“… la increíble máquina americana de fabricar
imágenes y sueños, la máquina del entertainment
y la cultura que se convierte en mainstream”
Frédéric
Martel
La
impetuosidad con que irrumpen los discursos dando la bienvenida a la inmaterialidad
de las palabras dispara los análisis en su defensa. Lo criticable es la omisión
y olvido. Para los que ahora levantan el espantajo de los cambios que provoca
internet en las maneras de pensar, conviene recordar las tesis de Jack Goody.
En La domesticación del pensamiento
salvaje (1977), plantea que “todo
cambio en el sistema de comunicaciones tiene importantes efectos en los
contenidos transmitidos”. La escritura afecta los modos de pensamiento. Condiciona
y permea los procesos cognitivos. Con internet asistimos a un proceso más
amplio de modificación en las maneras de recopilar, tratar y difundir la
información y el conocimiento. El recorrido completo que realiza Armand
Mattelart en Historia de sociedad de la
información (2007), resulta ilustrativo y desacralizador. Jamás pierde de
vista las distinciones que en su momento establecieron los estudiosos, entre
información y cultura. Una distinción que ha venido adelgazándose con el
desarrollo de las máquinas inteligentes, fueron convertidos ahora en conceptos
intercambiables por estos especialistas.
El
camino ha estado erizado de contradicciones, recuperaciones y equivalencias
entre información, saber, conocimiento, cultura, comunicación, al extremo que
la información ha subsumido a la cultura para los acólitos de la sociedad de la
información. Lo dramático ha sido asimilar información con “un término procedente de la estadística
(datal datos) y a no querer ver la
información sino allí donde hay un dispositivo técnico”. En este ámbito
sobresale Marshall McLuhan. La historia de la humanidad para el canadiense ha
sido configurada por las tecnologías de comunicación. Sus concepciones acerca
del carácter indisociable de forma/contenido se resume en El medio es el mensaje, expresión recuperada por Manuel Castells en
Comunicación y poder (2012), haciendo
hincapié a las luchas sostenidas en diversas partes del mundo: La red es el mensaje: los movimientos
globales contra la globalización capitalista. La razón fundamental para
asomarse al texto de Mattelart es que jamás pierde la perspectiva histórica ni
cae postrado ante la seducción que suscitan las tecnologías.
Existe
una especie de gratuidad al encomiar los alcances de los cambios tecnológicos,
haciendo caso omiso de los estímulos que los propician. Una abstracción que
conduce a no tener nada que oponer al nuevo rediseño geopolítico mundial, donde
la cultura constituye la baza de todos estos encontronazos, propalados por el
despliegue capitalista a nivel planetario. El énfasis se ha centrado en
destacar la creciente supremacía de la imagen sobre la palabra. Una realidad
que olvida las consideraciones de los paleontólogos. Con esmero se dedicaron a
escarbar y constatar “que los primeros trazos
humanos apoyaban recitaciones verbales, que la imagen y la palabra aparecieron
conjuntamente en la historia de la especie. Y los psicólogos –añade Régis
Debray- lo han demostrado en el
individuo: la adquisición del lenguaje en el niño se produce al mismo tiempo
que la comprensión de la imagen visual”. (Vida y muerte de la imagen-
Historia de la mirada en occidente, (Paidós, 1994). Estas consideraciones no pueden
obviar una de las pretensiones más persistentes de la humanidad: la
uniformación del mundo.
Entramos
de lleno a un envite geopolítico, coinciden teóricos y críticos de la sociedad
de la información. Unos lo plantean de manera desencantada. Los límites del
discurso de Mario Vargas Llosa resultan evidentes. La civilización del espectáculo (2012) peca al creer que nada queda
para afrontar el despliegue inmensurable de una civilización que envilece y
banaliza todo lo que toca. Política, religión, cultura, sexo, erotismo y arte están
estallando en pedazos. La justeza de su requisitoria se pierde al no aventurar
ni proponer salidas. Una interpelación valiente se pasma al no ver luz en la hora
que nos encontramos. En eso difiere Omar Rincón. El colombiano apunta que la
comunicación mediática está inventando su propio modo de vida, entretenido y
efímero, su propio sujeto cultural, individualista y exhibicionista. Anticipó a
Vargas Llosa al sostener igualmente que asistimos al dominio de lo débil y lo
leve. Su libro Narrativas mediáticas
(2006), contiene vivacidad, transpira optimismo, su objetivo radica en
comprender cómo funciona el entretenimiento con la intención de transformarlo.
Critica y propone. Ofrece respuestas.
En
esta misma línea de pensamiento se inscribe Gilles Lipovetstky, encuentra en
la
moda una salida. Su propuesta metodológica en El imperio de lo efímero (1990), nada a contracorriente de los juicios
que han reducido su surgimiento y expansión en un asunto meramente clasista.
Sin perder de vista también que vivimos en sociedades dominadas por la
frivolidad, atina a preguntarse ¿debemos reconocer en ello el signo de
decadencia del ideal democrático? Recurriendo a las paradojas muestra sus tesis.
“Cuanto más se despliega la seducción,
más tienden las conciencias a lo real; cuanto más arrebata lo lúdico, más se
rehabilita el ethos económico, cuanto más gana lo efímero, más estables son las
democracias, menos desgarradas, más reconciliadas con sus principios
pluralistas”. Contradiciendo las posiciones de Vargas Llosa, autor que el
peruano cita en su libro, sostiene que una era que funciona con la información,
con la seducción de lo nuevo, con la tolerancia, la movilidad de opiniones,
prepara –si sabemos aprovechar su buena tendencia- los trofeos del futuro.
En
el vértice de las transformaciones, la Cultura
Mainstream ha pasado a ser dominante. Una cultura que tiene en las
tecnologías de la información sus palancas propulsoras. Su centro de
irradiación está localizado en Estados Unidos. El presente está marcado por el
ascenso de los intercambios de los contenidos mediáticos y culturales. Contrario
a lo que podría esperarse, la hegemonía norteamericana, apunta Frédéric Martel,
está siendo confrontada por los países
emergentes. Se trata de una guerra por los contenidos. Coincidente con
Mattelart señala que presenciamos una guerra de conquista entre los países
dominantes y países emergentes por asegurarse el control de las imágenes y los
sueños de los habitantes de los países dominados que no producen bienes
culturales. Entre los cuales debemos incluir Nicaragua. Aún cuando las máquinas
son determinantes, la cultura ocupa la centralidad de estas batallas. “La globalización e internet reorganizan
todos los intercambios y transforman a las fuerzas contendientes. De hecho,
redistribuyen las cartas”. Sería un
contrasentido dar de baja a la historia cuando más se requiere de sus
enseñanzas.