A Rafael Martínez Rayo
Ajustan sus vidas, horario y
vacaciones para estar presentes en las fiestas patronales en honor a la virgen
de la Asunción. Saben que en agosto podrán coincidir con sus primos, tíos,
hermanos y parientes. Tienen años o meses de no verse y piensan que este el
mejor momento. Pocos se ponen de acuerdo, todos dan por un hecho que en agosto
podrán verse sin temor a equivocarse. La tradición impone pautas de conducta.
El ciclo de vida de la mayoría de migrantes chontaleños gira en torno al mes de
agosto. Saldrán de donde estén con la seguridad que se encontrarán en palco o
la barrera. Los más precavidos tratarán de cerciorarse el día que su hermana
-ella vive en Los Ángeles- llegará a Juigalpa. El viajará desde Miami y quiere
verla después de cinco años que ambos partieron en busca de trabajo. El
desencuentro ha sido prolongado. El cordón que los liga con su tierra sigue
intacto. Se niegan a ceder al desarraigo.
Durante todo el año pasaron ahorrando.
Jamás tuvieron un pedazo de tierra, ni fueron dueños de vacas y caballos, pero
las fiestas agostinas se colaron hasta lo más íntimo de sus sentimientos. Envolvieron
su piel y tocaron su corazón. Una pasión desbocada agita sus vidas. Los absorbe
y embriaga. La génesis de su identidad tiene su origen en la tradición ganadera
de Chontales. Sus padres bajaban al pueblo con devoción cristiana a rendir
culto a la virgen. El rito se repetía cada año durante las celebraciones de las
fiestas agostinas. En la medida que crecían eran traídos de la mano para estar
presentes en las celebraciones religiosas. El culto a la virgen se
complementaba con las jugaderas de toros. El uno sin la otra era impensable. La
adoración religiosa nació teñida de paganismo. Cuando pretendieron disociarlas
la iglesia católica salió perdiendo. Tuvo que dar marcha atrás y reconciliarse
con los celebrantes de las fiestas.
Los chinamos, los juegos de azar,
el toro rabón, las ruletas, los caballitos y chocoyitos de la suerte, formaban parte
integral de las festividades. Invadían calles, corredores y el Parque Central. Chontales asentó su
prestigio sobre la producción ganadera. En ningún otro departamento las fiestas
patronales alcanzan tanta resonancia. Desde la colonia los toros chontaleños
son tenidos como los más bravíos. Toros huidores criados en la vastedad de los
feudos. Sin contacto humano, la única relación con los campistos se producía
durante las fierras de ganado. Los campesinos criaban sus bestias para lucirlas
en los rodeos y sentir regocijo durante las fiestas agostinas. Caballos
forjados sin prisa. Obedientes al bozal. Bestia y hombre uno solo. Gozosos los lucían
en la barrera. Tenían la certeza que causarían admiración. Lazado el toro se
apeaban del caballo y dejaban solo -echado hacia atrás- sosteniendo al animal. Caballos chapiollos entrenados
para cumplir faenas caprichosas.
En la historia de la ganadería
chontaleña los toros juzgados como los mejores se debía a que no consentían
sobre sus lomos a los montadores más diestros y curtidos. Alberto Rondón, Ramón
Mongrío y la familia Gómez competían sin saberlo o tal vez era todo lo
contrario. El prestigio acuñado por los astados alcanzaba a sus dueños. La fama
se traducía en orgullo. Mientras no desbarrancaran a los montadores, estábamos
sabidos que el año siguiente vendrían a tratar de renovar su fama. Las disputas
entre los chontaleños se debían a la valoración que cada quien hacía señalando
los toros que debían conservarse y reproducirse. El cotejo riguroso daba pie a
mitos y leyendas. El Trampolín, El Viajero y El Cumbo Negro, son nombres sagrados. Su respetabilidad alcanza
hasta el presente. Traer los toros más cerriles una apuesta permanente. El Calereño y El Supongamos vendrían a sumar sus nombres a esta colección de toros
sin igual. Su bravura y fortaleza perdura en la memoria de los chontaleños.
La introducción de nuevos giros
ha tenido efectos negativos. Sigo creyendo que la supresión del bramadero ha sido
adversa. Igual que la mecanización de las fincas. Los buenos lazadores han
venido desapareciendo. Son una especie en proceso de extinción. Daba gusto ver
como dejaban ir la soga. No erraban tiro. Los campistas venían a mostrar arrojo.
Soñaban en catapultar su popularidad, para que sus nombres fuesen pronunciados
con respeto. Salían de las fincas con la misma exactitud matemática con que
lazaban los toros. La manga permite montar un mayor número de toros. Como
contrapartida impide apreciar la gallardía de los campistos y la grandeza de
sus cabalgaduras. Opacó la maestría con que conducían los toros al bramadero. Sus
ejecuciones perfectas, armoniosas, embelesaban. Mostraban audacia y sabiduría.
Sería un error si diese nombres. Son tantos que cualquier omisión sería para mí
un acto de deslealtad.
Se siente y respira la falta de
toreros. Nos encontramos huérfanos. En el peor de los desamparos. Se fue el
tiempo que los toros arremetían y se iban al vacío. Lanzo una mirada hacia
atrás para ratificar que el arte de Catarrán
a todos eclipsaba. Su nombre perdurará para siempre y lo que los padres digan a
sus hijos e hijas sobre su esplendor se ajusta plenamente a la verdad. Catarrán sigue siendo el más grande de
todos. Cuando evoco su figura la nostalgia me invade. Todavía lo veo con su
camisa blanca suelta al viento, con su pecho descubierto, su enorme sombrero y
su curtido de cuero, desafiando toros a los que nadie deseaba enfrentarse. En
la soledad de la plaza su porte alcanzaba dimensiones insospechadas. Temerario
salía al encuentro del astado. Mientras los demás se batían en retirada se
relamía del gusto por desafiar al animal. Salía en búsqueda del toro. Le
increpaba poniéndole el curtido frente a sus ojos.
Catarrán no tiene parangón. Se
inmortalizó en una época que los toreros competían por dejar sentada su
estirpe. Su nombre se acrecienta e inunda todos los espacios. Durante décadas
llegó puntual a la barrera a refrendar su grandeza. Luego de tirarse los nepentes
de rigor se introducía discreto en la plaza. ¡Cómo pasar desapercibido si todos
expectantes esperábamos que diese por iniciado el recital! Con estilo peculiar
-pegado a las varas- desafiaba al toro donde parecía imposible evitar la
embestida. Todavía escucho gritos lastimeros. ¡Lo va a matar! ¡Lo va a matar! Salía
airoso. Simplificaba las arremetidas. ¡Jamás se corrió o dio la espalda a los
toros! ¡Nunca fanfarroneó! Pocas veces rodó por el suelo. Cuando esto ocurría
se levantaba para continuar dictando cátedra como el torero más aventajado.
¡Qué manera más valiente y osada de ganarse nuestro cariño! Las corridas de
toros forman parte del tejido social y cultural de los chontaleños.
Durante estos días hombres
surgidos de la entraña del pueblo adquieren prestancia, sienten iluminar sus
días con sus noches. Entre más atrevidos se muestren mayores los reconocimientos.
Catarrán brilló con luz propia desde
sus inicios. Alcanzó a situarse al mismo nivel de los chontaleños más ilustres.
Tiene la misma estatura de Josefa Toledo de Aguerri. Para mi padre los dos constituyen
las bases de la chontaleñidad. Un hombre del campo y una mujer citadina
comparten galería entre los chontaleños más connotados. El analfabeto y la
letrada. El torero y la educadora. El arreador de vacas y la forjadora de juventudes.
El campesino diestro con su curtido condecorado con la medalla del Clan Intelectual de Chontales y la profesora
versátil con amplitud de miras nombrada Mujer
de las Américas. Ambos señalándonos el camino hunden sus pies en el barro
chontaleño. Son nuestras raíces más profundas. Su simiente alimenta nuestros
sueños.
Las nuevas generaciones tienen la
dicha de apreciar a uno de los mejores montadores de todos los tiempos. ¡Un
montador como pocos! El Diablito de Muhan
vino a ratificar la tradición más hermosa y aglutinadora de los chontaleños.
Con gallardía y elegancia prestigia Chontales por toda Nicaragua. Junto a Catarrán simboliza lo más puro de la
tradición chontaleña. Son sus referentes más célebres. Los chontaleños que vendrán
este año a la Plaza Vicente Hurtado -Catarrán-
en Pueblo Nuevo, provenientes de Estados Unidos, España, Costa Rica, Guatemala y
El Salvador -pretextando que vienen a ver a sus familias- podrán decir mañana
¡Yo lo vi! Encumbrarán el mito. Darán fe de haber visto a un joven de 135
libras de peso, montar toros de 800 kilos. Eso solo saben hacerlo los mejores
montadores del mundo. ¡Dirán que es más alto de lo que es! Expresaran a sus
amigos y familiares que seguirán ajustando su calendario para estar presentes
en Chontales en el mes de agosto. ¡Estén donde estén mantendrán viva la
tradición!
*Fotografías tomadas de la Página en Facebook "Las fiestas agostinas en Juigalpa 2013