martes, 13 de agosto de 2013

Chontales en agosto


A Rafael Martínez Rayo


Ajustan sus vidas, horario y vacaciones para estar presentes en las fiestas patronales en honor a la virgen de la Asunción. Saben que en agosto podrán coincidir con sus primos, tíos, hermanos y parientes. Tienen años o meses de no verse y piensan que este el mejor momento. Pocos se ponen de acuerdo, todos dan por un hecho que en agosto podrán verse sin temor a equivocarse. La tradición impone pautas de conducta. El ciclo de vida de la mayoría de migrantes chontaleños gira en torno al mes de agosto. Saldrán de donde estén con la seguridad que se encontrarán en palco o la barrera. Los más precavidos tratarán de cerciorarse el día que su hermana -ella vive en Los Ángeles- llegará a Juigalpa. El viajará desde Miami y quiere verla después de cinco años que ambos partieron en busca de trabajo. El desencuentro ha sido prolongado. El cordón que los liga con su tierra sigue intacto. Se niegan a ceder al desarraigo.

Durante todo el año pasaron ahorrando. Jamás tuvieron un pedazo de tierra, ni fueron dueños de vacas y caballos, pero las fiestas agostinas se colaron hasta lo más íntimo de sus sentimientos. Envolvieron su piel y tocaron su corazón. Una pasión desbocada agita sus vidas. Los absorbe y embriaga. La génesis de su identidad tiene su origen en la tradición ganadera de Chontales. Sus padres bajaban al pueblo con devoción cristiana a rendir culto a la virgen. El rito se repetía cada año durante las celebraciones de las fiestas agostinas. En la medida que crecían eran traídos de la mano para estar presentes en las celebraciones religiosas. El culto a la virgen se complementaba con las jugaderas de toros. El uno sin la otra era impensable. La adoración religiosa nació teñida de paganismo. Cuando pretendieron disociarlas la iglesia católica salió perdiendo. Tuvo que dar marcha atrás y reconciliarse con los celebrantes de las fiestas.

Los chinamos, los juegos de azar, el toro rabón, las ruletas, los caballitos y chocoyitos de la suerte, formaban parte integral de las festividades. Invadían calles, corredores y el Parque Central. Chontales asentó su prestigio sobre la producción ganadera. En ningún otro departamento las fiestas patronales alcanzan tanta resonancia. Desde la colonia los toros chontaleños son tenidos como los más bravíos. Toros huidores criados en la vastedad de los feudos. Sin contacto humano, la única relación con los campistos se producía durante las fierras de ganado. Los campesinos criaban sus bestias para lucirlas en los rodeos y sentir regocijo durante las fiestas agostinas. Caballos forjados sin prisa. Obedientes al bozal. Bestia y hombre uno solo. Gozosos los lucían en la barrera. Tenían la certeza que causarían admiración. Lazado el toro se apeaban del caballo y dejaban solo -echado hacia atrás-  sosteniendo al animal. Caballos chapiollos entrenados para cumplir faenas caprichosas.

En la historia de la ganadería chontaleña los toros juzgados como los mejores se debía a que no consentían sobre sus lomos a los montadores más diestros y curtidos. Alberto Rondón, Ramón Mongrío y la familia Gómez competían sin saberlo o tal vez era todo lo contrario. El prestigio acuñado por los astados alcanzaba a sus dueños. La fama se traducía en orgullo. Mientras no desbarrancaran a los montadores, estábamos sabidos que el año siguiente vendrían a tratar de renovar su fama. Las disputas entre los chontaleños se debían a la valoración que cada quien hacía señalando los toros que debían conservarse y reproducirse. El cotejo riguroso daba pie a mitos y leyendas. El Trampolín, El Viajero y El Cumbo Negro, son nombres sagrados. Su respetabilidad alcanza hasta el presente. Traer los toros más cerriles una apuesta permanente. El Calereño y El Supongamos vendrían a sumar sus nombres a esta colección de toros sin igual. Su bravura y fortaleza perdura en la memoria de los chontaleños.

La introducción de nuevos giros ha tenido efectos negativos. Sigo creyendo que la supresión del bramadero ha sido adversa. Igual que la mecanización de las fincas. Los buenos lazadores han venido desapareciendo. Son una especie en proceso de extinción. Daba gusto ver como dejaban ir la soga. No erraban tiro. Los campistas venían a mostrar arrojo. Soñaban en catapultar su popularidad, para que sus nombres fuesen pronunciados con respeto. Salían de las fincas con la misma exactitud matemática con que lazaban los toros. La manga permite montar un mayor número de toros. Como contrapartida impide apreciar la gallardía de los campistos y la grandeza de sus cabalgaduras. Opacó la maestría con que conducían los toros al bramadero. Sus ejecuciones perfectas, armoniosas, embelesaban. Mostraban audacia y sabiduría. Sería un error si diese nombres. Son tantos que cualquier omisión sería para mí un acto de deslealtad.

Se siente y respira la falta de toreros. Nos encontramos huérfanos. En el peor de los desamparos. Se fue el tiempo que los toros arremetían y se iban al vacío. Lanzo una mirada hacia atrás para ratificar que el arte de Catarrán a todos eclipsaba. Su nombre perdurará para siempre y lo que los padres digan a sus hijos e hijas sobre su esplendor se ajusta plenamente a la verdad. Catarrán sigue siendo el más grande de todos. Cuando evoco su figura la nostalgia me invade. Todavía lo veo con su camisa blanca suelta al viento, con su pecho descubierto, su enorme sombrero y su curtido de cuero, desafiando toros a los que nadie deseaba enfrentarse. En la soledad de la plaza su porte alcanzaba dimensiones insospechadas. Temerario salía al encuentro del astado. Mientras los demás se batían en retirada se relamía del gusto por desafiar al animal. Salía en búsqueda del toro. Le increpaba poniéndole el curtido frente a sus ojos.

Catarrán no tiene parangón. Se inmortalizó en una época que los toreros competían por dejar sentada su estirpe. Su nombre se acrecienta e inunda todos los espacios. Durante décadas llegó puntual a la barrera a refrendar su grandeza. Luego de tirarse los nepentes de rigor se introducía discreto en la plaza. ¡Cómo pasar desapercibido si todos expectantes esperábamos que diese por iniciado el recital! Con estilo peculiar -pegado a las varas- desafiaba al toro donde parecía imposible evitar la embestida. Todavía escucho gritos lastimeros. ¡Lo va a matar! ¡Lo va a matar! Salía airoso. Simplificaba las arremetidas. ¡Jamás se corrió o dio la espalda a los toros! ¡Nunca fanfarroneó! Pocas veces rodó por el suelo. Cuando esto ocurría se levantaba para continuar dictando cátedra como el torero más aventajado. ¡Qué manera más valiente y osada de ganarse nuestro cariño! Las corridas de toros forman parte del tejido social y cultural de los chontaleños.   

Durante estos días hombres surgidos de la entraña del pueblo adquieren prestancia, sienten iluminar sus días con sus noches. Entre más atrevidos se muestren mayores los reconocimientos. Catarrán brilló con luz propia desde sus inicios. Alcanzó a situarse al mismo nivel de los chontaleños más ilustres. Tiene la misma estatura de Josefa Toledo de Aguerri. Para mi padre los dos constituyen las bases de la chontaleñidad. Un hombre del campo y una mujer citadina comparten galería entre los chontaleños más connotados. El analfabeto y la letrada. El torero y la educadora. El arreador de vacas y la forjadora de juventudes. El campesino diestro con su curtido condecorado con la medalla del Clan Intelectual de Chontales y la profesora versátil con amplitud de miras nombrada Mujer de las Américas. Ambos señalándonos el camino hunden sus pies en el barro chontaleño. Son nuestras raíces más profundas. Su simiente alimenta nuestros sueños.

Las nuevas generaciones tienen la dicha de apreciar a uno de los mejores montadores de todos los tiempos. ¡Un montador como pocos! El Diablito de Muhan vino a ratificar la tradición más hermosa y aglutinadora de los chontaleños. Con gallardía y elegancia prestigia Chontales por toda Nicaragua. Junto a Catarrán simboliza lo más puro de la tradición chontaleña. Son sus referentes más célebres. Los chontaleños que vendrán este año a la Plaza Vicente Hurtado -Catarrán- en Pueblo Nuevo, provenientes de Estados Unidos, España, Costa Rica, Guatemala y El Salvador -pretextando que vienen a ver a sus familias- podrán decir mañana ¡Yo lo vi! Encumbrarán el mito. Darán fe de haber visto a un joven de 135 libras de peso, montar toros de 800 kilos. Eso solo saben hacerlo los mejores montadores del mundo. ¡Dirán que es más alto de lo que es! Expresaran a sus amigos y familiares que seguirán ajustando su calendario para estar presentes en Chontales en el mes de agosto. ¡Estén donde estén mantendrán viva la tradición!   



*Fotografías tomadas de la Página en Facebook "Las fiestas agostinas en Juigalpa 2013