lunes, 7 de octubre de 2013

En busca de sí misma


Anaïs Nin
Cegada por la fosforencia de su luz y la autenticidad de su vida, salió en su búsqueda, viajó a Nueva York, París, Los Ángeles, San Francisco, Barcelona. Deseaba conocerla a fondo, saber todo acerca de ella, medir sus pausas y furores, interesada en develar sus cambios repentinos y penetrar en sus sueños inconclusos. Entusiasmada por sus desafueros, marchas y contramarchas, mutilada, siempre incompleta, suya sobre todas las cosas. Desafiante. Iconoclasta, hizo siempre lo que quiso sin esperar la aprobación de nadie. Consecuente. Bígama. Con su corazón partido en dos. Oscilando entre Nueva York y California. Presa de sus arrebatos. Temperamental. Sobrevivió a su época. Caló tan profundo que hoy ocupa un sitio reverencial en el pódium levantado por millares de mujeres que siguen su itinerario. Se convirtió en una de sus diosas sagradas. Así era Anaïs Nin.

Posar desnuda en la Habana (Alfaguara, 2011), escrito por la cubana Wendy Guerra sobre la famosa diarista Anaïs Nin, ¿Se trata en verdad de un diario apócrifo? Pocas veces he cometido el sacrilegio de recurrir a las definiciones contenidas en el Diccionario de la Real Academia Española. Me parece un recurso de mal gusto. Ni siquiera lo considero una pedantería. Se trata de la manera más tonta de generar convicción o persuadir a alguien. En esta ocasión me veo obligado a romper la regla. Me parece la forma más expedita de demostrar que las vueltas, idas y venidas de la cubana por el mundo, viene a ser elocuente testimonio que ante una obra subyugante, alta orfebrería para anunciar su canto, la novela le fue dictada por la propia Anaïs Nin para compensar el apego a su estilo y en homenaje a una prosa cargada de pedrerías y corales. Cargada de espumas, saturada de luces y amaneceres espléndidos. 

¿Cómo llamar apócrifa la novela de Wendy Guerra? Su sola existencia echa por tierra cualquiera de los significados del Diccionario de la Real Academia. apócrifo, fa adj. Falso, supuesto o fingido: autor apócrifo. 2. [Escrito] que no es de la época o del autor a que se atribuye: testamento apócrifo. 3. [Libro] que no está incluido en el canon de la Biblia, pese a estar atribuido a autor sagrado: Evangelios apócrifos.

Cuando contraste el libro de la cubana con distintos pasajes de los Diarios de Anaïs Nin, lo hice con la intención de comprobar regocijado si mis suposiciones eran falsas o verdaderas. Los textos calzaban a la perfección. Su audacia ha sido compensada. Sin un conocimiento a fondo de la vida y milagros de Anaïs jamás hubiese escrito una prosa jubilosa, la poesía brota como manantial, chorros de luces iluminan el cielo tormentoso de Anaïs en el viaje de reencuentro con la tierra de sus padres. Difieren no en su apego y goce por la vida, se distancian ante el amor desquiciado de Guerra por Cuba. El dolor y el reclamo deja sentir su llanto lastimero. En las pocas cuartillas del Diario de Anaïs dedicado a su estancia en Cuba, deja latir su cubanía, aunque jamás alcanza las cumbres y delirios que atan a Wendy con su patria. La exuda por sus poros.

Donde uno puede saciar curiosidades, encontrar pistas más seguras, entrar de lleno a la vastedad de su universo erótico, hermandad sanguínea, son las páginas lúbricas destilando suaves aromas, embestida del guerrero, caída y resurrección, prueba irredimible que en su corazón anidaba desde entonces pasión y lujuria, jugo espeso con sabor a frutas tropicales. Anaïs, golosa traga y canta la embestida de Julián, el primer y único amor que la desquicia hasta hacerla perderse en los pantanos de una fiebre distinta. Esa noche entregó su luna floreciente al sol radiante que le encabritaba. Un satélite necesitado de la luz del Caribe. Un amor desbocado rompe sus débiles membranas de virgen, provocándole calambres en sus piernas y una sed incurable que jamás pudo saciar. ¡Eterna hambre de sexo! Se asomó a los abismos, armó triángulos para amainar la tempestad pero no pudo. Ni June, ni Henry Miller colmaron su apetito. Siempre quiso más. Traspasar barreras, conocer otros cuerpos.

Wendy Guerra
Wendy salió a buscarla desesperada para finalmente encontrarla dentro de sí misma. Palidecen ante los mismos dolores, las aturden las mismas pesadillas. Se sienten libres, vuelan sin atenerse a nada, descreen los atroces presagios que agitan las pobretonas de espíritu. Consecuente con la persona que cobra vida en Posar desnuda en la Habana se aventuró hacer lo que no hizo Anaïs en su país. Wendy lo hizo en España. Libre de ataduras y ropas, se desnuda sonriente y complacida ante el foco incisivo de Daniel Mordzinsky. Bella tendida sobre la hierba. Coqueta ve de frente la cámara. Colma vacíos, permite a Wendy conjurar sus propios demonios. Anticipa a la futura lesbiana. ¿No será ella misma transfigurada y escondida bajo la personalidad de Flor con la que Anaïs tiene un breve romance, platónico o real, frente al puerto habanero? Siento en los desplantes de Wendy la misma desfachatez de Anaïs. Sigo creyendo que evoca sus propias andanzas.

Buscar a alguien implica escudriñar su alma. Pasar revista por los entresijos para que nada quede fuera de esa mirada. Solo así puede Wendy Guerra penetrar en la geografía transparente del cuerpo de Anaïs. Más dificultades supone saber si es cierta su historia de vida fascinante. Trazar el dibujo que permita ver delineado su rostro perfecto. Una empresa meticulosa, paciente. Los rastros desaparecen cuando decide cambiar el contenido de algunos de sus Diarios. ¿Las modificaciones eliminan la verdad contenida? Imposible. Muchas veces trató eludir el zarpazo. Evitó herir susceptibilidades. Las aclaraciones de Rupert Poole, su último amante y albacea literario, resultan pertinentes. El tiempo ha permitido reincorporar nombres de personas expulsadas porque estaban vivas. Una prueba de decencia. Una actitud proba obligó guardar sus nombres.

Al traerla de vuelta a Cuba, Wendy lo hace para que Anaïs recupere sus nexos con esta tierra caliente. Ata sus dulces tobillos a la isla de sus querencias. Entre más cerca la tiene más suya la sabe. La niña pobre casada por compromiso con Hugo Guiler jamás tuvo sosiego. Henry Miller le mostró la otra cara del sol y fue su redención. Nunca volvió a ser la misma. Probó todo tipo de amor y ninguno le satisfizo. Sabía que la clave de su felicidad radicaba en la combustión de amores diversos y enrevesados. Para despejar nubarrones Wendy desata nudos escabrosos. Contrario a las creencias de almas misericordiosas, cierra su plegaria dejando que sea Anaïs quien hable de sus amores imposibles. Se asoma a las páginas del Diario de Incesto (1932-1934). Sin titubeos o rendimientos, dueña de su vida, Anaïs Nin confiesa los amores prohibidos con José Joaquín Nin, su padre.

La novela de Wendy Guerra viene a ser un anticipo del cuadro poliédrico que enmarca la vida de la escritora cubano-danesa-francesa. Para realizar este retrato tuvo que pasar revista por los Diarios. Solo vistos en conjunto se aprecia en su intimidad las mil caras e infinitos caracteres que subyacen en la personalidad arrolladora de Anaïs Nin. Siendo una multiplicó sus ansias de amar. Dispensó cariño al mismo tiempo a varios hombres y mujeres. Estruja y se defiende con el filo de su inteligencia. ¿Un ser tormentoso? A mi juicio tuvo el coraje de experimentar en el campo afectivo, lo que los creadores -poetas, novelistas, pintores, sicólogos y siquiatras- proponían en sus obras, sobrepasando límites y rompiendo barreras en abierto desafío a sus pares. ¿Nadie llegó tan lejos ni tuvo el nivel de consecuencia con que Anaïs asumió estas propuestas? ¿Un Ángel descarriado?



*Fotografías tomadas de Internet.