vertida por el más alto representante de la grey católica. En 1969
en la reforma encabezada por el Papa Pablo VI varios santos fueron purgados
bajo el argumento que nunca habían existido. ¿Por qué tardaron tanto tiempo
para darse cuenta que no eran santas y santos? La sacudida alcanzó a treinta y
tres divinidades. ¿Un número emblemático? ¿Una expresión simbólica? Desconozco
si fue pura casualidad que el número de santos expulsados coincidiera con la
edad que Jesús fue hostigado, lapidado y asesinado de manera inmisericorde en
la cruz.
Imposible
dejar de sorprenderme por la decisión adoptada. La mayoría de los santos
depuestos eran venerados y reverenciados por la feligresía católica. Muchos
creyentes objetaron que se trataba de una expulsión de santos muy populares.
Sin duda alguna la alta jerarquía estaba convencida que generaría reacciones
encontradas. Entre los decapitados figuraban San Valentín, San Cristóbal, San
Jorge, Santa Verónica, Santa Úrsula y Santa Bárbara. Santas y santos a los que
se habían encomendado toda su vida millones de feligreses eran desconocidos y
eliminados del santoral católico. San Valentín sigue siendo acompañante fiel de
los enamorados. Todos los 14 de febrero es festejado. ¿Cómo conciliar fe con la
verdad de lo acontecido? ¿De qué manera persuadirlos de la justeza de esta
decisión?
¿A
qué tipo de argumentos recurrir para convencerles que lo hacían bajo la
convicción que trataban de ajustarse a los hechos? ¿Acaso la iglesia no había
incurrido en despropósitos más graves por
los cuáles le seguían cobrando un enorme precio? Su acción debería
interpretarse como una manifestación responsable. El mismísimo Vaticano asumía
los sinsabores y dolores de cabeza que provocaba esta medida. Debió ser pensada
y requeté pensada. Los primeros en sentirse molestos, casi defraudados fueron
los choferes. En los viejos y destartalados Hillman los choferes de Managua traían
colgado sobre el espejo retrovisor la imagen protectora de San Cristóbal. Todos
los días buseros y camioneros de todo el orbe antes de viajar encomendaban sus
vidas y besaban la imagen venerada de su benefactor. ¿Seguirán haciéndolo?
Con
lo ocurrido con Giordano Bruno, quemado en la hoguera y Galileo Galilei enfrentado
con la curia romana por sus descubrimientos científicos, la iglesia no quería
enfrentar situaciones parecidas. Por no haber aceptado que la tierra era la que
se movía y que el sol era el centro del universo la sigue pagando caro. Continúa
haciendo esfuerzos por lograr la reconciliación entre ciencia y fe. Benedicto
XVI tuvo cautela y sensibilidad para no entrar en contradicción con prácticas
milenarias. El buey y la mula forman parte del ritual católico. Crecí en una
provincia ganadera donde continúa rindiéndose culto al Niño Dios. Todavía se
resisten aceptar a Santa Claus. Las embestidas de los comerciantes no han sido
suficientes para dar de baja a las festividades que se realizan todos los 24 de
diciembre. ¿Cuánto tiempo durará esta oposición?
Mi
niñez transcurrió entre cánticos, rezos y pastorelas, con olor a madroño, madrugadas
en la vieja parroquia llenas de alabanzas y cantos, vivía a escasos metros de
donde se hacían estas celebraciones. En las casas las disputas eran por ver
quién realizaba el mejor arreglo para rendir tributo al Niño Jesús. Alcanzaban
toda Juigalpa. Las salas transformadas en inmensos paisajes celebratorios. Los
pesebres construidos de madera con techos de zacate. A los lados el buey y la
mula pastando en espera de su arribo a la tierra. La estrella de Belén y los
Reyes Magos en prudente distancia. Pequeñas luces y guirnaldas de diversos
colores daban esplendor festejando su llegada. Las romerías por la ciudad estaban
encaminadas apreciar y juzgar el mejor nacimiento. La alegría y alborozo cundía
en los hogares.
Las
cartas al Niño Dios tenían que ser escritas de nuestro puño y letra. No había
necesidad de entregarlas al cartero, bastaba con ponerlas bajo nuestra
almohada. Durante todo el año nuestros padres nos recordaban que según nos
comportáramos íbamos a ser compensados. En voz alta dejábamos saber qué nos
gustaría recibir. Mi primera bicicleta me la trajo el Niño Dios. Mi madre nos
mandó a dormir temprano. Si estábamos despiertos no iba a poder dejarnos sus
regalos. Me dormí con la ilusión de encontrarla al pie de mi cama. Tenía miedo
que no pudiera leer mis cacaraño. Aunque no debía preocuparme. Él podía
descifrar las letras más enrevesadas. ¡Cuánta dicha y alegría! Me trajo todo lo
que le pedí. Igual a Jorge Eliécer. ¡Me sentí dichoso! Esa misma mañanita le
quité las dos pequeñas ruedas. ¡Me creía un gigante!
El
nacimiento de Doña Anita Jerez Tablada, causaba admiración, cada año lo
agrandaba como manifestación de agradecimiento y tributo al Rey de Reyes. Una
baranda de madera apenas nos separaba de aquel universo encantado. Centenares
de personas se agolpaban para apreciar sus decorados. Sonia Villanueva y Nelly
Abaunza se esmeraban en los arreglos como expresión de fe y alegría. La Niña
María Almanza y la Rosa dolores Báez en la Cruz Verde, Luis Larios y Celita
Castrillo en Palo Solo, halagadas de
saber que sus nacimientos eran elogiados. El reconocimiento bastaba para llevar
paz y alegría a sus corazones. Cada diciembre podíamos apreciar nuevos adornos,
mejor iluminación, mayor colorido; amplitud y decoración eran su mayor
preocupación. Sentían que era la mejor forma de dar gracias y recibir al Niño Jesús.
No
sé cómo habrán reaccionado en el resto del país ante lo afirmado por Benedicto
XVI. En Juigalpa nadie se dio por enterado. Sigo preguntándome, ¿lo supieron y
se hicieron los desentendidos? La decisión no surtió ningún efecto. En todas
las casas las celebraciones navideñas siguieron igual que antes. Junto al
pesebre como acostumbraban estaban el buey y la mula. ¿Se habría sentido mal la
niña Elvirita? Todavía la diviso alegre como nadie frente a su pesebre
miniatura, forrado de vidrio por los cuatro costados, con dos primorosas
figuras, el buey y la mula, calentando con su vaho al Niño Jesús, según me
decía para evitar que se resfriara. Los fríos de diciembre podían enfermarle.
Por eso estaban ahí a su lado acompañándole esos dos animalitos. También ellos
estaban alegres, muy contentos por su arribo a la tierra.