| Anaïs Nin |
Cegada por la fosforencia de su luz y la autenticidad
de su vida, salió en su búsqueda, viajó a Nueva York, París, Los Ángeles, San
Francisco, Barcelona. Deseaba conocerla a fondo, saber todo acerca de ella,
medir sus pausas y furores, interesada en develar sus cambios repentinos y
penetrar en sus sueños inconclusos. Entusiasmada por sus desafueros, marchas y
contramarchas, mutilada, siempre incompleta, suya sobre todas las cosas. Desafiante.
Iconoclasta, hizo siempre lo que quiso sin esperar la aprobación de nadie.
Consecuente. Bígama. Con su corazón partido en dos. Oscilando entre Nueva York
y California. Presa de sus arrebatos. Temperamental. Sobrevivió a su época.
Caló tan profundo que hoy ocupa un sitio reverencial en el pódium levantado por
millares de mujeres que siguen su itinerario. Se convirtió en una de sus diosas
sagradas. Así era Anaïs Nin.
¿Cómo llamar apócrifa la novela de Wendy Guerra? Su
sola existencia echa por tierra cualquiera de los significados del Diccionario
de la Real Academia. apócrifo, fa adj. Falso, supuesto o fingido: autor apócrifo. 2. [Escrito]
que no es de la época o del autor a que se atribuye: testamento apócrifo. 3. [Libro]
que no está incluido en el canon de la Biblia, pese a estar atribuido a autor
sagrado: Evangelios apócrifos.
Cuando contraste el libro de la cubana con distintos pasajes
de los Diarios de Anaïs Nin, lo hice
con la intención de comprobar regocijado si mis suposiciones eran falsas o verdaderas.
Los textos calzaban a la perfección. Su audacia ha sido compensada. Sin un
conocimiento a fondo de la vida y milagros de Anaïs jamás hubiese escrito una
prosa jubilosa, la poesía brota como manantial, chorros de luces iluminan el
cielo tormentoso de Anaïs en el viaje de reencuentro con la tierra de sus
padres. Difieren no en su apego y goce por la vida, se distancian ante el amor
desquiciado de Guerra por Cuba. El dolor y el reclamo deja sentir su llanto
lastimero. En las pocas cuartillas del Diario
de Anaïs dedicado a su estancia en Cuba, deja latir su cubanía, aunque jamás
alcanza las cumbres y delirios que atan a Wendy con su patria. La exuda por sus
poros.
Donde uno puede saciar curiosidades, encontrar pistas más
seguras, entrar de lleno a la vastedad de su universo erótico, hermandad
sanguínea, son las páginas lúbricas destilando suaves aromas, embestida del
guerrero, caída y resurrección, prueba irredimible que en su corazón anidaba
desde entonces pasión y lujuria, jugo espeso con sabor a frutas tropicales. Anaïs,
golosa traga y canta la embestida de Julián, el primer y único amor que la
desquicia hasta hacerla perderse en los pantanos de una fiebre distinta. Esa
noche entregó su luna floreciente al sol radiante que le encabritaba. Un
satélite necesitado de la luz del Caribe. Un amor desbocado rompe sus débiles
membranas de virgen, provocándole calambres en sus piernas y una sed incurable
que jamás pudo saciar. ¡Eterna hambre de sexo! Se asomó a los abismos, armó
triángulos para amainar la tempestad pero no pudo. Ni June, ni Henry Miller
colmaron su apetito. Siempre quiso más. Traspasar barreras, conocer otros
cuerpos.
| Wendy Guerra |
Wendy salió a buscarla desesperada para finalmente
encontrarla dentro de sí misma. Palidecen ante los mismos dolores, las aturden las
mismas pesadillas. Se sienten libres, vuelan sin atenerse a nada, descreen los atroces
presagios que agitan las pobretonas de espíritu. Consecuente con la persona que
cobra vida en Posar desnuda en la Habana
se aventuró hacer lo que no hizo Anaïs en su país. Wendy lo hizo en España. Libre
de ataduras y ropas, se desnuda sonriente y complacida ante el foco incisivo de
Daniel Mordzinsky. Bella tendida sobre la hierba. Coqueta ve de frente la
cámara. Colma vacíos, permite a Wendy conjurar sus propios demonios. Anticipa a
la futura lesbiana. ¿No será ella misma transfigurada y escondida bajo la
personalidad de Flor con la que Anaïs tiene un breve romance, platónico o real,
frente al puerto habanero? Siento en los desplantes de Wendy la misma
desfachatez de Anaïs. Sigo creyendo que evoca sus propias andanzas.
Buscar a alguien implica escudriñar su alma. Pasar
revista por los entresijos para que nada quede fuera de esa mirada. Solo así puede
Wendy Guerra penetrar en la geografía transparente del cuerpo de Anaïs. Más
dificultades supone saber si es cierta su historia de vida fascinante. Trazar
el dibujo que permita ver delineado su rostro perfecto. Una empresa meticulosa,
paciente. Los rastros desaparecen cuando decide cambiar el contenido de algunos
de sus Diarios. ¿Las modificaciones eliminan
la verdad contenida? Imposible. Muchas veces trató eludir el zarpazo. Evitó
herir susceptibilidades. Las aclaraciones de Rupert Poole, su último amante y
albacea literario, resultan pertinentes. El tiempo ha permitido reincorporar nombres
de personas expulsadas porque estaban vivas. Una prueba de decencia. Una
actitud proba obligó guardar sus nombres.
Al traerla de vuelta a Cuba, Wendy lo hace para que Anaïs
recupere sus nexos con esta tierra caliente. Ata sus dulces tobillos a la isla
de sus querencias. Entre más cerca la tiene más suya la sabe. La niña pobre
casada por compromiso con Hugo Guiler jamás tuvo sosiego. Henry Miller le
mostró la otra cara del sol y fue su redención. Nunca volvió a ser la misma.
Probó todo tipo de amor y ninguno le satisfizo. Sabía que la clave de su
felicidad radicaba en la combustión de amores diversos y enrevesados. Para
despejar nubarrones Wendy desata nudos escabrosos. Contrario a las creencias de
almas misericordiosas, cierra su plegaria dejando que sea Anaïs quien hable de
sus amores imposibles. Se asoma a las páginas del Diario de Incesto (1932-1934). Sin titubeos o rendimientos, dueña
de su vida, Anaïs Nin confiesa los amores prohibidos con José Joaquín Nin, su
padre.
*Fotografías tomadas de Internet.