sábado, 11 de agosto de 2012

¿Un Museo Taurino en Juigalpa?


¿Será que cambiaron de opinión o solo se trata de un compás de espera? Algunas  pensaban que las corridas de toros celebradas entre  el 12 al 16 de agosto de 2011 en la Plaza Pueblo Nuevo, serían las últimas en este lugar. Hay quienes de manera insana apuestan por la desaparición de la plaza taurina de las fiestas patronales de mayor arraigo en toda Nicaragua. Sitio sagrado y de consagración. Los toreros y montadores más famosos de las llanerías chontaleñas acuden todos los años a ratificar su valía o imponer sus nombres. Saben que si no lo hacen, decenas de mozalbetes llegarán a poner fin a su fama. Ansiosos por inscribir sus proezas en los anales de la ciudad, confían en sus destrezas y habilidades, dando inicio a un nuevo ciclo histórico. Desde que apareció el Diablito de Muhan nadie le hace sombra. Durante cuatro años consecutivos ha llegado puntual a Pueblo Nuevo a revalidar su grandeza. Su nombre evoca y convoca a los montadores más grandes de todos los tiempos.

Cuando todos creíamos que la tradición venía en picada, una tarde se apareció este adolescente de quince años, pidiendo le entregaran un rejego de 500 kilos. Todos lo quedaron viendo sonrientes. Sus ojillos negros, impacientes, contrastaban con la serenidad de su demanda. Tamaño y peso, tampoco le ayudaban. Demasiado niño, dijeron algunos. No va aguantar ni la arrancada. Dejémosle que se quite lo rijoso. A nadie importaba su suerte. Si así fuese no entregarían toros a jóvenes que ni siquiera saben amarrarse el pantalón. Meterse a la barrera es cuestión de machos. El niño juega a ser hombre. ¡Que la suerte lo acompañe! ¡Ojalá se haya encomendado a Dios y el Espíritu Santo! El que por su gusto muere que lo entierren parado. Aquí no hay misericordia para nadie. Muchachito, asegura bien tus manos en el pretal. ¿Ya te persignaste y colocaste bien las espuelas? Después no digas que no te lo advertimos. ¿Cómo te llamas? Al igual que Catarrán su nombre no importa.


El Diablito se sostuvo firme sobre el astado. El toro brinca, se arremolina, hace mate   a la derecha, luego a la izquierda. Siente que la sangre corre bajo sus ijares. Va perdiendo fuerza. Toma un respiro. Vuelve a sacudirse. Deja de corcovear. ¿Se sabrá vencido? Trota hacia la puerta del coso. El Diablito desprende su mano derecha y alza victoriosa. Los aplausos continúan festejando su gesta. Marcaba el principio de una carrera fulgurante. La primera tarde que lo vi, su nombre sonaba fuerte. Presuntuosos todos le saludaban. Deseaban estrechar su mano. Tómate un trago. Ponen la botella retadora ante sus ojos. Sonríe con ingenuidad. No cede a la tentación. Demasiado niño para meterse en cosas de hombres, dice mi vecino. Antes de venir en búsqueda de su consagración definitiva en la plaza de toros del pueblo, había descrestado decenas de toros en la barrera de Muhan, inicio de su vertiginosa carrera.

En las fiestas de abril del año primero de su despunte, rubricó su firma montando 30 toros los 4 días que duran las fiestas en Muhan. Estaba consciente que mientras no sedujera a los juigalpinos, su fama no trascendería. Tenía que mostrar sus lances en la plaza mayor. Por eso duele que quieran tumbarla. Algunos despistados me dijeron que desean construir el complejo de gobierno. ¿Por qué no lo hacen en otro lugar? Alguien argumentó que los chinamos con sus putas babilónicas y sus roconolas ruidosas desvelan al vecindario. Bajo esa trivialidad ¿qué pretexto se esconde? Hay quienes quieren apropiarse del local. ¿Se decidirá al fin la Alcaldesa María Elena Guerra, a poner la primera piedra antes que concluya su gestión, para luego dar inicio a la construcción de la Plaza de Toros “Vicente Hurtado”? Sería el homenaje esperado al más grande torero de toda Nicaragua. Una plaza digna de la memoria de Catarrán. Todavía queda tiempo para hacerlo.


Juigalpa necesita un redondel diseñado a la usanza de las montaderas autóctonas, donde los campistas exhiban sus habilidades y los montadores de todo Chontales mantengan viva sus rivalidades con el propósito de demostrar quiénes eran los mejores. Los de Hato Grande, San José de los Gómez, Cuapa, San Esteban, La Libertad, Santo Domingo, Acoyapa, Cara de Mono, Muhan o La Gateada, se trenzaban por ser reconocidos como los mejores. Las autoridades edilicias deben apoyar la creación del Museo Taurino de Chontales. El hogar que perennice nombres de toreros, montadores, lazadores, bailadores y criadores de toros, galería que debería estar precedida por Chema Come Cuero. Su vida giraba alrededor de las fiestas, un enfiestado permanente. La peor ofensa que podía recibir era decirle que no habría fiestas agostinas. Soñaba con las fiestas como los criadores de toros desean que sus astados tumben al más diestro  montado.

Un museo con retratos gigantescos de Rito Flores y Agustín Castro, un lugar que reciba los millares de visitantes que llegan a Juigalpa en la mayor romería del año. Un lugar donde puedan conocer esta apasionante historia de caballos y caballeros, que haga justicia a Gloria Sacasa y Alberto Rondón, Isabel y Humberto Mongrío. A la familia Gómez. Donde Catarrán, pintado al óleo por Róger Pérez de la Rocha, muestre su altivez. Punto de convergencia para que los peregrinos llegados de Estados Unidos, Europa y Centro América, quienes después de haberse ido en busca de techo, educación y comida, todos los años regresan acompañados de hijos y nietas, para jactarse de la valentía de los montadores y la destreza de campistas. Un nicho donde estén Concho y Margarito Villagra, Serapio Amador, Servando Campos y María Morales. Antes que el tiempo haga estragos en nuestra memoria, recoger los nombres de Ramón Laguna, Francisco Álvarez y César Rueda, lazadores imbatibles, con sus tiros invertidos levantaban de sus sillas a las personas apretujadas en palco. La prisa con que se monta y la eliminación del bramadero, han incidido de forma negativa.

Uno aprecia el regocijo de Naser y Fernando González, Ney Aguilar y los hermanos Matus, criadores de toros en San Pedro de Lóvago. Son continuadores de la herencia dejada por Alberto Rondón y Ramón Mongrío. Sus toros son tenidos como los más bravíos de Chontales. Igual engreimiento muestran Chilolo García de Santo Domingo y Abelino Martínez de Cuapa. Para Orlando Bravo y Noel Sevilla originarios de Santo Tomás, como sus toros no hay dos. Juan Villagra, con sus espuelas bien puestas, piensa que sus toros son inigualables. Las disputas sordas bajo la mesa, apuntan en una sola dirección: sus toros fueron y seguirán siendo los mejores. Una verdad tan cierta que Fred Ramírez se las arregla para venir a Chontales a comprar los toros con que seduce durante las montaderas en Expica. Viene convencido que llevará toros y más toros, para lucirlos en la feria capitalina y luego rematarlos a buen precio en el rodeo El Zapote, Costa Rica.   

Los juigalpinos deben acudir a los próximos cabildos para plantear la creación de una partida presupuestaria para la construcción de la Plaza y Museo Taurino en Pueblo Nuevo. Ningún concejal podría mostrarse insensible a esta demanda. Todas las ciudades del mundo donde juegan toros cuentan con una plaza donde sus habitantes gozan y se divierten, vibran y sienten, en un ritual inaplazable, el goce de las fiestas de su vida.  Chontales sigue siendo tierra de ganados y ganaderos. Los criadores de toros son los más entusiastas, deben preocuparse que los campistas y lazadores sigan vivos. Este año espero que alguien me haga exclamar alborozado, ¡Viva Chontales! ¡Los lazadores no han muerto!